Prólogo

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Parpadeó, el dolor haciéndose paso como ardiente lava por todo su cuerpo, ocasionando un quejido casi inaudible.
Su cabeza le latía horriblemente y tuvo que cerrar sus ojos ante la brillante luz que lo recibe. Intenta mover sus extremidades, pero cada una se sentía ajena a él y no respondían a sus ordenes.

"Maldición" piensa, liberando un suspiro de exasperación. El aroma a desinfectante y alcohol le hace cosquillas en la nariz, el pitido de las maquinas sonaba mil veces más fuerte a sus oídos, aumentando su dolor de cabeza.

El hospital.

¿Cómo acabo ahí?  Y por más que intento darse una idea, su memoria estaba en blanco y poco funcional. Al decidirse abrir sus orbes, pestañea varias veces para que la luz no lo ciegue; por lo que lo recibe el techo una vez logra enfocar bien y no ver borroso.

El techo de un soso blanco.

—¡Vaya! Haz despertado.—casi en alerta por ser tomado de sorpresa, gira su rostro en dirección de la voz y una alegre enfermera de cabellos castaños, le dedica una sonrisa. Él, no puede hablar en absoluto.—Llevas dos días dormido, bajo medicación debido a la conmoción cerebral que se te identifico.—explica, acercándose a su cuerpo y chequeando sus signos vitales. Sin embargo, no lograba calmar su agitación personal. ¿Conmoción cerebral?—Mi nombre es Mia, ¿Recuerdas tú nombre?—pregunta apuntando a sus reflejos oculares con una pequeña linterna.

Sintiendo el sabor amargo de los medicamentos en su lengua, habla, su voz sonando cómo engranajes sin engrasar.—Shina...—dice, a medias, notando como le costaba hasta hablar.

—Bien, Shina. Por el momento, estas respondiendo bien, el tratamiento funciona y probablemente vayas a casa pronto.—la enfermera no espera repuesta, solo se marcha de la habitación iluminada con pasos cortos pero rápidos, anotando su progreso en las hojas que llevaba. Cuando la puerta se cerró en un "click" actúa.

Entonces, ignorando completamente su dolor corporal; se sienta en la cama dura de hospital y su espalda cruje, en un sonido que para nada sonaba alentador y tomando la aguja intravenosa que atravesaba su brazo; la jala. El punto expuesto de la herida por el instrumento lo ignora y una vez sus pies desnudos tocan el suelo, se coloca de pie, tambaleante.

Se sujeta de la cama unos segundos, respirando con dificultad debido al esfuerzo. ¿Tan mal estaba? Sin más, con la idea de saberse en otro lugar y no en casa como comenzaba a creer, camina en dirección a la ventana del cuarto; corriendo las cortinas delgadas para ver hacia afuera.

El sol estaba en lo alto del cielo, siendo probable que fueran las dos o tres de la tarde y las calles estaban atestadas de gente, pero no buscaba ver eso. Abrió la ventana, jalando hacia arriba y saco su cabeza fuera, girando a la derecha donde la increíble torre Hokage se lucia. estaba en su aldea.

Un suspiro de alivio brota de sus labios secos, pero su ceño se frunce al notar un monumento casi vacío. Aterrador.

¿Se cumplió la promesa?

Ingresando nuevamente, busca sus ropas con el fin de irse a casa a finalizar su recuperación. En una silla pegada a la puerta del baño, su vestimenta reposaba bien doblada y limpia; pero al elevar su chaqueta; esta estaba rasgada en las mangas. Sus ojos verificaron el motivo y notó quemaduras también y los cortes parecían el ataque de un animal, pero no recuerda nada de eso. Hace un mohín.

Sus estuches, el kit médico, todo estaba junto a la ropa. Sacando un kunai, corta las mangas de su chaqueta dejando un chaleco improvisado en cambio.

Suspira nuevamente.

A su madre no le haría gracia.

Ingresa al baño con su ropa y el espejo, le devuelve el reflejo demacrado de su rostro. Ojeras oscuras, una venda alrededor de su cabeza ocasionando que su cabello quedará en todas direcciones por su causa y pálido. Más de lo que ya era.

Ignorando su aspecto, comenzó a vestirse  costandole horrores; todo su cuerpo dolía y no estaba en condiciones como para ejecutar alguna técnica para sanarse.

Lucho unos minutos con la camiseta de red y las sandalias, pero cuando estuvo listo, reemplazo la venda y notó, un corte al lado de la cien. No era muy grande pero tampoco pequeño, frunció el ceño. ¿Cómo acabo así de lastimado? Y con conmoción. Lo cual, no era algo para tomarse a la ligera.
Decide finalmente reducir la cantidad de vendas y rodea la herida con las mismas, con el fin de lograr que su indomable cabello quedará bien al igual que los vendajes.

Al salir del cuarto de baño, la misma enfermera ingresaba a su habitación, shockeada al mirarlo de píe y no en cama como se suponía.

Ambos se observan y Mia, notando sus intenciones le eleva la voz, furiosa como preocupada.

—¡Aún no se te da el alta, debes volver a la cama!—intenta alcanzarlo, pero le dirije una ultima mirada, sonriendo.—¡AYUDA, EL PACIENTE INTENTA ESCAPAR!—

Su cabello se agita cuando salta por la ventana en dirección al techo de un edificio cercano, escuchando el grito de auxilio de la enfermera. Aterriza en un sonido seco, y su cuerpo se queja, dolorido.
—Andando.—murmura, decidido a ignorar su condición y avanzar a casa. Camina hacia la orilla del techo y salta nuevamente al vacío.

Aterriza con gracia en un callejón y sale de allí, una vez toma unos segundos para calmar el dolor, ingresando a la multitud de civiles poco después.
Estaba seguro que un conjunto de enfermeras lo buscarían, pero una vez se dieran cuenta de quién era, lo dejarían en paz.

Tenía pensado en ir directamente con el Hokage, pero tenía prohibido interrumpir en horas de trabajo. Así que, mientras camina, nota ligeros cambios en las calles,  extrañandolo.

¿Qué diablos?  Piensa, chequeando el viejo puesto de ramen pequeño y no un poco más grande como lo recuerda. Entonces gira un poco, cuando varios puestos seguidos de ese _que antes no estaban ahí_ le dan una amarga bienvenida.
Shockeado, trota verificando alrededor y chocando con varias personas, que al verlo, en vez de reaccionar como se esperaba; lo insultaban. "¿Y el honorable hijo?"  Pensó, sintiendo su corazón latirle alocado en el pecho.

Disculpándose por sexta vez, por fin ve el camino y choca se nuevo, esta vez cayendo al suelo con dureza.

—¡Eso dolió, ttebayo!—

Sus orbes inmediatamente se abren y deja de sobar su cabeza para ver al que atropello con su carrera. Abre tanto los ojos debido a la sorpresa, que el muchacho frente a él, deja de quejarse y ambos se observan; uno con pánico _definitivamente él_ y el contrario, con curiosidad.

Grita, colocándose de píe y caminando unos pasos atrás, negando. Se repetía varios "No" mientras seguía retrocediendo, entonces sin esperar que el otro se preguntara quién demonios era; corre lejos.

Debía correr y despertar de esa pesadilla.
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Back to the Future  (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora