II

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Alfred salió de su cuarto ya bañado y vestido, luego de haber ordenado los papeles de su maletín de cuero. Sus pasos retumbaron por todo el largo pasillo de aquella casa de estilo victoriano. Cuando se topó de cara con la puerta de su hijo la golpeo con fuerza para que se despertara.

Al otro lado de la pared se encontraba John ya despierto, observando el techo, pues su sueño ligero había sido interrumpido por el ruido de la ducha.

Sin muchas ganas se levantó, mientras que Alfred se encontraba abajo preparando su desayuno. Se había preparado un café con leche y unas tostadas con mermelada de mora. Aquel desayuno era el que se servía todas las mañanas y que comía siempre de la misma manera, como si fuese un ritual. Se sentaba en la mesa de la cocina y se llevaba el café a la boca, con la mirada puesta en la ventana que daba a la calle. Tranquilamente seguía con su desayuno y para cuando la regadera del baño de su hijo se apagaba, él ya había terminado el desayuno, por lo cual, mientras John se vestía, Alfred alcanzaba perfectamente a lavar los platos con tranquilidad, para luego salir de la casa al escuchar la escalera crujir.

John entró a la cocina para preparar su yogurt con cereal. Aún con sueño se sentó en la mesa, en la misma silla en la que su padre se encontraba antes de ir a trabajar, y comenzó a comer mientras aburrido leía la caja de corn flakes.

Por suerte llegó el autobús a salvarlo del aburrimiento en el que se estaba ahogando. Salió con la mochila en hombro y una leve sonrisa en sus labios, puesto que no podía esperarse ni un minuto más para ver el ceño enojado de su compañero Iván. Cuando se encontró frente al autobus, subió las escaleras con grandes pasos y saludó al chófer, quien lo ignoró como cada mañana. Caminó por el pasillo del vehículo con rapidez, en busca de un asiento que lo protegiera del primer gran impulso que el autobús daba al ponerse en marcha. John se preguntó porqué seguían teniendo al mismo hombre de chófer, si ya varios chicos habían sufrido de golpes levemente graves a su cuidado, sin embargo, una notificación hizo que aquel pensamiento se esfumara al instante.

Grupo: George huele a poto.

Pete: [Foto]

George: ¿De quién es?

Pete: No sé, la subieron al confesionario.

Stuart: Dicen que es de un tipo que llegó este año.

John no escribió nada, sólo se quedó analizando la foto en silencio hasta que el autobús se detuvo fuera de la escuela. Cuando todos comenzaron a levantarse de sus asientos, él apagó su celular con rapidez para así seguir a la masa de jóvenes estudiantes. Abajo del vehículo se encontró de frente con la maravillosa fachada de su colegio, que poseía un toque moderno a pesar de haber sido construida hace más de un siglo. Los alumnos descansaban sentados en el verdoso pasto de la entrada, mientras él subía los escalones para llegar a la puerta principal, donde lo esperaba su amigo Stuart. Con una sonrisa lo saludó, mientras que el pecoso se sacaba los lentes que de sol que llevaba puestos.

— Iván está como loco ¿Que le hiciste ahora?— preguntó divertido, pasando su mano detrás de la espalda de su amigo, como si fuesen dos futbolistas posando para una foto de equipo.

— Digámos que fue algo así como un saldo de cuentas.

Ambos chicos se adentraron a hall principal, siendo iluminados por el sol que gracias al domo de cristal se reflejaba en las baldosas blanquecinas de los pasillos. Caminaron como pudieron entre tanta gente que se movía de un lado a otro.

— Me encantaría saber más, pero tengo que ir a dar una prueba atrasada— dijo separándose de él al tiempo que señalaba su reloj de mano--. Suerte con Vaughan.

John soltó una risa burlona.

— Suerte a ti con la prueba— le gritó a su amigo que ya se encontraba a unos metros de él.

— ¡La necesitaré!

El castaño negó con la cabeza, al tiempo que se adentraba al pasillo en el que se encontraba su casillero.

Cuando llegó a esta escuela, a comienzos de la secundaria, fue recibido por Stuart, quien para ese entonces ya había repetido un curso. Las anécdotas que tenían ambos eran infinitas. El pecoso se transformó en una especie de mentor para el castaño, puesto que le había enseñado lo necesario para no ser el blanco de bromas y humillaciones en la escuela.

John abrió su casillero de par en par y metió su mochila, la cual contenía tan sólo un par de bolígrafos negros y la tarea a medio hacer de aquel día. Justo cuando lo iba a cerrar alguien se le adelantó, golpeando el casillero con fuerza. El castaño por suerte logró sacar el brazo, puesto que de lo contrario su mano habría quedado estancada entre la estructura de metal.

— Iván— lo saludó John con total normalidad—, creo que tu casillero se encuentra en otro pasillo.

— Me la pagarás Lennon— escupió Vaughan con rabia—, me pagarás cada maldito céntimo que cueste la reparación del auto.

Y es que John quizás se había pasado de la linea esta vez. Puede que destruir la pintura del nuevo auto de iban había sido un poco extremo como venganza por andar contando cosas de él por todo el colegio, sin embargo, a John parecía no importarle mucho, pues ya era hora de que dejara de pasarlo a llevar. Hubieron advertencias, toca el castigo.

— ¿Ah si?— cuestionó indiferente, al tiempo que se alejaba de su casillero, dejando al pobre Vaughan plantado.

John se sentía orgulloso y por fin ganador de esa eterna batalla en la que estaba metido desde hace ya dos años. Iván estaba iracundo, por otro lado, estaba iracundo e impulsado por aquel arrollador sentimiento empujó al joven castaño, quién voló por unos segundos antes de caer arriba de otro chico.

— ¡¿Que te pasa, imbecil?!— bramó John con rabia, antes de levantarse del suelo con unas enormes ganas de darle su merecido, sin embargo, el rostro pálido del chico lo detuvo y, sin saber que ocurría, dirigió su vista a donde su enemigo observaba.

Un chico yacía en suelo con la mano en la boca y una expresión de miedo puro en el rostro. John no entendía que estaba pasando hasta que el chico alejó la mano de su boca tan sólo unos centímetros. Tenía sangre.

— Mierda... lo siento— se disculpó el castaño mientas varios alumnos observaban la situación desde lejos.

John se arrodillo para ayudar al chico a recoger sus libros, que habían quedado desparramados por el suelo gracias al golpe. Cuando terminó de juntarlos todos se los entregó, pero no los agarró, siguió en su puesto, con la mano en la boca y los ojos llenos lágrimas.

— ¿Estás bien?— le preguntó el castaño al ver que no se movía del lugar.

El chico negó entre sollozos.

— Creo que se me partió un diente.

John iba a preguntarle algo más, sin embargo, la mirada del chico ahora se encontraba observando arriba suyo. El castaño curioso copió la acción, encontrandose de frente con el rostro de la inspectora.

Across de universe. -mclennon-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora