Ademán.

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Sostuve la taza entre mis manos aun congeladas por el frio de la mañana pensando que quizá para cualquiera aquello será un apacible desayuno pero que, considerando nuestros horarios, esto no era más que una cena poco apresurada con un cansancio abrumador que hacia palpitar mis piernas.

El restaurante estaba vacío, solo abierto y preparado para un Ejecutivo. Mire por la ventana. La ciudad era un escenario vacío aun cubierto por una ligera capa húmeda sobre ella. Me deje sonreír a esa tranquilidad y me deslice un poco más en mi asiento observando la calle junto al resto de establecimientos cerrados. Me encantaba el lugar, distaba mucho de ser el tipo de cosas que solíamos hacer. Aquí no había ni rastro de alcohol, colchones sucios, hierro caliente o aroma a pólvora. Era como un momento nuevo que con el tiempo seria melancólico y viejo pero que por ahora era tan nuevo, atrayente, hasta tranquilizador. No iba a negármelo más, me sentía bien, me sentía tranquilo aun cuando la muerte se ceñía sobre nuestras cabezas. Era consciente que el tiempo apremiaba pero no iba a detenerme ahora y, de vez en cuando, soñaba con que esto era lo que todos creían: un inicio. La Organización se cernía con mayor potencia sobre las cabezas del resto de Organizaciones, la palabra que iba en contra de la misma no era asesinada como era costumbre entre las grandes Mafias... era absorbida. Era un monstruo más pacífico pero que podía ser violento y volátil en cualquier instante. Claro que Dazai tenía sus límites, a pesar de que aun tenía ciertos complejos en su falta de paciencia emocional, aun poseía una paciencia analítica que era el mayor miedo a sus contrincantes.

Y bueno... me tenía a mí.

-Estas suspirando otra vez.

Me gire a su dirección, llevaba la gabardina puesta con una ligera capa de aguanieve en sus hombros. Los cabellos ligeramente más claros y una sonrisilla apacible que contrastaba en perfecta armonía contra sus ojos de miel. Me desarme un momento viéndole hasta que me reí con suavidad y despegue mi cabeza del cristal en el que sin notarlo me había recostado.

-¿Estuviste con Akutagawa? No lo vi en tu oficina a media noche -Le solté mientras dejaba la taza en la mesa y lo veía deslindarse de la gabardina y entregarla a una las meseras. Aun, como si fuera obligado a recalcarme las diferencias, espere como un iluso a que le guiñara antes de que se marchase pero no fue así y al final se sentó frente a mí en espero de su propia bebida.

-Lo mande a entrenar con Atsushi-kun. Están puliendo una técnica nueva y quiero que estén listos antes de mandarlos a Rusia -Tomo una galleta de la pequeña canasta entre nosotros y antes de morderla volvió a sonreír con esa mezcla de completa entrega y ternura que debió hacerme mirarlo desconcertado porque luego lo hizo reír- ¿Qué pasa? ¿No te ha gustado el café?

-Cállate imbécil, además lo hiciste para deshacerte del pobre Akutagawa

Dazai alargo su sonrisa serpentina.

-¡No puede ser! ¡Eres un cínico! -Le espete lanzándole un pequeño trozo de galleta tomado de la canasta.

Lo vi reírse bajo mis expresiones y entonces miro su galleta, luego a mí, agrando su sonrisa y la lanzo contra mi rostro que apenas habría logrado cubrir con el dorso de mi mano. Boronillas se dispersaron mis cabellos haciéndolo reír con un sonido cada vez más bajo y menos ronco. Sacudiendo mi cabeza los pequeños trozos cayeron sobre la mesa.

Torcí los labios antes de hablar de nuevo, quizá una pregunta que solo nos aislaba más de nuestra realidad, no mentiré ahora y diré que no sabía la respuesta, yo tenía, ahora, todas las respuestas desde hace mucho.

-No entiendo, si no le tolerabas ¿Para qué lo volviste tu mano derecha?

Dazai soltó una carcajada corta tomando su estómago. Una nueva taza de café humeante se colocó frente al castaño y ahí estaba de nuevo yo recalcándome aquel cambio. Dazai odiaba ese tipo de café.

-No seas bobo Chuuya, no puedo creer que incluso los subordinados de menor rango saben mejor que tu quien es mi mano derecha.

-¡¿AH?! ¡¿Qué insinúas bastardo?!

Nuestro griterío debió escucharse en todo el restaurante que aún no debía comenzar su jornada laboral y, para cuando los rayos de luz tocaron el cristal y acarician mi rostro, me di cuenta que te había perdido una vez más en aquella desolación que solo él podía detener en su interior. Distraído en un principio por la belleza fantástica del pavimento ser coloreado, maravillado por el cielo fulgurante, tarde en girar a verle con una expresión que quizá no debió ser la adecuada para lo que sentía en ese momento. No había sido mi intención... pero sé que fui insensible. Yo, al igual que en el resto de ocasiones, cuando el vacío le devoraba, bajo la mirada y mis pestañas ocultan lo más posible mis ojos del vacío que devoraba de a poco sus orbes.

Mi respiración se hizo fina dejándome la imagen de esos ojos oscuros. Y de nuevo, como en todas esas veces, la desesperación golpeaba a mi corazón haciéndolo latir desenfrenado para luego detenerse en un congelado doloroso. Mordí mi mejilla, estaba harto de huir aun cuando no era lo suficiente fuerte para afrontar lo que ocurriría hiciera lo que hiciera.

Pero estaba cansado que ese dolor, ese cansancio se apoderada de él así que ese día me arriesgue un poco más, tratando de llevarnos más lejos solo un poco.

-Compre un vino muy bueno el otro día -Dije, despegándome de mi tarea de esparcir las boronas con las yemas de mis dedos y alcé la mirada a su rostro que se volvía curioso.

-¿Estas invitándome a beberlo en tu casa?

Sonrió con burla pero simplemente subí los hombros restándole importancia. -¿Y por qué no?

Algente. ||Soukoku||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora