Capítulo 1

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Recuerdo haber llegado a este mundo, vacía. Recuerdo la textura de la corteza del árbol la cual estaba adherida a mi cuerpo. Un mechón de cabello caer y ver muchas otras criaturas que, como yo, comenzamos a salir del frío tronco de árbol.

No sabía quién era, pero algo era claro; estaba segura de qué era. Por alguna extraña razón eso lo sabía, como si hubiese estado lista esa respuesta para cuando comenzara a preguntármelo. Era una Dríada, ¿Para qué existía? Cómo me llamaba, o en dónde me encontraba; eran preguntas que en aquel momento no podía responder. Sin embargo, ahora, en este precioso instante que estoy escribiendo esto, puedo decir que mi nombre es Noelin. Y la verdad, es que podría responder las demás preguntas, pero creo que, si hago eso, estaría escribiendo esto en vano. Es mejor dejar que poco a poco se introduzcan en mi historia y que conozcan las respuestas a mis preguntas cuando yo (Bueno, cuando mi yo del pasado) las descubra.

Cuando descubrí que no era la única Dríada que había llegado a aquel frío solitario mundo, y mis piernas salieron del tronco, sentí algo martillar contra mi pecho, y un fuerte deseo. Un anhelo que quemaba profundamente. Y era sorpréndete; eran increíble cómo podía saber cosas, cómo nombrar sentimientos, emociones, cosas...

Cuando mis pies tocaron el césped, estos se doblaron inmediatamente haciéndome caer.

Mi corazón latía violentamente dentro de mi pecho, y mis ojos, llenos de asombro, observaban cómo las raíces del árbol del que había salido, comenzaron a moverse, se acercaron suavemente a mí y me levantaron del suelo.

Levanté mis manos y noté que tenía lianas envolviendo cada uno de mis dedos. El color marrón de las puntas de esto, se hacía más claro entre más se acercaba a la muñeca.

Cu-ri-o-si-dad

Eso sentía.

Curiosidad.

Tenía preguntas. Tenía dudas, tenía interrogantes. Tenía una voz, la cual utilicé por primera vez cuando una de mis dudas pasó de mi cabeza a mi garganta. ¿Qué es este lugar?

Caminé. Caminé lentamente hacia el grupo de Dríadas que, llenas de inmensa curiosidad, se reunían. Había muchas, altas figuras; algunas de cabello verde, otras con cabello color café, y algunas otras con cabello amarillo. Tasas las Dríadas tenían grandes ojos, y los colores eran diversos. Logré ver qué algunas tenían su piel de tonos muy pálido, pero muchas otras tenían la piel un tanto más oscura. Algo era seguro; todas tenían algo en común. El color verde. El color verde aparecía como pequeñas motas en todo el cuerpo. Noté algo más: Todas las Dríadas eran hermosas. Cuerpos curvilíneos, grande Senos, y caderas anchas.

—¿Cómo te llamas? —escuché decir a mis espaldas. Giré la cabeza y miré hacia atrás para lograr ver quién me hablaba.

— Noelin, es mi nombre. —respondí.

La Dríada que me había hablado, era una alta figura de ojos azules, piel morena, y una gran mata de cabello verde. Me miraba con una demasiado seria—. ¿Y tú? —pregunté. Y una vez más me di cuenta de que era sorpréndete cómo podía saber tanto y a la vez saber tan poco.

—Hoeni—respondió, me dedicó una sonrisa y no volvió a decir más nada.

Después de unos minutos de un irritante silencio, murmullos comenzaron a escucharse. Las Dríadas hablaban entre sí y muchas otras comenzaban a caminar alejándose del tumulto.

Pensé que había quedado sola en aquel lugar, cuando de repente sentí unos dedos palpar mi hombro.

Hoeni.

—Sígueme. —dijo. Me tomó de la mano y comenzó a correr.

Mi corazón comenzó a la latir violentamente. Un martilleo incesante en mi pecho. Una respiración agitada; una sensación de adrenalina recorrer cada poro mi cuerpo, un abrumante deseo de saber. Una curiosidad que comenzaba a consumirme, y el deseo de tener algo. Aventura.

—¿Qué haces? —pregunté con voz entrecortada a causa de la agitación.

—Estoy siguiendo la voz.

Corríamos abriéndonos paso entre los árboles y cientos de lianas que caían sobre nuestras cabezas. Mientras corríamos, podía captar los aromas. Un olor embriagante entraba por mis fosas nasales. Y por mi cuerpo entero, corría una sensación increíble. Indescriptible. No hay palabras.

Pasamos en medio de los árboles, mientras el pasto crujía bajo nuestros pies. Ráfagas de viento golpeaban nuestro rostro y agitaban nuestro cabello...

Algo llamó nuestra atención.

Algo diferente.

Algo desconocido.

Hoeni y yo intercambiamos miradas. ¿Qué era aquello? Me preguntaba, y por alguna razón, estaba segura de que la Dríada que me tenía de la mano se preguntaba lo mismo.

Había una pared de rocas, y en el centro un agujero que, sin duda llevaba a algún lugar.

—Vamos. —dijo Hoeni.

No estaba del todo convencida de hacer lo que me pedía. Era una completa locura, no teníamos la menor idea de lo que nos podíamos encontrar allá. Aunque...si lo pensaba bien, no tenía la más mínima idea de lo que me podría encontrar cuando me dejé llevar por Hoeni. Supuse que no hallaría nada diferente a lo que ya había visto, así que...

Asentí.

Caminé. Aquello era una completa locura. ¿Qué estaba haciendo? ¿Hacia dónde me estaba dirigiendo? ¿Por qué mi corazón latía más rápido conforme comenzábamos a introducirnos dentro del agujero de la pared?

Todo estaba oscuro; sin embargo, seguimos caminando. En realidad, Hoeni me obligaba a caminar. Yo quería mirar hacia atrás y correr, y volver de dónde había salido.

—Hoeni... Creo que deberíamos...

—¿Volver? —respondió al instante—. No... Tranquila. Todo estará bien.

Quise confiar en sus palabras, pero no podía. Quería creer que de otro lado todo sería igual, pero en el fondo sabía que no lo sería.

Una luz.

Logré ver una luz. Un pequeño resplandor, más allá. Al parecer todo iba a estar bien.

Dirigí mi mirada hace la Dríada que creía que iba a mi mano, pero no podía verla, y no solo porque todo estaba abrumantemente oscuro; sino también porque no estaba.

Apresuré mis pasos dirigiéndome hacia la luz, y grité su nombre dos veces.

—¡Estoy al final de la cueva! ¡Solo sigue la luz! —respondió al instante con una sumamente alta.

Respiré profundo, y corrí siguiendo la luz que me guiaba al final de la cueva. Pronto, logré ver a Hoeni de pie al final, y me acerqué a ella, que se encontraba concentrada en el horizonte. Al llegar, me quedé completamente hipnotizada con lo que ella veía.

El horizonte era infinito, una tierra árida; sin vegetación, sin árboles. Sin embargo, lo que mis ojos veían.

El panorama estaba vacío, desértico, hermoso. Nada era oscuro, nada era claro. Todo era claroscuro. Del lado derecho, el cielo era azul y un espiral hecho de polvo de estrellas, brillaba con intensidad. El Hydand.

Del lado izquierdo, el cielo era negro, y en lo más alto, se llamaba una figura semicircular hecha de cristal. El Dunx, y a su lado, las estrellas invadían el cielo.

¿Dónde estaba y cómo podía saber aquello? No tenía respuestas a aquellas preguntas. Pero quería obtenerlas. Estaba segura de ello.

MIRUM: El Origen de las DríadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora