Bet y David eran dos amigos con una tesis curiosa y discutiblemente cierta: Todos eran capaces de cualquier cosa por un poco del viejo metesaca; tesis que habían experimentado como cierta en carne propia cuando, en una ocasión que espero poder relatar en otro momento, fueron capaces de hacer toda clase de cosas tanto ridículas como desdeñables con el fin de escabullirse y engañar a sus respectivos novios para poder pasar una noche juntos.
Fue justo antes de producirse el primer orgasmo cuando un golpe de conciencia (muy probablemente provocado por el maquillaje de payaso que portaba David y el tatuaje mal puesto de una vaca sobre la cara de Bet) cayó sobre ambos y decidieron desde entonces, además de nunca volver a engañar a sus novios, que dedicarían sus ratos libres a provocar la misma conclusión mora en todo cuanto lujurioso se encontrasen.
Es por eso que se encontraban en el metro suburbano aquella tarde de enero. Hacía una tarde preciosa, pues la nubosidad blanquecina que había cubierto el cielo desde el alba daba ya paso a los rayos del sol que iluminaban de color rojo el vagón solitario en el que habían abordado.
En ese mismo vagón iba también una chica poco favorecía físicamente que vestía como si lo fuera, iba también una señora ya vieja con un escote más largo de lo que la higiene mental hubiera recomendado; estaba también un hombre de unos 60 años que hablaba por teléfono de forma lasciva con una voz considerablemente más joven mientras hacía viscos para mirar tanto a la vieja como a la chica.
Llegaron a la penúltima estación y todos, menos Bet y Daviddesabordaron el vagón. El viejo colgaba la llamada un tanto excitado cuando escuchó una voz detrás de él:
-Señor, ¿quiere tocarlas? - le dijo timidamente Bet con los pechos descubiertos asomados por la ventana.
El viejo quedó boquiabierto, pero al cabo de un rato, se sercioró cautelosamente de que el andén del metro estuviera vacío y se acercó para tocar los monumentales pechos anete él.
Pero entonces el vagón se sacudió y el viejo se sobresaltó. Se quedó con la mano extendida mientras el metro ganaba cada vez más y más velocidad.
-¡Corra, corra! ¡Todavía las alcanza! -Le gritaba Bet desde el vagón en movimiento mientras se ponía una máscara de cerdo.
El viejo corrió y corrió con la lengua de fuera por el andén cuan largo era hasta darse de bruces contra el fin de éste, cayendo de espaldas jadeando y probablemente preso de un ataque cardiaco.
Finalmente llegaron a la última estación del suburbano, Bet se posicionó en un extremo del vagón vacío y David en el otro. Cuando las puertas se abrieron cada uno se fue por su lado como si fueran desconocidos.
David alcanzó a ver a un joven alto, atlético, moreno y de rasgos finos que le daban la impresión de ser una escultura griega más que un hombre. Su nombre era Luis Enrique.
- ¿Entonces quedaron de verse en el hotel? - pregunta David sacando una bolsa de plástico de su mochila.
-Si, eso me dijo ella, la verdad muchas gracias por presentármela y organizar todo, así si que no se entera mi esposa o alguno de los metiches de mis hijos... ¿para qué es esto? - Enrique saca de la bolsa una peluca y un par de tacones.
-Es parte de el plan- le responde David- debemos cubrir absolutamente cualquier sospecha, para un observador externo y potencial delator parecerá un par de amigas que se hospedan juntas y no un encuentro sexual. Corre, ve al baño. Cámbiate y aféitate.
Y Enrique lo hizo, entrando como el macho alfa modelo y saliendo como una dama de atavío provocador.
Después de recibir un par de indicaciones de David para llegar al hotel, Enrique partió solo por la calle intentando no vomitar ante las miradas lascivas de los hombres (incluso uno le tocó e trasero) y tropezándose más de una vez con los tacones, haciéndose montones de moretones y heridas sangrantes.
Ya en el hotel estaba Ana, instruida por Bet para vestir como un hombre para disminuir las sospechas de un observador externo y potencial delator, pues parecería una reunión de amigos en un hotel y no un encuentro sexual.
El hotel, pese a estar en una zona bastante marginal de la ciudad, estaba bien cuidado y decorado de forma elegante. Su enormidad hacía fácil perderse por lo que Ana se acercó a una solitaria chica que caminaba por ahí, intentó hacer sonar su voz más grave y preguntó:
-Disculpe señorita, ¿me puede indicar donde queda el cuarto 153?
La chica pareció ofendida y le gritó:
-¡Aléjate maldito degenerado!- y se fue corriendo de ahí.
¿Había dicho algo de doble sentido? Ser hombre era bastante confuso.
Al fin logró encontrar el ascensor y fue piso por piso hasta encontrar la fila de cuartos 150 al 160.
En el reflejo del elevador Ana pudo ver a un hombre bajo, moreno y un poco relleno. Sintió repulsión y pensó "yo nunca andaría con alguien así", aunque después se sintió herida al darse cuenta de que era su propio reflejo de quien hablaba. Ella era partidaria de que todos los cuerpos son bellos.
Desde las cámaras del hotel se observa un pasillo vacío. Por el caminan un hombre pequeño y relleno, y una mujer vestida de forma provocadora.
Ambos se miran con desagrado, pero su mirada se torna cada vez más y más en una de incredulidad y confusión al ver que ambos se dirigen al mismo cuarto.
Ambos sacan la llave y se quedan atónitos cuando sus manos se juntan en el picaporte.
En eso sale una anciana del cuarto contiguo. Reconoce de inmediato la mirada de su instructor de yoga y su nutrióloga. Boquiabierta cierra la puerta. La que se iba a armar la mañana siguiente.
Afuera se encuentran Bet y David, observando como salen corriendo del hotel un hombre pequeño y relleno y una mujer vestida de forma provocadora.
Bet come plátanos con crema y David un bote de papaya picada.
-Sabes, -le dice David pensativo- creo que, al final de todo, la papaya y el plátano saben muy bien al momento, pero no alcanzan a llenarte completamente.
-Es una analogía interesante- le responde Bet.
- ¿Cuál analogía? Lo que quiero decir es que con fruta nada más no nos vamos a llenar, mejor vamos por unos tacos de pastor. - David mira su reloj- Son las 4:13, creo que todavía está abierta la taquería de don Juan, está cerca de aquí. Llámale a tu novio y vamos.
-Llámale a tu novia y vamos- Responde Bet con una sonrisa.
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Cuentos de mientras se mira por la ventana
AventureEstaré publicando pequeños cuentos que espero que me ayuden a corregir y editar para meterlos en concursos y así.