Capítulo 5: Arisca como ella sola

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Aproveché que ya todos estaban sentados en el sofá, cada uno a lo suyo con su móvil, para salir por la habitación de mis padres, que es a la que daba el balcón central, al que también se podía entrar por el salón. Thais no hizo ningún ruido, se dejó llevar como cuando yo iba en el carrito de bebé de un lado a otro, tan a gusto. Pensaba que transportar a la gata de Indalecio hasta mi habitación iba a ser una aventura que me dejaría sin aliento, pero nada que ver... Podría haber jugado con Thais por todo el pasillo o incluso montarle una yincana y nadie se habría enterado. ¡Estaban todos enganchados al móvil! Normal que yo tuviese que robarle la gata al vecino para entretenerme...

¿Era realmente una ladrona de gatos? Según Robin Hood, si robas a los ricos para dárselo a los pobres no está tan mal. En este caso, yo robaba a un vecino que pasaba de su gata para quedármela yo, que estaba aburrida como una mona durante esta cuarentena.

Entré en mi habitación esquivando la cama nido que mi abuela ya había sacado para dormir esa noche y abrí el pequeño balconcito que daba a una calle también pequeña. No era mucho, apenas mediría unos centímetros de largo y muchos menos de ancho, pero era el único lugar donde podría estar con Thais sin que nadie se enterara. Si todos seguían pegados al móvil (mi abuela incluida) viendo vídeos de "risa" (supuestamente), Thais podría pasar conmigo la cuarentena e incluso quedarse a vivir por un tiempo, como aquella amiga imaginaria que tuve. Se llamaba Cariño, y era una niña que hacía siempre lo que yo quería. Cariño hacía honor a su nombre y era un cielo, pero un día desapareció y ya no fui a buscarle. Fue una despedida la mar de natural, "cero dramas", como decía mi hermana, lo que podría pasar en el futuro con Thais. Solo que Thais no iba a vivir en mi imaginación, sino en el balconcillo de mi habitación al que no entraba nadie casi nunca y que ahora debía custodiar de la misma manera que mi abuela cuida los álbumes de fotos antiguas.

YO: Pórtate bien. Mañana te traeré comida y agua.

Eso le dije a la gata, que no sé si es porque ya era mía pero cada vez me parecía más mona. Su pelo blanco era suave. La acaricié un poco y le puse la mano por si me quería dar un lametazo, en plan madre e hija despidiéndose con un beso de buenas noches. Pero no sólo no me hizo caso, sino que me apartó la mano de un zarpazo.

YO: ¡Ay! Serás...

En ese momento entró mi abuela.

MI ABUELA: ¿Qué soy? A ver si tu madre me ha dejado por aquí los caramelos de miel y limón porque tengo la garganta... Laura, ¿qué haces?

YO: Nada.

Había salido del balconcillo más rápido de lo que Thais había saltado a mis brazos, pero no me había dado tiempo a cerrar la ventana ni a ponerme de pie.

YO: Estaba jugando a ver quién pasa por la calle.

MI ABUELA: Pues vaya juego ese. ¿Quién va a pasar? Estamos en cuarentena. Lo que si puede pasar es que te resfríes, y no estamos para tonterías.

YO: Sí, sí... Ya lo dejo.

MI ABUELA: Dice Roberto Brasero que se vienen lluvias persistentes toda la semana, ¡por si teníamos poca cosa!

Me fui de la habitación tristona, mirando de reojo la cortina donde detrás se escondía Thais. Ahora entendía lo que había sentido mi madre el día que me dejó en la guardería. Una mezcla de preocupación y alivio, aunque seguro que mi madre más de lo segundo. Ella no es una mujer muy sentimental. De hecho, cuando mi hermana coge un tren de vuelta a Madrid tras un fin de semana de visita siempre suelta: ¡Tanta paz lleve como gloria deja!

Encerrada con los GarcíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora