Malditas las cosas que me haces

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Anne en el foco

Mira a su alrededor. Está de nuevo en el lago. Hay un cuerpo flotando. Esto ya lo ha visto antes. Anne sonríe y camina hacia delante, tranquila. Su pelo rubio, con leves ondulaciones que bailan en el agua, le resulta familiar. Es él. Hace un poco de calor y agradece el agua fresca en sus muslos al adentrarse por el terreno pedregoso. El chico está boca arriba, otra vez, mirando al cielo.

Anne llega hasta él, y le observa. Tiene los ojos cerrados, sí, como la otra vez. Pero ahora algo ha cambiado. En medio de su amago por acariciarle, se da cuenta de que su rostro no es el mismo, hay algo diferente. Está más mayor. Su mandíbula está más marcada, tiene arruguitas alrededor de los ojos, la barba mucho más poblada. Es Gèrard, pero del futuro, pero han pasado... ¿qué día es?

-Gèrard. ¿Qué-?

El chico abre los ojos. Verdes, del mismo tono que siempre. Pero su mirada se posa en la cara de la chica y ella sabe al momento que algo no anda bien.

-¿Quién eres?

-¿Cómo? Gèrard, -ríe, nerviosa. -Soy yo, Anne.

-¿Anne? - Ella le busca en vano en sus ojos, y él niega con la cabeza. -No me suena.

El agua se ha vuelto fría. El sol ha desaparecido. Sus dientes están castañeando, apenas puede asimilar todo lo que está pasando. En la orilla, el río comienza a congelarse a una velocidad vertiginosa. Desesperada, se aferra a él.

-Gèrard, soy yo. ¿No te acuerdas de mí?

-Lo siento. Si te conocía, fue hace mucho. -Vuelve a cerrar los ojos, flotando, inmutable. Impasible. Y a Anne se le rompe el corazón.

Foco compartido

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Foco compartido

El canto ensordecedor de los pájaros despierta a Gèrard. Olvidaron cerrar la puerta de la terraza en el desenfreno de la noche anterior. No había importando en absoluto, hasta ahora, cuando el muchacho trata de levantarse y no tropezar con su ropa y sus gafas en el suelo en un intento de devolver la paz a la habitación. El sol lleva poco tiempo arriba y aún hace un poco de fresco; el chico tirita buscando algo que echarse encima, pero desiste. Se pone de pie como le trajeron al mundo; aunque si las marcas de amor fueran visibles – que algunas sí lo son, sobretodo las de su cuello – estaría completamente vestido de besos y caricias. Aunque está un poco cansado, su corazón resplandece bajo su piel, y eso es algo que no se puede negar a simple vista.

Anne duerme bajo las sábanas, la pierna que carece de venda sobresale de la cama, un brazo se enreda con la almohada. Sus párpados descansan sobre sus mejillas y tiene la boca relajada y entreabierta. La poca luz que hay dibuja la pequeña sombra de sus pestañas. La ternura se apodera de él al mirarla de nuevo, tan abandonada al mundo de los sueños. El pelo de ambos está hecho un desastre; Gèrard se mira en el espejo y tras cerrar la puerta se lo intenta arreglar como puede, desistiendo en segundos.

A la sombra de los árbolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora