En tus sueños

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Anne en el foco

Las aguas parecen bailar hipnotizadas a merced de sus grandes y fuertes brazos, nadando pintando trazos que como ondas, mueren en la orilla lentamente. Anne se acerca a él despacio para no hacer ruido con su cuerpo mientras rompe su dibujo. Él ni se inmuta, suspendido boca arriba postrado ante el cielo, con los ojos cerrados y en calma. Hasta que algo le acaricia la mano que flota suelta, y unos dedos suaves suben por su brazo, tanteando hasta su pecho. Anne lleva sus labios al oído del chico, susurrando suavemente.

-Mírame.

La respiración del chico continúa tranquila, imperturbable, como si no estuviera. Recorriendo cada centímetro de su piel, las yemas de sus dedos acarician su otro brazo, suben por su cuello y se entierran en su cabello, aferrándose a sus mechones, intentando acapararlo todo, no queriendo dejar nada por palpar. Anne sabe que se está tomando libertades, pero le da igual. Se recrea en el tacto del pelo del chico entre sus dedos y sin poder evitarlo, tira de él, en un arrebato de rabia y deseo, haciendo que este hunda la cabellera en el agua y jadee.

-Mírame.

Esta vez no lo pide, lo demanda con voz amenazante. Pero él sigue sin abrir los ojos, si bien respirando fuerte por la nariz y apretando la mandíbula. Su expresión denota resistencia y determinación. Pero no puede mantener el control siempre. Anne no le dejará ganar. La chica se muerde el labio, sintiendo la ardiente necesidad de dominarle, y la electricidad recorre sus extremidades. Lenta y minuciosamente desliza sus manos hacia abajo para llegar a sus orejas, acariciando el lóbulo con sus dedos y escurriéndose hacia su cuello. Por un instante se lo rodea con las manos y siente deseos de apretar aunque sea un poco, para ver su reacción. Mantiene sus manos en su cuello, acariciándolo con las uñas, haciendo que el bello se le erice, jugando con él. Vuelve a susurrar en su oído, esta vez de manera seductora.

-Mírame.

Los párpados del chico tiemblan. Anne comienza a masajear el cuerpo del chico, pasando a sus hombros y su clavícula. Quiere, necesita, desea turbar esa expresión impasible que se va rompiendo poco a poco contra su voluntad en el rostro del chico. Anne empieza a perder el control de sus movimientos, y simplemente se deja llevar por sus deseos de tocarle. El chico le fascina. Su mirada se posa en esas facciones tan perfectas. Tiene la cara de un dios griego. Sus cejas oscuras enmarcan con elegancia unos parpados translúcidos adornados con largas y estilizadas pestañas, que caen como un suspiro hacia sus pómulos marcados y definidos como esas figuras de mármol. Su nariz se posa, recta e imponente, encajando perfectamente en la obra de arte, su mandíbula podría cortar el aire pues definitivamente corta la respiración, y sus labios... Anne se pierde en sus labios. Sus dedos, que pasean rozando todo lo anterior, se detienen en seco ante ellos. Finalmente, su pulgar comienza a dibujar la línea esculpida que los dibuja, de izquierda a derecha, de arriba abajo, hasta que finalmente su mandíbula se relaja y sus labios se parten.

Embelesada, no se ha dado cuenta de que el agua del río ha ido subiendo de temperatura, y ahora se percata de que está casi ardiendo. Anne mira a su alrededor alarmada y suelta un jadeo de sorpresa, que se pierde entre el vapor que les rodea, adhiriéndose a su piel y cayendo como gotas de sudor por su espalda. Anne intenta respirar, pero el aire se condensa ante sus ojos y cada vez es más espeso. El sol encima de sus cabezas se ha vuelto rojo, y de pronto es el único color que se distingue. Miedo, Anne siente miedo, junto con algo más. Una necesidad.

-Anne... -murmura una voz seductora y masculina en frente suya. Es la del chico, pero suena casi irreconocible.

Su mirada salta a la de Gèrard. Por fin ha abierto los ojos, y la está mirando fijamente. Sus pupilas están tan dilatadas que ya no se percibe el verde en sus ojos. Su mirada es la del mismo deseo, penetrante y oscura. Se levanta frente a ella y le coge de la nuca, y en un solo movimiento la besa profundamente, hundiéndola en el río. Los brazos del chico la arrastran a lo más oscuro y profundo, y ya no hay aire, ya no hay luz, ya no hay nada más que la condenada y el verdugo. Anne se aferra a él y se ahoga en sus labios.

A la sombra de los árbolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora