Gèrard Rodríguez tiene 23 años cuando es aceptado, junto con otros 15 jóvenes cantantes, en el Campamento Musical de las Sequoias. Un paraje natural idílico construido pensando directamente en despertar la inspiración en los artistas. Sin embargo, l...
El Campamento Musical de las Sequoias, en el norte de España, es un lugar extraordinario construido para albergar a un puñado de jóvenes músicos en busca de inspiración y aprendizaje. Cada verano el sitio recibe miles de solicitudes de artistas de todo el país, que desean disfrutar de la creación musical en plena naturaleza. Es una experiencia única para aprender de la mano de profesores y compositores experimentados que en total dura dos meses, durante los cuales los elegidos trabajan en sus propios proyectos musicales a la par que participan en actividades de aventura y convivencia. Gèrard piensa que todo el rollo es un poco hippie -incluso hay un huerto común que todos tienen que cuidar semanalmente-. Prácticamente es una comuna convertida en campamento musical. Pero para Gèrard, que se siente un poco hippie también, es todo lo que siempre ha soñado.
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En medio del bosque, el aire es energía que te llena los pulmones y te los limpia de cualquier mal, dejándote más ligero. Huele a rocío, el aire es tan puro que casi duele, y es muy temprano. No está muy acostumbrado a madrugar, pero algo le ha despertado, un deseo. Gèrard respira muy lenta y profundamente, y suelta el aire junto con todo el peso que trae encima. Los pájaros empiezan a cantar mientras los primeros rayos de sol se escapan entre las montañas: está amaneciendo. Los pinos se alzan altísimos sobre él, sus hojas caducas meciéndose con la suave brisa de verano. Ese aroma a resina, humedad y en definitiva, vida, es algo que había echado en falta desde hace tiempo. Como en trance, Gèrard empieza a tararear para sí mientras pasea entre los árboles, alejándose del lugar al que llegó apenas hace unas horas.
Camina con rumbo incierto, guiándose por el sonido del agua que se escucha a lo lejos. Le recuerda a su infancia, en la caravana de sus padres, cuando salían a la aventura. Apenas puede vislumbrar pequeñas imágenes de esos recuerdos, pero son suficiente para avivar sus sentidos. En el origen del sonido hay un río que fluye en calma. Gèrard se agacha y mete la mano en el agua. Está fresca, pero no excesivamente fría. Sonríe para sí, y empieza a quitarse la ropa despacio, invadido por una tranquilidad infinita. Desnudo, se mete en el agua de un salto, para acostumbrarse lo antes posible. El sol cada vez está más arriba, y Gèrard alza la cabeza para dejarse iluminar por sus rayos, cálidos. El sol ilumina su rostro, esclareciendo sus ojos verdes y destacando el rubio en su pelo. Se siente parte de la naturaleza, como una planta alzándose hacia el cielo para recibir sustento, como un habitante más del bosque que recibe el nuevo día.
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