Dentro del Laberinto

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Anne en el foco

El aire que respiran huele a verano, con un ligero toque a polvo y a ciprés, naturalmente. Anne alza la vista al cielo, azul y sin rastro de nubes, mientras siente cada paso que da Gèrard. Sus fuertes brazos la sujetan entre su pecho con firmeza, llevándola en volandas por los intrincados caminos. La mirada de la chica regresa al rostro del muchacho por enésima vez, trazando la línea marcada de su mandíbula, fijándose en su piel ligeramente tostada por el sol, en su pequeña barba incipiente de no haberse afeitado en un par de días. Sus ojos se posan en su pelo, que, iluminado por pequeños rayos de sol, se esclarece en algunos mechones de su rubio oscuro. Se fija en sus ojos, enmarcados por esas largas pestañas, en su nariz recta donde reposan tranquilamente sus gafas, y la manera que estas tienen de terminar por estilizarle aún más el rostro. En su trance Anne no se da cuenta de que el chico también le está mirando.

-¿Te gusta lo que ves? -dice él, inclinando el rostro hacia abajo y resoplando un poco, pero sin perder ese brillo burlón en los ojos.

Anne fija la vista en su regazo, y le vuelve a mirar, esta vez a sus ojos verdes que la observan con curiosidad. Se plantea seguir picándole pero no le parece justo ni oportuno. Además, sabe que ser honesta va a causar una mejor reacción que todo lo anterior. Anne sonríe suavemente.

-Sabes que sí -replica, sincera.

La chica observa al ceutí tragar saliva mientras se retracta en sus pasos al plantarse frente a un muro de cipreses. Sus ojos parpadean rápidamente y su pecho sube y baja con el esfuerzo, a la vez que alterna su mirada entre el camino y el rostro de la muchacha.

-¿Te pongo nervioso? -pregunta Anne, mordiéndose el labio. No puede evitar fijarse en su cuello, en lo apetecible que está y en lo bien que sentirían sus labios contra su piel, y aunque su mente le diga que hay cosas más importantes en las que pensar como en encontrar la salida, el chico la intoxica cada vez más.

-Eh, p-para nada, es que, ya vas pesando un poco... -Tal vez el chico pretende molestarla, pero no le funciona muy bien porque Anne solo se ríe de él.

-Si estás cansado paramos -murmura Anne, sin poder quitarle los ojos de encima.

-Estoy bien... -Anne observa que las venas de su brazo están muy marcadas, puede sentir su pulso y su respiración un tanto sofocada y entrecortada. La chica suspira, subiendo una mano distraída del cuello del chico a su pelo, y con sus dedos juega con algunos de sus mechones. El movimiento le sale tan natural que se sorprende a sí misma a la vez que al chico, que se para y cierra los ojos un momento, inhalando profundamente.

-Paremos un momento Gèrard. Llevas como quince minutos andando conmigo en brazos, te mereces un descanso -dice con voz inocente.

Gèrard asiente y la deja en el suelo con cuidado, sentándose a su lado con un suspiro. Se pasa la mano por la frente y el pelo, retirando la pequeña capa de sudor que se ha ido formando, y se gira lentamente hacia ella. A Anne le da un vuelco el corazón cuando los ojos del chico se clavan en los suyos observándola como por primera vez, con un brillo más intenso de lo normal. El chico recorre con su mirada todo el rostro de la chica, y Anne se da cuenta de lo cerca que están el uno del otro. La está mirando con preocupación, con curiosidad, y con algo más que Anne tacha de indescifrable.

-¿Te duele? -pregunta Gèrard, señalando a su tobillo con la cabeza mientras dobla las rodillas para acercarlas hacia su cuerpo.

-Un poco solo. Estoy bien -contesta, bajito, palpando la zona afectada con cuidado. Siente pequeños calambres recorrerle la pierna, pero nada de lo que preocuparse si no se apoya completamente en el tobillo. Espero que en un par de días se cure, piensa. -No hace falta que me lleves, lo sabes, ¿no? Siempre puedes salir tú a buscar a alguien.

A la sombra de los árbolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora