Capítulo 6: El peor día del resto de mi vida

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YO: Abuela, ¿has visto a...? Quiero decir, ¿por qué está la ventana de mi habitación abierta? La que da al balconcillo.

Eso le pregunté a mi abuela Mari Cruz en cuanto entró a la habitación a ponerse el pijama y su batín.

MI ABUELA: La habrá abierto tu madre para ventilar. Pero ya no son horas. Entra biruji y al final va a conseguir que me resfríe.

Ya había respondido una de mis grandes incógnitas aquella noche. Alguien había abierto la ventana y esa había sido mi madre, que con total seguridad no encontró a Thais, porque del grito que hubiese pegado nos hubiésemos enterado los García, Indalecio, el pueblo entero y parte de Francia y Portugal. Ahora solo me quedaba saber lo más importante: ¿dónde estaba la gata?

Salí de la habitación sigilosa, como la protagonista de mi propia película de acción. 'Laura García: En busca de la gata perdida'. Qué mal sonaba. No tenía nombre de estrella como Harry Potter, Junnie B. Jones, Ana Guerra...

A cada paso que daba miraba a un lado y a otro intentando localizar a esa dichosa gata, que encima de arisca me había salido rebelde. ¿Me estaba pareciendo a mi madre? Me estaba pareciendo a mi madre.

No había nada en la habitación de mi hermana, aunque bien podría haber estado bajo el montón de ropa que tenía apilada en el suelo y que mi madre le imploraba que recogiese. Ella había decidido vestirse cada día como si en lugar de a aplaudir fuera a ir un concierto de BadGyal, a pesar de que cada vez faltaban más y más días para volver a salir de casa.

Seguí caminando por el pasillo. Nada en la cocina. Nada en el baño. Nada en el salón. Mis padres seguían afuera, en el balcón, fumándose un cigarro como si no los estuviéramos viendo, porque ellos cuando fuman piensan que llevan puesta una capa de invisibilidad y nadie les va a pillar... Como yo buscando a la gata, vaya.

Estaba ya pensando que Thais se había ido por el váter, como todo lo que desaparece en esta casa (mi chupete, un peluche de Rocío, una sortija que mi madre regaló a mi padre...), pero no. Ahí estaba. Encima de la cama de mis padres, más concretamente donde se ponen los pies. Durante unos segundos no supe cómo actuar. Dudé entre decir que había aparecido ahí por arte de magia o inventarme cualquier otra trola, y durante ese tiempo ella aprovechó para darse una vuelta por toda la colcha. Ahí ya no tuve más remedio que reaccionar.

Comprobé que mi abuela estaba en el salón sentada en su butaca y que mis padres seguían fumando a escondidas, y me la llevé corriendo. Thais se puso a maullar como nunca lo había hecho y a mí me estaba dando miedo de que se rebotase y me hiciera otro arañazo. Abrí la ventana de mi habitación y la volví a dejar en el balconcillo del que no debía haber salido.

Nadie se había dado cuenta de este giro de los acontecimientos, pero esa noche estuve en vilo pensando en la gata que maullaba a pocos metros de donde yo intentaba dormir. La ventana estaba cerrada, y había bajado las persianas a cal y canto, pero aún se escuchaba de vez en cuando a Thais, imagino que diciéndome en su lengua: "Llévame a mi casa, ladrona". Ahora estaba entendiendo el significado de 'E.T.', aquella película con más años que mi abuela sobre un animal del espacio exterior que aparece en casa de un niño llamado Elliot. Mi padre me la puso un día porque, según mi madre, es un nostálgico de su época y siempre acaba llorando con eso o con la muerte de un tal Chanquete.

Lo que vino después no fue mucho mejor. De hecho, lo catalogaría como "El peor día del resto de mi vida", a no ser que venga algo peor. ¿Pero qué había peor que sentirse una verdadera culpable? 

Nada más despertarme fui a comprobar que Thais seguía en el balcón y pensé en la manera en la que debía confesar que había una gata en mi balcón, como si el ambiente en mi casa no estuviese lo suficientemente tenso con eso de llevar ya unas semanas encerrados.

Encerrada con los GarcíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora