Capítulo 9

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Kōsoku esquivo los árboles y grandes raíces de los mismos con una agilidad envidiable. La noche era su mejor aliada, podía pasar desapercibido tanto como quisiera, siempre y cuando mantuviera su energía a un rango normal. Sus patas acariciaban el suelo, apenas rozando la tierra e impulsarse a seguir avanzando.
Él no era bueno para lo encomendado, se requería mucha precisión y concentración y aún así, le confiaron la misión sabiendo que su habilidad era importante y el motivo de ella, colgaba en un pequeño pergamino alrededor de su cuello y rebota a cada trote. De sus siete hermanos, era el menor, lo que generaba incertidumbre en la manada de darle dicho trabajo, pero sabía que era subestimado.

Su invocador era listo y no tomaba decisiones al azar, no lo hubiera elegido de no haber analizado los pros o contras. Se sintió profundamente halagado de resultar ganador.
Podría ser el menor, pero había madurado lo suficiente para tomar los riesgos de su tarea como extensión primaria. Se detuvo y su hocico olisqueo su entorno, notando el ligero cambio de clima sutil que la brisa nocturna traía consigo.

Kōsoku no era listo.

Pero era veloz y podía recorrer grandes distancias que para un humano resultaba días, en simples horas. Afilados dientes son enseñados en una sonrisa leve, entonces se tomó sólo unos minutos para ubicarse. Él elegía un camino más eficiente, lejos de la población humana y entonces, desde sus cuatro patas envío leves choques de su propio chakra, para hacer un rastreo.

"Takumi no sato" sus ojos se enfocaron en el cielo estrellado y volvió a sonreír. Cálculo una hora y media, quizás dos y estaría pisando territorio del País del Viento. Seco y caluroso desierto lo esperaba.

Su pelaje brillo gracias a la luz de la luna cuando decidió que el descanso fue suficiente y comenzó a movilizarse de nuevo. Decenas de músculos se ondularon debajo de una capa sedosa color obsidiana.

El zorro era el epítome de un depredador perfecto.

La velocidad se instaló en sus músculos, lista para llevarlo a donde fuera que tuviera que ir. Las suaves almohadillas en la parte inferior de sus patas aseguraban el silencio, y sus orejas más grandes podían captar casi cualquier sonido. 
Las hojas nunca crujían bajo sus patas en lo que continuaba avanzando, salto y esquivo raíces gruesas, malezas de gran tamaño, que aumentaban de cantidad a medida que se adentraba más y más al bosque que separaba al País del Fuego con su destino.

La noche era espesa, oscura y cargada de incertidumbre, su grueso pelaje se erizó cuando fue consciente de la amenaza que poco a poco se apoderaba de todo.

Kōsoku juro que la luna brillo en rojo.

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Su mano quedó suspendida en el aire.

Respiro hondo y apretó los labios en una línea tensa, sus ojos verdes oscureciendo de determinación. No había tiempo de dudar ahora y antes de siquiera generar un golpe, la puerta de madera oscura se abre.

Shinachiku resistió el impulso de retroceder y bajo poco a poco su brazo suspendido, sin dejar de ver al maestro de Naruto a los ojos. O al ojo, más bien. Era tarde, la aldea permanecía en un silencio sepulcral y podía sentir una tensión en el aire que jamás había experimentado, peor era, cuando su línea temporal era alejada de esta.
Había nacido en un tiempo de relativa paz, por lo que era nuevo el sentimiento inquietante y sofocante que oprimía sus entrañas, no podía pegar un ojo por más que luchará y luego de hablar con su intruso, encontró un poco de calma y ordenó sus ideas.

Kakashi era la clave principal de su plan, era quién jugaría un importante papel dentro de el para no fallar. Shina tenía una responsabilidad y una meta, la cual era sobrevivir y ayudar lo más un pudiera a pesar de saber que no debería. Pero ahí estaba, gracias a un aprieto sin saber como, en un tiempo al que no pertenecía, intentando preservar su futuro.

Back to the Future  (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora