Petricor

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Despierto esa mañana con el embriagante adormecimiento en mi piel, la sed secando mi lengua y volviendo arenoso mi paladar. Escucho las nubes crujir detrás de mis cortinas. Estoy solo en esta habitación, en este mundo de un recuerdo errático que se desvanece, ya ni siquiera siento el insignificante candor del alcohol golpeando en mi cabeza y recuerdo que llegue muy ebrio a noche. No puedo ver a Dazai por ninguna parte y sé que estoy solo.

Me enderezo contra mis brazos, mi peso es difícil de sostener pero mi cabeza parece adormilada aun cuando mis ojos están despiertos. Observo a mí alrededor.

Mi departamento.

Mi cuerpo está cubierto por mi ropa torcida y una camisa a medio desabrochar. El aroma a vino impregnado en mi nariz me da una idea de lo que ocurrió a noche. Halo de las cobijas para encontrarme con mis piernas desnudas cubiertas por moratones. Las rodillas ennegrecidas me hacen ver las caídas que debí tener a noche.

Tallo mis ojos, nada es demasiado inusual. Encojo las piernas y me quedo allí unos minutos observando la penumbra de la habitación con aquella brisa en mi ventana dejando entrar el aroma de la próxima lluvia. Todo me parece tan terriblemente familiar.

Alcohol en mi sangre, risas entre cortas, palabras mordaces y una cama que revolver. Con el sentimiento creciendo en mi pecho haciéndome estremecer. Aun no sé qué no es verdad así que me quedo allí, saboreando el nostálgico doloroso de un recuerdo pasado, de una escena detenida en el tiempo bañado en odio.

Me permito sonreír un poco dejando atrás la falsa amargura aun cuando el sentimiento se instalaba bajo mi piel y me revuelvo entre las sabanas hasta escapar de ellas. Escapando de esas sensaciones fue que decidí levantarme. Mis pies descalzos tocaron los azulejos fríos y me estremecí.

Cruce mi mano por debajo de la almohada, tocando el arma apenas con las puntas de mis dedos. Entre un suspiro cansado y sediento me obligue a erguirme. Camine por el departamento solitario hasta que al cruzar el pasillo, adormilado y tambaleante, escuche una pequeña risa desde la sala tan suave que me paralicé un segundo antes de, sigiloso, recorrer lo que faltaba de mi camino. Allí estaba él, pude verle la cabellera castaña desde el respaldo del sofá. Llevaba las piernas estiradas sobre el borde de mi mesa de centro con un libro entre sus dedos y una taza de café en la mesilla junto a él.

—¿Dazai?

Pregunté en lo que debió ser un susurro. El no tardó en girar hacia mí con una sonrisilla predispuesta en su rostro.

—¡¡Ya has despertado!!

Fruncí el ceño con el sonido de su voz rebotando contra mi cerebro.

—No grites... inútil.

—¡¿Qué dices?! ¡No puedo escucharte Chuuuuuuya! Estas muy lejos.

Ladee la cabeza ligeramente mientras presionaba mis dedos ahora enredados en mi cabello.

—Que. Dejes. De. Gritar. —Masculle con los dientes apretados.

—¡¿Ah?!

Sus ojos brillantes me hicieron suspirar con mi molestia resignada antes de acercarme a él. Conforme mis pasos perdían la distancia su sonrisa juguetona iba bajando a una más calmada. De nuevo estaba esa expresión en su rostro, esa de la que estaba acostumbrándome. Las pupilas le brillaban más claras. Aun fastidiado me acerque desde el respaldo pero Dazai se estiro sobre el sofá tomando mi antebrazo y haciéndome dar la vuelta hasta quedar a su lado. De un suave tirón me deje hacer, estaba cansado y mi piel se sentía bien contra la suya. Termine sentándome en su regazo después de unos segundos mientras el me acomodaba hasta que mi mejilla izquierda topo contra su pecho y su mentón en mi coronilla.

—¿Qué decías, Chuuya?

Su brazo derecho me envolvió por la cintura y su mano izquierda acaricio los cabellos de mi flequillo. Nos hundimos en aquella pequeña paz por un segundo antes de que todos mis recuerdos de la noche anterior me golpearan sin piedad. Sentí las heridas recién atendidas arder. Los moratones en mi torso y el ardor en mis dedos que se habían entumecido en esa sensación familiar luego de usar un arma por demasiado tiempo. Yo había ganado pero a costa de perder más vidas de las que me hubiera gustado

Me estremecí ligeramente y permití aquellos mimos que ya no me parecían tan indignos de él.

—¿Podrías bajar la voz?...

Me revolví contra su pecho aspirando su aroma a canela, cenizas y pólvora.

—¿Chuuya me está pidiendo un favor? —Sentí su risa temblar como un tambor contra mi cuerpo y su corazón palpitar contra mi cabeza ahuyentando el dolor— Debe ser una especie de fantasía erótica...

Pero su voz ronca era baja y pronto me sentí dolorido y ensimismado. Un calor se instaló en el centro de mi nariz, en las esquinas de mis ojos junto a ese cosquilleo escalofriante en mi garganta.

Sus dedos se habían detenido. Aun cuando no podía verme desde esa posición yo sabía que Dazai estaba analizándome sin esfuerzo, me conocía. Llegar ebrio la noche anterior y que se hubiese quedado conmigo a pesar de que debería estar en la sede me hacía notar lo mucho que me conocía.

—Sabes que no es tu culpa ¿cierto?

Negué mientras trataba de esconder mi rostro aún más contra su pecho. Las caricias volvieron lentamente. Sentí como nos reacomodaba y pronto mis piernas también estuvieron sobre el sofá, hecho un ovillo sobre su regazo.

—Siempre me pareciste muy curioso, Chuuya —No contesté, mi garganta parecía de cristal quebrado y, aunque hablaba solo porque no podía enfrentarle, sentí que me empujaba a sacar todo aquello que nunca fui bueno reprimiendo—. Tu manera de ir por el mundo causando destrucción y desastres y que, aun con eso, el mundo nunca dude en tenderte una mano. —Dazai se detuvo solo un segundo, su voz soplaba con suavidad contra mis cabellos— Te han herido, yo lo he hecho, pero jamás has dudado en tenderle tus propias manos a tus compañeros, incluso a tus enemigos —Me habían traicionado, diez de mis ex subordinados habían creído que podían matarme, llevándose a muchos de mis compañeros con ellos...

—¿Siempre va a pasarme esto?

Hablé con la voz quebradiza y la humedad a punto de desbordarse contra su camisa blanca.

—No voy a mentirte Chuuya, sabes que puedo hacerlo pero no esta vez —espero un par de segundos enredando uno de sus dedos en mi cabello y acariciando mi cintura—. Las personas buenas como tú —gruñi pero me ignoro— siempre van a llevarse este tipo de cosas, no fueron creadas para cruzar por este mundo tan corrompido. Aun si eres fuerte o un gran líder, aun si eres poderoso o amable, la gente siempre querrá hacerte daño por sus propias razones egoístas. Todos sobrevivimos a nuestra manera pero no por ello es tu culpa, no está mal ser como eres Chuuya.

—Ya no quiero ser así...

Dazai se removió, tomó mi rostro entre sus manos carentes de vendas y me hizo mirarle. Entonces lo noté, su cuerpo no llevaba ni una sola de aquellas que siempre se enredaban en su piel. Me quedé prendado unos segundos a su cuello cubierto de diferentes cicatrices profanas, gruesas y de diferentes tonalidades hasta ser guiado a su rostro. Mis lágrimas bajaban hasta tocar sus dedos y su rostro se me hacía borroso a medida que mi cuerpo comenzaba a temblar. Me sostuve de sus muñecas. Su mirada castaña se tornaba dolida pero cálida. Mi corazón bombeaba lentamente y sentí nuestra razón transmitiéndose en su mirada.

—No está mal ser así —Acarició mi pómulo con su pulgar— Un amigo alguna vez dijo —tocó su frente con la mía sin dejar de mirarme— que no encontraría lo que buscaba en este mundo y tuvo razón, por muchos años tuvo razón —un suspiro cortado se escapó de mis labios contra los suyos— Pero estas aquí, siempre estuviste aquí. Si no fuera por cómo eres no estaríamos en este sofá o en este mundo. No debes cambiar Chuuya, solo debes aprender.

Más lagrimas brotaron de mis ojos y le sentí esparcir besos por mis mejillas húmedas y pequeños picos en mis labios.

Bajo el aroma de la lluvia.

Algente. ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora