Capítulo 1: Un padre ausente.

80 0 0
                                    

Todo empezó a ir mal más o menos cuando tenía seis años. Vale, bueno, nunca había ido bien del todo, pero ahí las cosas terminaron de torcerse. No es bonito vivir la separación de tus padres, menos si es violenta, y mucho menos siendo tan joven. Supongo que eso fue lo que me hizo madurar más temprano que al resto. Sin embargo, hay veces que miro atrás y pienso: ¿qué sería de mi vida si todo hubiera ido bien en mi juventud? Me aterra mirar atrás, es cierto, pero sólo porque nunca voy a conseguir aceptar todo lo que hay allí. Me temo que tengo demasiados fantasmas y muy pocas luces que los ahuyenten.

Mi memoria está un poco borrosa. Debéis perdonarme, pero ni yo misma logro atisbar todo el dolor que pude sentir por aquella época.

Empezemos por un principio, si es que realmente lo hay. Llegó un momento, hace ya más de diez años, en el que mi padre empezó a hacer cosas muy extrañas. Le levantaba la voz a mi madre (jamás lo había hecho), golpeaba las paredes, se encerraba durante horas en su habitación dejándome sola en casa... En fin, cosas raras. También empezó a decirnos a mamá y a mi cosas sobre que ya no le queríamos. Un día, incluso, le levantó la mano a mi madre. Apenas pude creerlo cuando lo ví. Estaban discutiendo y, de repente, zas, le cruzó la cara sin previo aviso. Dejaron de gritar, mi madre cogió su abrigo y se fue un rato que me pareció eterno. Papá se sentó en el sofá del comedor a mirarse la mano con la que había golpeado a mamá. Yo me fui a mi cuarto, estaba muy asustada de lo que papá podía hacerme.

Cuando mamá volvió, fueron a hablar a la cocina. Papá le pidió perdón, y las cosas se tranquilizaron durante un tiempo. Casi parecía que todo iba completamente bien. Mamá estaba muy contenta, y aunque ninguno supiéramos muy bien por qué, al menos no discutían. Papá trabajaba más de lo normal, pero todavía seguía jugando a hacer puzzles si se lo pedía. Me ponían música cuando me bañaban, me llevaban a casa de Víctor y Dani (dos amigos míos) siempre que quería y me regalaban mis adorados Playmobil si me portaba bien y sacaba buenas notas.

Y de repente, todo volvió a ser como antes: las peleas, los gritos que no me dejaban dormir y que hacían que quisiera esconderme debajo de las sábanas... Como si estos meses de tregua no hubieran servido de absolutamente nada. Un día, oí una de esas conversaciones que, con tanta discreción, mantenían en la cocina:

- No creo que se te ocurra volver a pegarme, ¿verdad?

-¿Tan idiota eres? Si quisiera hacerte daño de verdad, no te pegaría. Haría daño a la niña.

Sentí cómo el miedo me paralizaba los músculos. Oí como mi madre decía algo parecido a “no te atrevas", pero no me quedé a escuchar. Corrí hacia mi cuarto a sabiendas de lo que iba a pasar. Y no me equivocaba, papá vino detrás de mí, me cogió del brazo, me giró y me dio tal bofetón que me tiró al suelo. No pude ni siquiera llorar de la impresión. Simplemente intente alejarme de él todo lo que pude, en dirección a mi cuarto.

No sé qué pasó ni cuánto tiempo tardaron, pero algo después vinieron mi abuela Ayla y mi tío Josh. El tío se quedó en casa mientras que la abuela me llevaba a su propia casa, con mi bisabuela Helen. Recuerdo abrazarla muy fuerte y que me preparara la merienda. Mientras comíamos viendo la tele, mamá y el tío llegaron, hablaron con la abuela y se fueron otra vez. Yo me quedé con la bisabuela leyendo cuentos. Un rato después volvieron, dejaron un montón de bolsas y se marcharon de nuevo. Así, un par de veces más. Cuando terminaron, mi madre me dijo que era lo que pasaba: nos íbamos a quedar a vivir con las abuelas. Tenía los ojos rojos y una mirada aterrada cuando lo dijo. Sé que lo hizo por mí, pero en ese momento me costó mucho entenderlo. Esa misma noche escuché otra conversación, esta vez entre mi madre y mi abuela:

- ¿... a dónde va a ir?

- A Cindertown. Estará mejor allí que aquí.

Sabía que se referían a papá.

- ¿Y la niña? Sasha querrá verle.

- Mamá por favor -dijo mi madre- ¿Crees de verdad que Philliph debe verla?

- Tal vez tengas razón... Al fin y al cabo, yo hice lo mismo.

En ese momento no lo sabía, pero más tarde descubrí que mi abuelo era un alcohólico y homosexual reprimido que pegaba tanto a mi abuela como a sus hijos, lo que hizo que mi abuela se fuera de casa, algo que en esa época no estaba bien visto.

- Suerte que hoy es viernes. Tiene el fin de semana por delante para asumirlo, y así no perderá días de clase. Hablaré con su profesora para que no le hagan muchas preguntas y punto.

- ¿Muchas preguntas? Ni que quisieran un boletín informativo...

- Mamá, ¿te recuerdo cómo es la gente de este pueblo? Son mucho de hacer leña de cualquier árbol caído, y de bastantes que aún siguen en pie, así que mejor prevenir que curar.

Esa frase es la que mejor describe mi forma de actuar en el presente. Esa, y la de “los actos impulsivos no tienen por qué ser malos". Mamá grita mi nombre.

- ¡Sasha, cariño, ven aquí!

Me acerco poco a poco. La abuela tiene una expresión de desagrado, pero no dice nada.

- Tómate esto -en la mano tiene algo

- ¿Qué es, mami?

- Algo para que puedas dormir bien -abre la mano y veo una pequeña pastilla roja y amarillenta.

Me la meto en la boca, la acompaño con un poco de agua y me voy al sofá. Poco a poco, voy notando cómo dejo de poder mover mi cuerpo. Primero, las piernas, luego los brazos, y, mientras, oigo la voz de mi abuela:

- Demasiado fuerte, Phoebe.

Mi último pensamiento antes de que se me cierren los párpados fue que iba a morir. Voy notando cómo la pastilla va terminando de hacer efecto, y, justo cuando se oscurece mi visión, estalla el pánico en mi mente.

Obviamente no me morí, pero al despertar deseé haberlo hecho. El peor dolor de cabeza de mi corta vida me azotaba sin clemencia, tenía los músculos agarrotados y doloridos y la boca pastosa. Y además, al recordar el día anterior, se me saltaron las lágrimas. No sabía por qué papá había hecho eso, ni por qué querían llevarlo a Cindertown, ni dónde se iba a quedar cuando estuviera ya allí. Atraída, supongo, por el sonido de mi llanto, llegó mi abuela Helen.

- Cariño, ¿estás bien? ¿Qué pasa?  -dijo, preocupada.

No supe qué contestarle, así que me abracé a ella. Poco a poco fui calmándome.

- ¿Dónde está mamá?

- Con tu padre -contestó desde la puerta Ayla, mi otra abuela- ¿Quieres que vayamos a verlos?

Tenía miedo, pero acepté. Quería ver a papá antes de que mamá lo llevara a Cindertown a quien sabe qué. Me vestí todo lo deprisa que pude y bajé al portal, donde estaba el coche de mi abuela. Extrañamente tranquila, esperé a que bajara, nos montamos en el coche y, lentamente, condujo hasta mi calle.

Aquello que ví todavía me persigue en algunas de mis pesadillas.

Pude ver, sentada desde el asiento del coche, cómo mi madre lloraba abrazaba a un hombre vestido de blanco, mientras otros dos sacaban a rastras a mi padre de casa. Éste pataleaba y gritaba. De repente, algo brilló en la mano de uno de los hombres de blanco, y mi padre cayó de rodillas, inmóvil. Los hombres de blanco le metieron en una furgoneta roja, parecida a una ambulancia, le dieron algo a mi madre y se marcharon. Pero no es eso lo que más me hirió. En mis pesadillas, recuerdo los ojos con los que mi padre me miró antes de caer. Pude leer miedo y rabia tan bien como pude leer los cuentos de la tarde anterior.

Y sin embargo, no dije nada. Nunca más mencioné esa escena, al menos no en los siguientes años. Yo misma quería olvidar, pero olvidar eso era imposible. Así que, simplemente, lo bloqueé.

Y así fue como me fui a vivir con mis abuelas.

Diario de Sasha Snyder.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora