Capítulo 2

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'Lessons and Closeness'

Grecia, Athenas – Santuario.

Junio, 17 de 1746

Había pasado seis meses desde que tuvo la primera conversación con el Santo de Piscis aquella mañana, y ciertamente no lo había visto para nada luego de que él la ayudara a llevar la carreta llena de flores, pero según había escuchado por el Santuario eso era porque se encontraba fuera de Grecia en una misión, por lo que ella se limitó poner los ramilletes en una de las mesas que se encontraban cercana a la entrada, y puesto que no los veía a la semana siguiente supuso que las Vestales que trabajaban allí las habrían retirado. Aunque si pensaba detenidamente no recordaba haber visto a ninguna de las compañeras de sus amigas Fluorite y Shea, por la Doceava Casa Zodiacal, pero como no era de su incumbencia se abstuvo de ponderar sobre ello.

Sus días estuvieron llenos de mucho trabajo, pero de vez en cuando se tomó un tiempo de descanso que la pasó con sus dos amigas, lo cual era algo relativamente nuevo para ella ya que no solía llevarse del todo bien con las otras muchachas de la aldea, no era que se odiaran ni nada por el estilo, simplemente no tenía muchas cosas en común además del hecho de vivir en el mismo pueblo, y de todas formas o eran mayores que ella o eran menores, por lo que no había habido punto medio anteriormente. Pero eso cambio para mejor, por lo que estaba extasiada y agradecida por las dos chicas que habían llegado y que trabajaban para la Diosa Athena como Vestales consagradas, hubieran ido a vivir allí recientemente, y se hubieran convertido en amigas, aunque tuvieran personalidades diferentes y fueran de distintos países habían encontrado cosas en común que las unió en una bonita amistad.

Luego de tomar el ramo diseñado específicamente para la Diosa de la Guerra de esa semana, y el pequeño ramillete para el Pisciano, Agasha se despidió de su padre quien se quedaría atendiendo el negocio, aunque ese día en particular estuviera algo flojo aun así tenían ventas decentes, para irse al Santuario.

El camino que llevaba de Rodorio a ese lugar donde entrenaban y vivían no solo la Diosa regente y el Pope, sino también cada uno de los ochenta y ocho Santos bajo su dominio era amplio y tomaba alrededor de quince a veinte minutos de transitar, dependiendo de la prisa que la persona llevara; estaba compuesto de árboles a cada lado del camino hasta que aproximadamente a medio camino cambiaba a piedras y escaleras hechas hacía mucho tiempo, con algunas columnas partidas aquí y allí, más ciertamente nadie podía alegar perderse siendo el sendero uno solo, sin ningún tipo de desvió.

Especialmente al cruzar el arco erigido en piedra indicando la entrada al Santuario.

Luego de allí podía escucharse a lo lejos las prácticas de los aspirantes a Caballeros y ver en diferentes puesto a los guardias del lugar custodiar los alrededores con una que otra Vestal caminando con prisa, pero cuando te internabas aún más en dirección al lugar donde estaban las Doce Casas Zodiacales el silencio volvía a reinar, habiendo dejado atrás el famoso coliseo donde se decía realizaban las contiendas para ganar una Cloth o juzgaban a cualquiera que infringiera una ley sagrada de Athena. Para llegar al Primer Templo, Aries, había que subir otro tramo de escaleras flanqueadas por algunos pilares, ya que el lugar se encontraba tallado en una pequeña montaña desde la que se podía ver el inmenso bosque que lo rodeaba y también la aldea al pie de este, y una parte del mar con las islas en el horizonte.

Al pasar por el lugar fue saludada por algunos guardias y aprendices como aquel interesante chico de cabellos castaños y ojos marrón rojizo llamado Tenma, al que Dohko de Libra había traído desde Italia hacía unos meses atrás y el cual estaba acompañando a entrenar en ese momento, aunque otros simplemente se limitaron a ignorarla ya fuera porque estaban ocupados con sus obligaciones o porque no sentían que hablar con ella mereciera la pena, como aquel chico llamado Yato, que junto a sus amigos no le prestaron atención, aunque eso a ella no le importo; Siendo ya habitual el ir por allí para hacer las ofrendas de flores era reconocida por los habitantes del lugar, y estaba más que acostumbrada a las diversas respuestas que estos tenían hacia ella aunque en un principio la hubiera intimidado de sobremanera.

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