Soy la montaña

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Las montañas brumosas parecían tener rostros de piedras adornados por gigantescas barbas de árboles azules por la niebla que se confundía con el cielo blanco aquella mañana sobre un bosque azul que se podía llegar a confundir con los azules ríos y lagos sobre los que flotaba el cuerpo del capellán de la Quinta Brigada, Billy Reid, quien aquella noche había corrido desde el castillo verde de Gungor para dar el aviso de la llegada del enemigo, y que había sido interceptado a medio camino, por esos terribles enemigos, quienes se limitaron a descargar dos tiros sobre su rostro y dejarlo caer sobre el río, no sin antes permitirle dar el mensaje a Patitas Sucias, la libélula, y su escuadrón de aves, quienes fueron volando sobre los árboles y que fueron la causa por la que la Quinta Brigada estaba fuera de la bodega que le había servido de refugio todo este tiempo, ahora, tomando su desayuno congregados alrededor de una pequeña fogata. Las conversaciones se ahogaban en los árboles infinitos sobre los que se dejaba ver una luz azul que se recortaba por las sombras de algunos extraños seres; sin embargo, si uno estaba lo suficientemente de algún grupo podía llegar a oír lo que se rumoreaba entre las filas, rumores que hasta donde tenía entendido eran el tópico generalizado durante los desayunos, y que en este tomaron forma en la boca de McPhee de esta forma:                                                                                 

-¿Oyeron lo de Billy Reid?                                                                                                                                             

  -¿El capellán? No, sólo no lo he visto esta mañana. –Contestó David Rovics casi dormido.                

-¿Él está bien McPhee?- pregunté yo.                                                                                                                            

-En estos días perece sensato responder: depende de qué tan bien esté estar muerto. –Bebió de su jarrón de cerveza.- El hombre del diario llegó esta mañana y dijo que había visto a su cuerpo flotar sobre el río cuando salía de su pueblo.                                                                                                          

 -Esos malditos monstruos sin corazón están acabando con los que si tenemos.-Fue lo único que la furia que experimenté en ese momento me dejó decir.

-Lo sé, y lo peor de todo es que no creo que valga verdaderamente la pena, no es una montaña importante ni segura, ¿No les aterra la idea de no regresar? ¿A ti Jhonny,- McPhee me miró a los ojos- qué dirá tu esposa cuando llegues a casa, si es que llegas?                                                                    

-¿Qué quieres decir? –David se había puesto a la defensiva.                                                                              

-Sólo digo que...-hizo un ademán con la mano que sabíamos que era sinónimo de deserción 

-¿Estás loco? –Dije con horror ante la idea de McPhee. 

 -Estúpido o idiota debo decir.- David nunca se medía en su hablar- Sabes perfectamente lo que pasará si nos alejamos de los nuestros, esas bestias nos matarán o peor aún, nos harán como ellos. 

 -Eso si logran alcanzarnos –McPhee detuvo la réplica de David con un gesto de la mano- y aún si lo hicieran ¿Realmente lo crees? Quiero decir, ¿De qué fuente confiable sacas esa información? Y no me digas que del rey o del capellán, es realmente sospechoso de su parte que digan eso, sobre todo del rey, si es que aún vive, si es que alguna vez vivió... 

 En eso, Jack Trollers, el más viejo y sabio de nosotros, que hasta entonces había permanecido en silencio, interrumpió a McPhee explosivamente: -¡Y vivirá! ¿A caso lo dudas? ¿No está el acaso luchando contra dragones invisibles en montañas más altas que la que defenderemos hoy? En cuanto a nosotros, no nos toca defender la mejor montaña, pero es una montaña al fin y al cabo. Billy Reid murió, pero nadie dijo por qué, él murió por una tierra libre porque hay un mal terrible allá afuera y debe ser combatido, porque hay cosas buenas en este mundo y vale la pena pelear por ellas. 

 -Y como la luz en el cielo, lucharemos por vivir -exclamé yo, ahora, inspirado por las palabras de Trollers. El desayuno había acabado, y la general Nancy Mulligan nos reunió en escuadrones y marchamos hacia el valle de Séan Fein. Pasamos por oscuros e infinitos bosques que a mi percepción se tornaban azules, verdes, amarillos, rojos y finalmente negros cuando llegamos a nuestro destino. A lo lejos vimos que partía un tren que desalojaba a los ancianos y niños de la ciudad, padres e hijos de los que lucharíamos hoy. La batalla comenzó frente al castillo verde, construido con una mezcla de piedra gris y musgo que le daba ese nombre, pero que se veía opacado por el cielo lleno de nubarrones y niebla sobre la que aparecieron nuestros mecánicos enemigos. El primero en caer fue Donald, manchando la cruz de San Andrés en su uniforme con sangre de su corazón. Y pese a todo nuestro esfuerzo y la ayuda que recibimos de Patitas Sucias, criaturas de nieve y los elfos que vinieron desde el bosque gris montados sobre unicornios, no pudimos hacer frente a esos hombres mecánicos montados sobre oscuros dragones que nos exterminaban con facilidad. Fue entonces que en una carga de mosquetes, bajo cañonazos y flechas que volaban sobre el oscuro cielo, que, sin tambores ni gaitas caí, en aquella mañana de Pascua, bajo la bruma azul. Pero antes de morir y con mi último aliento, vi la sombra luminosa del Rey que provenía de una lejana montaña hacia la que mi alma se dirigía, y esa sombra de luz nos guió a la victoria. Los hicimos retroceder y avanzamos. No volverían por mí. Pero eso estaba bien, había muerto defendiendo esta montaña y al final, ahora y para siempre, yo soy la montaña.

Cuentos de mientras se mira por la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora