Capítulo 2: Caer desde las nubes.

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La convivencia con mis abuelas era sencilla, cómoda. Me levantaba, mi abuela me llevaba al colegio (el cual pillaba al lado de su casa), volvía, comía, hacía los deberes y leía cuentos hasta la hora de cenar. Mamá apenas estaba por casa, así que, normalmente, a todo me ayudaba mi abuela. Fueron meses felices, la verdad. Cumplí 7 años, terminé segundo de primaria, todo estaba bien. Me acostumbré a no ver a mis padres, y acabé sustituyéndolos por mis abuelas, mi tío y, de vez en cuando, hasta me sentía acogida por mi tía Carol y mi tío Michael, el hermano de mi padre. Me lo pasaba genial jugando con mis primos Jake y Peter en el parque de al lado de su casa. Vivíamos todos cerca los unos de los otros, y todo estaba bien.

Sin embargo, mamá estaba inquieta. Se oían rumores extraños, y supongo que fue en ese momento cuando aprendí el valor de estar tan callada que la gente no sabe que estas ahí. Así, puedes escuchar y enterarte de cosas muy interesantes. Por ejemplo, de que tu padre ha vuelto a casa. No me gustaba la idea. Algo dentro me decía que papá no estaba bien. Además, quería volver a casa, con mamá, a mi cuarto, mi espacio personal. Echaba de menos muchas cosas, incluso algunas que no sabía que tenía. Tumbarme en el césped, bajo el olmo, en verano; subirme a la tinaja; jugar a patinar con los calcetines de algodón que tanto resbalaban por las baldosas...

Los rumores se confirmaron. Mi padre había vuelto y, ¿por qué negarlo?, a pesar de lo que había hecho, tenía ganas de verlo. Por lo visto, tanto mi tía Carol como mi tío Michael sabían que quería verlo, y, a espaldas de mi madre, urdieron un plan para que pudiera hacerlo, a pesar del enfado de mi madre si se hubiese enterado.

Para explicar esto, hace falta que sepáis que a menos de dos kilómetros de mi pueblo, hay un pequeño parque de atracciones. Éste fue el escenario elegido: mis tíos le hicieron creer a mi madre que me llevaban con mis primos mientras que mi tío iba en coche a buscar a mi padre y se lo traía con nosotros. Sin embargo, ahora ya dudo que mi madre no acabara por enterarse y simplemente lo permitiera porque estaba mucho más pendiente de otras cosas. De todas formas, e independientemente de la opinión del resto, ese día vi a mi padre. Y bueno, fue bien, la verdad. Montamos en las distintas montañas rusas infantiles, comimos en uno de los restaurantes del propio parque... casi parecíamos una familia normal. Sólo cabía destacar el hecho de que mi padre se mantenía al menos a un metro de mí y que no nos dejaban solos en ningún momento, para minimizar riesgos.

Cuando volvimos, mi madre tenía una expresión extraña en el rostro, como si algo le hubiera defraudado. Me recogió en casa de mis tíos y nos fuimos a casa de mis abuelas.

No volví a ver a mi padre con vida.

Recuerdo el día perfectamente. Íbamos a ir a ver a papá, por fin. Mamá condujo hasta casa, nuestra antigua casa. Los planes eran sencillos, ir a verlo y, si todo salía bien, tal vez ir a comer al restaurante chino de al lado de mi casa. En esta historia, que es mi vida, las cosas pocas veces salen bien, y esta vez no fue la excepción. Al llamar al timbre notamos que algo iba mal. No abría la puerta. Afortunadamente, mamá seguía teniendo llaves de la casa, aunque ya no viviésemos en ella, así que abrimos la puerta. Pasamos al pasillo. Todo parecía desangelado, como si nadie viviera allí desde hacía tiempo. Una fina capa de polvo cubría los radiadores, los estantes e incluso el suelo. Era extraño, porque aunque mi padre no fuera un maniático de la limpieza, tampoco le gustaba ver polvo en los muebles. Pasé a lo cuarto a por algunos juguetes que me olvidé al marcharnos de allí. Sin embargo, mi cuarto estaba completamente vacío. Parecía haber estado cerrado durante todo el tiempo que estuvimos viviendo fuera.

- Mamá, ¿y mis cosas?

- No lo sé, Sasha, hija. Mira en el garaje.

Me encaminé hacia allí. Para llegar al garaje de mi casa hay que salir al patio y recorrer un tramo de baldosas hasta llegar allí. No hay puerta directa desde la casa, así que salí al patio, cosa que me deprimió bastante. Yo siempre he adorado mi jardín, pero ahora todo estaba marchito, como si estuviera muerto.

No logro recordar, por mucho que me esfuerce, aquello que vi. Según supe después, mi padre había decidido ahorcarse y acabar con su vida. Supongo que la principal causa de mi amnesia es el brutal golpe en la cabeza que me di, no sé si intentando huir o, simplemente, cayéndome cuando me desmayé. El caso es que el golpe alertó a mi madre, y el grito de pavor que dio me sacó de la inconsciencia. Pese a ello, no abrí los ojos. No quería ver la escena. Y, sin embargo, pude oírla a la perfección: sus rodillas chocando contra el suelo, sin estúpidos balbuceos completamente ininteligibles entremezclados con lloros, el roce de la cuerda cuando se la quitó del cuello, y, finalmente, el golpe seco del cuerpo cayendo contra el suelo, que se asemejaba terriblemente al sonido de un portazo cerrando una parte de mi vida que, desde ese preciso instante, supe que jamás volvería a tener. Las ambulancias vinieron, poco después, y el resto lo habréis visto en cualquier serie. Se lo llevaron. Y a mí también. De hecho, viajamos juntos, hacia el mismo hospital, en la misma ambulancia. Tuve que ver su cuerpo cubierto de lona negra, todo el viaje hasta llegar allí. Creo que cualquier persona puede adivinar que allí fue cuando perdí una parte importante de mi cordura.

Tras llegar al hospital, me metieron en una UVI y, según supe después, me sedaron. Dormí tres días. Cuando desperté, estaba en la cama que tenía en casa de la abuela, y todos me miraban. Y me miraban raro. Tenía la boca pastosa, una sensación que, con el pasar de los años, he acabado asociando al desastre y a los peores sentimientos de la vida de una. En el fondo no es muy extraño, pues es el efecto secundario de muchos somníferos, opiáceos y drogas en general, amén del alcohol. Pero bueno, volvamos a ese momento. Cuando desperté, mi madre salió corriendo de la habitación. Sin embargo, mi abuela Helen me abrazó. Mi mente estaba muy espesa y no lograba comprender lo que había pasado. Cuando la certeza de los hechos me alcanzó, me eché a llorar. No podía comprender la razón que había motivado a mi padre a cometer semejante acto de cobardía. Y cuando lo pregunté, nadie me lo dijo. Mi abuela Aula me dijo que me vistiera rápidamente. Necesitábamos una corona para el entierro de mi padre.

Si todo hubiera sucedido un par de años más tarde, los habría mandado a todos a la mierda. ¿Quién, en su sano juicio, le propone a una niña de siete años el ir a comprar una corona de flores para su padre, el cual se ha encontrado muerto? Sigo sin saber que clase de conexión mental tuvo mi familia en ese momento. Sin embargo, ni siquiera repliqué, pues no tenía fuerzas para ello. Me vestí con unos pantalones y una camiseta de manga corta, pues estábamos a finales de septiembre y todavía hacía calor, y acompañé dócilmente a mi abuela hasta su coche. De camino a la floristería, pude ver una bandada de pájaros volando sobre uno de los parques de mi pueblo. Es curioso, cuando todo se va a pique, las cosas más sencillas son las que mas bellas nos resultan.

Ya en la floristería nos encontramos con más gente comprando flores y coronas para el entierro de mi padre, pues él era una persona conocida y querida en el pueblo. Odié todas y cada una de las miradas de condescendencia que me dedicaron. De hecho ni siquiera elegí la corona, lo hizo mi abuela. Qué más daba, si el médico había dicho que no fuera al funeral. Mi abuela Helena se quedó conmigo en casa, aunque yo hubiera preferido que fuera mi madre. Con todo y con eso, quedarme fue, probablemente, la mejor opción.

Poco tiempo después, volvimos a nuestra antigua casa. Fueron un par de meses muy extraños, las dos solas. Y sin embargo, eso duró poco, pues para sorpresa de toda mi familia, mi madre encontró pareja poco después. No sólo eso, sino que en poco tiempo los trajo a vivir a casa. “Los", en plural, porque su nueva pareja, Jhon, tenía un hijo. Mayor que yo, unos 7 años más o menos. Pálido, ojos del color del cielo en verano con una sombra dorada resplandeciente alrededor de la pupila. Moreno, alto, fuerte, y sin embargo increíblemente delicado en todo. Desprendía tristeza y nostalgia por cada uno de los poros de su dulce piel. El pelo le rozaba los ojos, lo que le hacía apartárselo constantemente, en un gesto que le hacía suspirar de frustración.

Adivináis bien. En ese preciso instante, me empecé a enamorar de mi futuro hermanastro.

Diario de Sasha Snyder.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora