Te imagino sin dormir

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Gèrard en el foco

A la mañana siguiente, Gèrard se despierta en su cama encima de las sábanas un poco acalorado. Un rayo de sol se posa en su cara mientras entreabre los ojos. Está amaneciendo, y la habitación está en silencio. Se levanta y se acerca al cristal que da al bosque, tocándolo con la mano. Aún está frío. Apenas se escucha nada de la vida que empieza a despertar fuera. Solo el lejano canto de los pájaros, imposible de amortiguar. Observa una pareja de gorriones que está dando vueltas en el aire sobre ellos mismos, jugando. Una ardilla trepa rápidamente por el tronco de un pino con una piña en la boca. Otro pájaro cuyo nombre no sabe identificar pica algo del suelo y levanta el vuelo, posándose en la copa de un árbol. Probablemente se lo lleve a sus bebés pollito, piensa Gèrard mientras con una sonrisa tierna. El sol está dando paso a un día normal, pero en este lugar un día normal se traduce en momentos llenos de belleza.

Agradece estos instantes de soledad, porque estar en un mismo sitio con otras quince personas a veces es cansado. Aunque le cueste admitirlo, él es una persona que recarga sus energías en soledad. Ensimismado en la escalada de una ardilla, su mente viaja al día anterior con Anne. La mira por encima de su hombro, sigue dormida apaciblemente en su cama. Tiene los labios entreabiertos, y una expresión relajada en el rostro. Su pelo está arremolinado y sus brazos rodean la almohada. Está preciosa incluso dormida. Gèrard siente las primeras mariposas del día revolotear por su estómago igual que los dos gorriones de antes. Sonríe. Anoche volvieron del bosque tiempo después de su encuentro. Anne tenía frío.

-Empieza a refrescar, ¿no? -susurra Anne apartándose un poco del abrazo eterno de Gèrard para mirarle a los ojos. Los dos tienen una sonrisa imborrable en la cara, y no saben cuánto tiempo llevan ahí plantados. Apenas han hablado, solo se han limitado a abrazarse, y Gèrard se siente renovado, como si la esencia de la chica se hubiera colado entre las fibras de su ser para limpiar su interior de falsas inquietudes.

-Sí, un poco. -contesta él, apartándole a su vez un rizo de los ojos. La mira con adoración, y a ella le brillan los ojos de felicidad.

Gèrard le acaricia la mejilla y la atrae hacia él, dándole otro beso en los labios que le sabe a gloria. No se cansa de hacerlo. Estaría aquí toda la noche, besándola, familiarizando sus labios con toda su piel, acariciándola. Le daría igual el frío y la intemperie. Pero Anne tiembla un poco y sabe que después de dormir en las tiendas -a Gèrard le recorre un escalofrío al recordarlo – no deberían estar aquí demasiado tiempo. Sobretodo si mañana graban el tema de la chica.

-Vamos dentro, no quiero que pilles nada -dice él. Con un gesto caballeroso le ofrece su mano. -¿Señorita?

-Caballero. -le sigue Anne imitándole, inclinando la cabeza y mirándole desde abajo, entre sus pestañas. Con una risotada le coge de la mano y juntos caminan por la plancha de madera firmemente suspendida entre los árboles. Las manos de Anne son suaves, las de Gèrard son firmes y un poco ásperas, indicativo de su vida como guitarrista. Esas manos son su herramienta de trabajo, y Anne las acaricia como gesto de admiración. Juntos se dirigen al Campamento, ya apenas hay luz natural.

Antes de entrar, Gèrard tira de la mano de Anne y la empuja hacia su brazos, y esta se ríe al colisionar contra su pecho. Se abrazan, se respiran y se aferran el uno al otro como si lo hubieran hecho durante años. Todo les parece tan familiar, y a la vez tan nuevo. Gèrard inhala su aroma profundamente, deseando que este momento no se acabe nunca. Anne descansa la cabeza en el cuello del chico. Puede sentir su pulso. Está ligeramente acelerado, pero estable. No puede evitar plantar un beso justo debajo de su oreja, y el muchacho se estremece. Le encanta demasiado que sea tan sensible a todo.

A la sombra de los árbolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora