CAPÍTULO 9

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Todavía siento el calor de su cuerpo. Acabo de bajar las escaleras, todavía temblorosa, y siento que tengo aún su respiración entrecortada frente a mí. No soy consciente todavía de lo que acaba de pasar, si, es cierto, me ha reconocido, y aunque esa esperanza la tenía desde el primer momento, nunca pensé que las cosas ocurrirían de esta forma.

Se tira a abrazarme, le siento desesperado, falto de cariño tal vez. Me sumerjo entre sus brazos y disfruto del momento pero me doy cuenta enseguida que de sus ojos brotan pequeñas lágrimas que ahoga en aquél sentido abrazo. Quiero calmarlo, pero no se como hacerlo, y probablemente lo que hago es lo peor que podía haber hecho, por él y por mí. Me acerco a su cuello, sintiendo un dulce aroma que embriaga todos mis sentidos y le doy un tierno beso. Su respuesta es innata, innata e inmediata, un escalofrío le recorre el cuerpo y su piel se eriza al instante. Recorro sus fuertes hombros y su espalda con la palma de mi mano. Le noto intranquilo y no entiendo muy bien qué está ocurriendo. Me separo de él un poco y me firma. No me pregunta ni mi nombre, nada, se pone a escribir sin mirarme. Cojo la libretita de canciones y el disco y camino y le beso de nuevo, esta vez en sus cálidas mejillas.

Me toca salir de allí, la mirada de sus agentes me lo dice, y me voy hacia las escaleritas de la salida, pero enseguida noto como unas manos me frenan sosteniendo mi brazo con fuerza. Me giro y le veo de nuevo. Me atrae hasta él y se acerca a mi oído estremeciendo mi cuerpo. Me pide que no me vaya, que le espere allí bajo. Vuelvo en si y emprendo de nuevo el camino para bajar del escenario. Allí está Claudia mirándome sonriente.

Mi mente baila entre un sinfín de ideas, pensamientos y contrariedades que no me dejan pensar con claridad. Mi corazón me pide que me quede allí, que quiere verle, quiere volver a tocarlo, pero mi cabeza no me deja escucharle, mi cabeza se empeña en que debo salir de allí, y cuanto antes. Abrazo a mi amiga y siento una fuerte punzada en el estómago. Tengo miedo, si, esa es la palabra. Tengo miedo de lo que acaba de pasar. Miedo al no entender sus gestos, sus miradas, sus actos. No entiendo que acaba de suceder allí arriba. Tengo que salir de allí o la ansiedad volverá a apoderarse de mi cuerpo y caeré de nuevo, como aquél día.

Claudia me zarandea devolviéndome a la realidad. –Vámonos, mira la que se está liando y yo quiero salir viva de aquí, me dice. Perfecto, ya tengo excusa, no tengo que mentir, me ha salido redondo. Asiento y me dejo llevar por ella hasta la salida. -Buff, pensé que me moría. Me empujaban por todos lados. Me dice resoplando. Cambia enseguida el gesto, y veo su sonrisa y la alegría en su rostro. ­-¿Y tú qué, eh? ¿No dices nada? No me extraña hija mía, vaya abrazo que te ha dado Pablo, ¿eh?, ¿Te ha reconocido o es que te le has tirado al cuello? No para de preguntar y me está poniendo más nerviosa de lo que ya estoy. Intento cambiar el gesto y finjo una sonrisa. –Si, le he abrazado yo. No sé si me ha reconocido o no. Miento, odio mentir, y más a mi mejor amiga, pero ahora no puedo contarle la verdad. Me obligaría a volver a la firma y es lo último que quiero. Mañana, con más calma ya se lo contaré.

-Vaya, tanto, tanto que quería verte, ¿y para qué? Vaya cabeza tiene el muchacho. Sigo escuchando las palabras de mi amiga. Intento quitarle importancia y fingir que estoy feliz por haberle visto. –Con todas las caras que debe ver al cabo del día, no es extraño que no se acordara de mí. Le digo. ­–Vaya, no pensé que te lo tomaras con tanta filosofía... A mí si que me ha conocido. Me dice: "Claudiaaa y he muerto... Me río para mis adentros, me provoca tanta ternura que me duele tener que mentirle. –Hombre, a ti te ha visto más veces, y has desayunado con él y todo, como para no acordarse..., insisto.

Subimos al autobús y me dejé caer cansada e inquieta en el asiento. Diviso la larga cola que queda todavía a las puertas del centro comercial, realmente todo lo que provoca ese hombre es una bendita locura. Sigo pensando en lo que ha ocurrido hace apenas unos minutos pero Claudia me devuelve por enésima vez, a la realidad.

-¿Y el disco? ¿Qué te ha puesto? Cierto. Me he olvidado por completo de la firma. Meto la mano en el bolso y lo encuentro enseguida. Lo aguanto entre mis manos y lo abro en busca del folletito que se encuentra en el interior.

"Te he echado de menos princesa, no sabes las ganas que tenía de volver a verte. No te olvidaré"

Lo leo y me quedo helada. Noto como alguien tira del libretito y no me preocupo, mi mente está demasiado ocupada pensando en sus cosas. –Uauu... te ha reconocido...Mierda, lo sabe. –Si... me ha reconocido. Me limito a decir. –Es un amor, ¿no me digas que no? Dice. –Lo es, lo es, murmuro.

Llego a casa, por fin, estaba deseando salir de todo aquello. Subo a mi habitación e intento hacer como si nada hubiera ocurrido. Me meto en la ducha en busca de un poco de tranquilidad y sé que un reconfortante baño es lo perfecto. Me sumerjo en el agua caliente y dejo que mi imaginación y mi mente viajen donde quieran, aunque sé qué rumbo van a tomar. Me dejo llevar por las sensaciones que he tenido aquella tarde, y salgo de ese baño directa a la cama, no tengo hambre, mañana será otro día.

Un fuerte escalofrío me despierta, el sudor frío y la ventana entreabierta me destemplan. Me levanto y miro el reloj de la mesilla. Las tres de la mañana, pero necesito hablar con alguien, la situación me supera...

-Cinco minutos más, oigo tras el teléfono. He llamado a Claudia, la única que me entiende.

-Claudia soy yo, te he llamado, no es el despertador. No oigo nada, solo silencio. –Soy imbécil.

-Qué pa-pasa, me dice entre bostezos.

-Me reconoció, se abalanzó a abrazarme y lloraba...

-¿Qué? No sé si lo dice porque sigue dormida y no entiende lo que le digo o porque la he sorprendido.

-Pablo. Me limito a decir.

-Si, si, ya sé que hablas de Pablo. Pero...

-Lo siento, te he mentido pero no podía... Las lágrimas inundan mi rostro mientras hablo, y me dificultan la tarea.

-Ai cariño, me estás asustando. ¿Qué ha pasado? Está preocupada.

-No sé Claudia, digo entre sollozos. He subido, estaba muy nerviosa y veo que se gira a mirarme, y me que quedado allí, intentando aguantarle la mirada. Sin darme apenas cuenta he sentido su abrazo, me abrazaba con fuerza Claudia, no sé ni cómo describirlo...

-Eh, tranquila mi niña. Ya pasó, ya pasó. Trata de consolarme, mi llanto es cada vez más evidente...

-Luego le vi llorar. Lloraba Claudia, no sé porqué pero vi como lloraba. Le besé, le abrazaba intentando calmarlo. Luego me firmó y cuando estaba a punto de marcharme se acercó a mi de nuevo y me dijo que le esperara. Que me quedara detrás del escenario que quería hablar conmigo. Consigo decirlo todo, las lágrimas resbalan por mis mejillas, e intento frenarlas antes que se adueñen de mi boca. Pero puedo decirlo todo, del tirón.

-Pero mi niña, ¿por qué no... Me dice incrédula.

-No pude, no sé porqué, no quería mentirte, de verdad. Pero tenía miedo. Claudia no entiendo qué está pasando, y tengo miedo.

-Tranquila, tranquila o volverás a tener un ataque de ansiedad. Mira, vamos a hacer una cosa. Te vas a tumbar en la cama, y te vas a abrazar fuerte, fuerte a la almohada, y prométeme que intentarás dormir. Mañana será otro día y estarás más tranquila. Te prometo que antes de que te des cuenta estoy ahí y lo arreglamos todo, ¿si? La adoro, en serio. Me ayuda tantísimo, que no sé qué haría yo sin ella. Le hago caso, cuelgo e intento relajarme en la cama, mañana, como digo, será otro día.

LA CHICA DE PABLODonde viven las historias. Descúbrelo ahora