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—Aah, por suerte pude vender casi todas las pepas. Pero la policía me cagó todo; si la joda hubiera durado toda la noche, hubiera podido vender las demás —dijo Gabriel después de bostezar, al mediodía siguiente.

—Ya lo dijiste no sé cuántas veces, Gabo —contestó el pelirrojo, que estaba acostado al lado de su amigo, en la misma cama, porque Gabriel estaba demasiado empepado (y no tenía ganas) como para inflar un colchón.

—¿Y sabés cuánto plata hice? Cinco mil cuatrocientos. Si le restamos los dos mil que gasté, me da un saldo de... Eh... Uh... Uy...

Pedro bostezó y revoloteó los ojos.

—Tres mil cuatrocientos —dijo.

—Sí, eso, tres mil cuatrocientos pesos para papito.

—Bueno, yo sigo pensando en Teo. No sé por qué no se fue con nosotros.

—Capaz se llevó a alguna minita a casa. Yo no le estaba prestando atención en la última parte, estaba concentrado en la policía, en los villeritos y en el payaso que tenía antecedentes —el castaño de pronto soltó una carcajada—. Ay, qué estallo.

—¿Vos decís? —dijo Pedro.

—¿Qué cosa? ¿Lo del payaso? ¿No viste que dijo que tenía antecedentes?

—No, imbécil, lo de Teo y la minita.

—Ah. Sí, puede ser. Ya no está más con Ámina. Es libre. ¡Qué lindo ser libre! En fin. Tengo sed. ¿Vos tenés sed?

Pedro suspiró y tomó su teléfono.

—Le voy a mandar un mensaje a ver si despertó bien.

Gabriel frunció el ceño.

—¿Y qué sería despertar mal?

Pedro lo miró.

—Despertar con vos.

—Ja. Gracioso.


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Agustín, que usaba una remera blanca, un gorrito naranja y sus anteojos, frunció levemente el ceño al ver la sonrisa gigante que mostraba Lola en la videollamada. Estaba guiñando el ojo y el rubio se preguntó si se lo estaba guiñando a él.

—Hola chicos —saludó Bárbara.

—Hola —dijo Agustín.

—¿Cómo anda mi rubiecito? ¿Eh, eh? —Lola seguía guiñando el ojo.

—Lola, ¿se te metió algo en el ojo?

—¡Sí, amor! El amor está arrasando en esta historia, ¿no te parece, Gusti? Anoche, no sé si estabas muy empepado para verlo, pero Barbie y Fer se transaron, y después no sabés cómo durmieron en mi casa, los dos apretaditos, ay... Me daba una ternura verlos.

—Ay basta, Lola —Bárbara sonrió nerviosamente. El rubio se sentía muy feliz por sus amigos.

—¿Quién lo diría, no? Al final parece que a este Ferchu le pasaba lo mismo, pero parece que es medio lenteja o qué sé yo.

Bárbara se rio.

—¿Viste, Gusti? Todavía no puedo creer lo que pasó.

—Sí, yo tampoco —mintió Agustín—. Se ve que a Fer posta también le pasaban cosas con vos.

—Ay, sí, te juro, es un sueño esto.

—¡Los sueños se hacen realidad! Y vos... Gusti-Gusti —siguió Lola. Otra vez guiñó el ojo—. Ayer fuiste a la casa de Teo... Mmm, me encanta. ¿Quién hizo de mujer?

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