Prisionera

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No quería despertar, aquello se repetía en mi mente a cada instante, el último beso, la última caricia, su cuerpo sin vida cayendo delante de mí.

La vida estaba rota nuevamente, como mis sueños. Solo me quedaba resistir un día más, la tortura de mi atormentada vida.

Debía abrir los ojos y enfrentar la realidad. Primero uno, después el otro. Cuando abrí los dos estaba nuevamente en mi habitación. Mi cárcel relucía ante mí. Me levanté intentando salir pero la puerta estaba cerrada. Corrí a la ventana para descubrir las rejas de mi calvario. No había ninguna oportunidad, Tal vez si gritaba alguien me escucharía. Y así lo hice.

Joaquín llegó enseguida.

— Te despertaste— tenía el arma en sus manos apuntándome.

— Joaquín ¿qué vas a hacer?, matarme.

— No sé todavía, quiero que te pongas esto — sacó del placard un vestido rojo muy corto y lo colocó en la cama

— ¡Estás loco!

— No te dije que hables, ponte esto.

Tomé el vestido y me lo coloqué.

— Muy bien, ahora acostate en la cama, y estira los brazos.

Tomó una soga y ató mis manos en el respaldar de la cama. A pesar de que intenté defenderme no pude.

Una vez acostada empezó a recorrer mi cuerpo con el arma. Podía sentir el cañón helado sobre mí. Estaba aterrada, su sonrisa macabra daba aviso que estaba dispuesto a todo.

Levantó mi vestido y tomó mi bombacha, jaló hasta romperla. La acercó a su nariz aspirando su olor. Me miró sonriéndome antes de esbozar.

— Te gusta Putita, esto te excita. — Pasaba la 38 por mi entrepierna— no es como en tus libros. A tus protagonistas les gusta que le metan cualquier objeto dentro de ellas ¿verdad? — con fuerza introdujo el Cañón en mi vagina. Ese metal duro me estaba lastimando. Lo movió de adentro hacia afuera un par de veces, luego lo retiró, dejándola en la mesa de luz.

— Es hora que sientas un verdadero hombre. Vos sos mía. Se posó sobre mí, para humillarme, penetrarme, violarme. Violentamente, entraba y salía, con cada arremetida mi pequeño valor se disipaba.

Sus jadeos y su risa retorcida, destruían lo que me quedaba de esperanza. Cerré mis ojos esperando que todo acabara. Intenté recordar a Renzo. Ahora solo esperaba que jalara el gatillo para estar con él.

Cuando terminó se levantó. Intentó besarme tomándome con fuerza del mentón. Presionó tan fuerte que mis labios se cortaron.

— Te gustó, preciosa. En un rato vuelvo por más.

Solo lloraba desesperada. No había forma de salir de esto. La tristeza me consumía. Sentía que mi cuerpo pesaba, me hundía en mi cama. Sentí que mi cuerpo se partía en dos. Me elevé por los aires intentando escapar. En un segundo, estaba junto a Renzo amándome, besándome, con su risa espontanea, sus comentarios sexuales. Su tibio aliento en mi cuello mientras duermo a su lado. El sonido de su corazón como la canción a arrulla mis sueños. De a poco me voy a su encuentro para sepárame totalmente del infierno que me consume. Un líquido frio en mi rostro me despierta.

— Emmaaaa, Emmaaa, No te duermas — escucho su risa perversa y abro los ojos— por fin, traje un buen vino para brindar — agarra la botella y trata de que tome un poco. Yo muevo de un lado hacia el otro mi cabeza tratando de evitarlo.

— Pero toma — toma mi mentón con fuerza para que abra la boca y mete la boca de la botella en mi garganta, me está ahogando, toso con fuerza, para tratar de respirar.

— te gustó preciosa. Brindemos por nuestra unión toma un sorbo.

— Estás loco, maldito hijo de puta — sigo tosiendo intentando abrir mi garganta y respirar.

— Antes te gustaba tomar, este vino es para vos— vierte el contenido sobre mi cuerpo.

— Hijo de puta— grito con fuerza.

— Si ya sé querés que te saboree, pero dame un descanso. No puedo todo el tiempo.

Se acerca para besarme pero yo lo escupo. Se limpia la cara y me da un puñetazo que me deja inconsciente.

Vuelvo a soñar con él, mi niño, mi hombre, aun escucho sus palabras, amándome, necesito ir a su lado. Unos golpes me despiertan alguien tocó la puerta. Es mi salvación, necesito que me escuche. De a poco mi agónica vos sale de mi garganta. Ojalá escuche mis gritos. Intento hacer el mayor ruido posible.

— Auxilio, ayuda por favor. Auxilio.

Escuchaba a Joaquín hablar con quién estaba en ella, de golpe sentí gritos, parecía que peleaban, luego un ruido agónico. Yo seguía gritando. Sentí que la puerta se abría nuevamente. Joaquín se acercó a mí.

— Dejá de gritar o van a morir más personas — comentó mientras limpiaba un cuchillo. Su ropa estaba manchada con sangre.

— ¿Qué hiciste, maldito? — grité con bronca.

— Vos lo hiciste, desgraciada— se acercó con el cuchillo pasándolo por mi cuello. Luego por mis brazos hasta llegar a mis ataduras y soltarlas— si vuelves a gritar mataré a tus hijos.

Solo pude acurrucarme en la cama y llorar desconsoladamente.

Estaba desmantelada, mi alegría quedó olvidada por los rincones de mi prisión, el aire era irrespirable, la locura se adueñó de mi cuerpo y me abalancé contra él, Tantos años de soledad, de desesperación, de amargura me dieron la fuerza incontrolable para levantarme entre las cenizas que era mi vida. Los primeros golpes fueron a su rostro, intentaba arrebatarle esa sonrisa perversa de su rostro. Enloquecida, arrojaba un golpe tras otro, no paraba de mover mis manos, solo atinó a cubrirse. Sabía que no podría con él pero al menos terminaría con este sufrimiento. Mi odio estaba depositado en ese cuerpo vil y cruel que alguna vez había amado.

Una y otra vez golpeaba su cabeza. De repente, un puñetazo me arrojó al suelo. Intento levantarme pero vuelvo a ser golpeada. Estoy atontada, a punto de desvanecerme. Otro golpe hace que mi cabeza rebote. Ya no puedo defenderme, estoy a su merced a la espera de mi muerte.

UN AMOR DE NOVELADonde viven las historias. Descúbrelo ahora