Capítulo 2: Una auténtica infanta

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El sábado en mi casa es el día en que todos aprovechamos para hacer lo que no hemos hecho durante la semana. Mi padre sale con la bici, mi abuela va a la peluquería, mi madre limpia lugares insospechados y jamás habitados, y yo me quedo en el salón viendo algún capítulo de 'Bob Esponja' (esto lo hago solo cuando nadie me ve, porque ya tengo una edad). Pero ese sábado no había ni bicis, ni peluquería, ni limpieza de sitios insospechados, ni tampoco 'Bob Esponja'.

Mi abuela se había adueñado del salón y tenía puesto en la tele un programa de reformas de casas, que ya me contarás tú para qué quiere ver eso, cuando no vive ni en su propia casa. Mi abuela, que se llama Mari Cruz, es una acaparadora profesional. Como mi hermana Rocío había vuelto de Madrid, ahora me tocaba dormir con ella. Es de las cosas que más odio en el mundo, porque si no se levanta cien veces por la noche no se levanta ninguna. Cuando no va al baño es que tiene sed, y cuando no es eso es que le toca la pastilla, y cuando no es esa pastilla es la otra, y cuando no es que se ha desvelado.

Una noche, la que se despertó a por agua fui yo, y de camino a la cocina me la encontré en su butaca con los ojos abiertos, pero como si le hubieran dado al pause. Me cagué viva. Le dije: Abuela, no me des esos sustos. No me contestó. Me cagué todavía más. A eso hay que sumarle que es una quejica nata. Cuando afuera hace frío ella tiene calor, cuando afuera hace calor ella tiene frío. Y así con todo.

Así que esa mañana de sábado tan rara mi abuela estaba en su butaca viendo las reformas de las casas y a mi madre no le había quedado más remedio que ponerse a limpiar el salón. Ella habría preferido limpiar algo diferente, más emocionante, como el desván o el garaje, porque a mi madre le encanta contar después sus batallitas con los ácaros más resistentes. Pero se conformó con el salón, donde también estaba yo.

MI MADRE: A ver, las dos, levantad los pies.

MI ABUELA: ¡Toñi, no le barras los pies a la chiquilla que no se casa!

MI MADRE: Si no estuvierais las dos incordiando...

MI ABUELA: ¿Y dónde me meto? Si estáis todos danzando por toda la casa.

Mi abuela será una acaparadora y una quejica, pero ahí tenía razón. Mi madre -que es la hija de mi abuela- había declarado el pasillo zona de riesgo después de fregarlo, así que estábamos incomunicadas con la otra parte de la casa, donde mi hermana estaba deshaciendo todavía la maleta después de haber salido de Madrid como una fugitiva, y donde mi padre estaba empezando a hacer la comida con una especie de chaqueta de chef muy parecida a la de los jueces de 'Masterchef' que le regalaron un día con el periódico.

Al final, para no incordiar ni a unos ni a otros, acabamos las dos metidas en mi habitación. "Tu madre no para de levantar polvo y verás cómo me dé la tos", dijo mi abuela, que también es hipocondriaca. Como tampoco teníamos mucho que hacer, le saqué tema de conversación, porque pensé que estaría echando de menos hablar con las de la peluquería, y a mí eso me daba pena.

YO: Abuela, ¿tu en tu casa dormías con alguien?

Sí, no lo niego, yo fui a lo que me interesaba, a que pillara que quería que se fuese de MI habitación.

MI ABUELA: ¿Yo? ¡Yo era hija única! Mis padres me pusieron una habitación que ni la de una infanta.

O sea, que mi abuela, que supuestamente vivió una guerra, tenía una habitación para ella sola (mejor que la de una infanta) y yo en pleno 2020 no. Me dieron ganas de preguntarle qué había hecho mal en la vida para acabar durmiendo con su nieta, pero al final hice otra pregunta, la primera que se me ocurrió, para evitar conflictos mayores.

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