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Jeon Jungkook, era un joven apuesto y valiente. Vivía con su madre y una hermana en una de las aldeas a las afueras de Seúl. Se conformaban con tener una pequeña casa acogedora, incluso tenían un gallinero. El joven realizaba tareas diarias, como echarle de comer a los animales, lavar la ropa a mano e incluso cocinar. Todo lo hacía por ella. Todo por ayudar a su madre; una panadera que sólo quería sobrevivir en este mundo ganándose, nunca mejor dicho, el pan de cada día.

Su hijo lo era todo para ella. Su distracción cuando más lo necesitaba, era ese aliento de la vida para seguir adelante cuando los de alrededor no daban ni una miseria por ella, ni por él. Sentían que no pertenecían al lugar donde vivían, sin embargo, la gente del pueblo les trataba cordialmente y con educación, pues su pan era de muy buena calidad.

Gracias a la sonrisa de Jungkook, todas las grandes penas y problemas que tenía a su alrededor se le olvidaba. Su hijo era alguien muy especial y nadie de los que se encontraban en su entorno estaban dispuestos a aceptarlo, pues tenía unos gustos particulares que ninguno de los del pueblo podían compartir con él. Se burlaban por el simple hecho de perder su tiempo en la lectura. Esa cosa tan simple que les parecía de tontos. Le encantaba las historias románticas, siendo un apasionado del romanticismo.

En la comarca había un hombre arrogante que se creía el dueño y señor de la aldea en la que vivían. Kwon, un cazador que no hacía otra cosa que cortejar a su amada hermana. Eso le ponía de los nervios, pues en más de una ocasión, Jungkook ha querido estampar su puño en el rostro, pero por educación y respeto, cosa que el contrario carecía tener, no lo hacía. No le soportaba. Era arrogante, egocéntrico, bruto y aunque poseía dinero, su madre sabía que estar con él sería peor que si se quedasen arruinados para toda la vida. Soportar esa clase de persona era un auténtico obstáculo. Lo peor de todo es que era admirado por los habitantes de la aldea, y aquello lo hacía aún más difícil.

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Una mañana temprana en pleno verano, la madre de Jungkook se disponía a visitar el mercado a comprar provisiones. Preparó su caballo junto con un pequeño remolque de madera para depositar la mercancía.

Su caballo es alguien ejemplar. Gureum, un caballo blanco. Seguramente sería el caballo más hermoso que jamás pudieran contemplar los ojos de un humano. Era tan blanco como la nieve, como una nube de apariencia tierna y blanda, tan frágil a la vista del que le contempla sintiendo el miedo capaz de resquebrajar su piel con tan sólo mirarle.

Jungkook debía quedarse a cargo de la panadería mientras su madre iba al mercado. Era un duro camino de un día del que le era inevitable no acabar preocupado por ella. Quería protegerla de todo mal y no podía hacerlo quedándose en casa. No le gusta mucho estar en esa situación. Aún así, sabe que le es imposible ir en su lugar.

—Hijo mío, ¿qué quieres que te traiga del mercado? —pregunta su madre para despedirse de él.

—Si ves algún libro que sea interesante, pero por favor no te excedas en el precio. No todo vale la pena, madre. Y si puedes una rosa también. —Jungkook le responde entusiasmado y a la vez apenado por hacer que se gaste el dinero en él—. La disecaré.

Cuando llegaba este momento, el de salir al mercado a por provisiones y despedirse, se le rompía el corazón en pedazos.

—Siempre me pides un libro, cariño —le mira con interés mientras se sube al lomo de Gureum con sumo cuidado.

—Y tú siempre me traes uno, madre —su mano acaricia el cuello a su viejo amigo dándole dos palmadas en señal de afecto.

—¿Y la rosa? ¿Para qué quieres una rosa? —inquirió.

La flor escarlata ✧ TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora