Capítulo 1

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'Soft Beginnings'

Siglo XVIII

Grecia, Athenas – Santuario

Enero, 24 de 1746

Albafika, Santo Dorado de Piscis suspiró profundamente, irritado con su compañero de batalla y se podía decir que mejor amigo, Manigoldo de Cancer, que al parecer no podía controlar lo que salía de su boca y tenia algunas semanas de un humor extraño, aunque seguía yendo a Rodorio, la aldea más cercana al Santuario, a tomar algunas veces solo y otras acompañado del famoso Escorpiano y uno que otro de los Dorados.

Justo su amigo acababa de irse, pues se dirigía a entrenar al coliseo, ya que había estado en la Cámara Papal recibiendo su acostumbrado sermón sobre sus algunas veces cuestionable comportamiento y después de este, había ido a visitarlo con toda la intención de quejarse y molestarlo en el proceso, cosa que había conseguido con mucha eficacia.

Pinchando el puente de su nariz, tomó los libros que previamente había ido a buscar a Acuario antes de encontrarse al Canceriano en su Templo husmeando, y decidió llevarlos a la pequeña cabaña que estaba construida en medio de un gran campo de rosas envenenadas de dulce olor, donde solo podía escucharse el sonido del viento y nada más, puesto que cualquier tipo de animal salvaje que en otra ocasión se encontrara en campos como aquel, moriría en ese ambiente cargado de letalidad.

Su vivienda no tenía más de dos cuartos y el espacio de la cocina era compartido con la sala que hacia al mismo tiempo de comedor, era bastante reducido, pero para una persona estaba bien, pues nunca recibía visitas en ese lugar realmente, y encontraba que vivir en el Templo daba mas trabajo y podía ser particularmente peligroso para las Vestales que pasaban constantemente por allí limpiándolo y básicamente manteniéndolo en pie, aunque no había mucho que arreglar, dado que rara vez pasaba una noche allí, aunque si tenia su oficina y pequeña biblioteca que frecuentaba.

Depositó las cosas en la mesita de madera tallada a lado de su cama, y con un último suspiro dejó ir toda la irritación que su amigo le causara, dedicando algo de tiempo a recoger unas prendas sucias que iba a llevar al sesto en el Templo para ser lavado por las Vestales, antes por su puesto, se aseguró de que no hubiera nada que pudiera causar envenenamiento a nadie, como alguna mancha de sangre o algo por el estilo, y una vez estuvo satisfecho, los tomó bajo su brazo y se encaminó nuevamente a su lugar de vigilia.

Justo acababa de dejar las prendas sucias en la destinada canasta y estaba regresando por el pasillo cuando percibió una presencia acercándose a su Casa, y contuvo una imprecación pensando que tal vez Manigoldo o incluso Kardia estaba de humor para meterse con él ese día, por lo que se dirigió a la entrada a decirles que se largaran o les iba a ir mal, pero rápidamente percibió que no se trataba de ninguno de estos, y que de hecho, no era ningún Santo, por lo que solo quedaban dos opciones, una era alguien que hubiera ido a pedir algo al Pope o era la chiquilla yendo a dejar las flores acostumbradas esa semana.

Al instante sus pasos se detuvieron, indeciso de si quería ser visto o no, pues, aunque ella no pareció molesta por sus rudas palabras aquel día cuando el alba se asomaba por el horizonte y tuvieran su primera conversación luego del día lluvioso donde le presto su capa para que ni las flores se marchitaran ni la chica se enfermara por el nubarrón. Por lo general él no era proclive a entablar conversación con los aldeanos a menos que fuera preguntando por un incidente o por explicitas ordenes del Pope, cosa muy rara, dado que su ilustrísima sabia de su reluctancia a interactuar con otros y el peligro que esto entramaba, por ende, estaba de más decir que no tenia ningún tipo de experiencia en tratar con aldeanos que no fueran sospechosos de alguna fechoría.

Golden RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora