11-Somos los niños que su padre le advitieron

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Narrador Omnisciente

Él sabía dónde estaba. Él sabía que estaba viva. Él se estaba acercando.

Con discretos pasos, se acercó a la casa e inhalo la última bocanada de su cigarrillo. Pudo sentir el humo correr por su garganta y luego ser expulsado y evaporizado en el aire. Carraspeó al toser y luego se maldijo a si mismo por haber causado aquel ruidito a pesar de que nadie lo había alcanzado a escuchar, aun así, él sabía que cualquier señal de aparición podría ser pista para Isabella Smith. Él sabía perfectamente que ella no era ninguna ilusa. Él sabía que ella lo estaba esperando pacientemente.

Eres mía. Pensó.

El amanecer ya se hacía notar y los pequeños e indefensos rayos de luz golpearon su dura y no tan delicada piel. Esto hizo que automáticamente un quejido se escapara de su boca al sentir el primero contacto con la luz del día desde hace ya varias semanas. Segundos después una oleada de aire helado abofeteó su demacrada cara y tuvo que abstenerse a no salir corriendo y refugiarse nuevamente en su dormitorio por otras cinco semanas más. Esta vez, se mantuvo firme con el solo pensamiento de poder observar a la preciosa chica de cabello largo hasta la cintura y ojos marrones grandes.

Lentamente, se acercó más y más hasta llegar al jardín con petunias y rosas. Casi pudo jurar ver a Isabella plantar aquellas flores día y noche sin parar. Aquel pensamiento le revolvió el estómago y quiso poder arrancar cada pedazo de césped y cada rosa incluyendo toda la tierra plantada con tal de tener una pequeña parte de Isabella consigo. En vez de eso, arrancó unas cuantas petunias y las apiló en un bello ramo, luego con un pequeño papelito y un lapicero que encontró en su bolsillo escribió rápidamente:

Para Isabella:

No importan las circunstancias o las derrotas, tú siempre serás mía, y yo siempre seré tuyo.

--Y.

Las depositó con amor y cariño frente a su puerta y luego tocó el timbre y hecho a correr lo más rápido que pudo hacia detrás de la pared del vecino para que nadie pudiera observarlo.

Minutos después, alguien abrió la puerta e inspeccionó a la hermosa niñita de cabellos pelirrojos y ojos verdes. Notó como sonreía sin para al ver las petunias amontonadas y bien comprimidas por un listón fino blanco. Sus jóvenes ojos brillaron al leer la nota pegada al regalo y una inocente y pequeña risita se escapó de sus labios.

--Anabelle—susurró la sombra detrás de la pared

De repente, lágrimas cayeron de sus ojos al comparar a la chiquilla con su joven hermana fallecida hace unos años. En retrospectiva, ella eras idénticas, casi gemelas excepto por los caireles que le caían hasta la cintura. A Anabelle jamás le hubiera gustado tener el cabello tan largo, pero aquello solo eran detalles. Desde la blanca sonrisa hasta la misma estatura y edad ellas eran idénticas.

Ahora, no solo quería a Isabella, sino también a la niña.

--¡Isabella, Isabella! Mira lo que te han dejado en la puerta—chilló la pelirroja niña sin despegar sus ojos de las petunias--¡Es hermoso! ¿Puedo quedármelas?

Se escucharon murmullos de fascinación dentro de la casa y segundos después ella apreció: tan frágil como antes pero a la misma vez con el carácter de una roca, con sus mejillas encendidas y esos enormes ojos que parecían quererte sacar hasta la última gota de la verdad, también poseía el mismo cabello de siempre solo que esta vez iba más despeinado y salvaje. Lo único diferente era su cuerpo que ahora parecía más delgado y moldeado que antes, pero aquello solo eran detalles.

Isabella frunció el ceño al observar las petunias y acto seguido, las tomo de las diminutas manos de la niña.

--¿Quién dejó esto aquí, Mags?—preguntó lentamente Isabella

Just can't let you go-2da temporada de secuestradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora