Nobody loves no one

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Gèrard en el foco

Para Gèrard, el amor es como las cenizas. Tiene la teoría de que cuando alguien se enamora, idealiza y alimenta ese amor con deseos propios que proyecta en la otra persona. Nunca vemos la realidad cuando estamos enamorados, si bien por conveniencia o por egoísmo. Y él lo sabe de primera mano. Hace años amó a alguien con locura, con la ilusión más grande del mundo. Quería pasar el resto de su vida con ella. Eran almas gemelas. Amaba todas sus partes, no creía en los defectos, no habían partes oscuras, no existían los problemas. Le cegaba un fuego más intenso que el sol que crecía y crecía cada día. Hasta que un día las llamas se descontrolaron, arrasando todo a su paso.

Ella le había dicho muchas veces que tenía dudas, que le atormentaban los miedos, que estaba atada al pasado. Él no le había escuchado, se había quedado a vivir en su mundo perfecto con alguien que parecía ser ella, y por eso el día en que todo se acabó le atestó tan inesperadamente que no llevaba puesto el cinturón. No se lo esperaba. La fuerza del impacto le rompió en pedazos, y desde ese día jamás se ha vuelto a enamorar. Nunca. Porque, ¿qué es enamorarse? Es ver un fuego imaginario donde en realidad, solo hay cenizas. Hay cenizas buenas, cálidas, que te calientan por la noche, pero que despiertan heladas. Hay cenizas que te manchan y arañan la piel. Hay cenizas capaces de durar y durar hasta que seas tú el que tenga que acabar con ellas. Pero los fuegos, los fuegos solo viven en tu cabeza, y cuanto antes lo sepas, mejor.

Lo único que le queda de ese fuego que una vez creyó sentir es el recuerdo de su calor y un vacío interior que a veces se abre ante él como un agujero negro. Pero Gèrard se está haciendo todo un experto en cubrirlo con otras cosas. La música, por ejemplo. Cuando canta, es capaz de apropiarse de los sentimientos de los que hablan todos esos artistas como si fueran suyos, aunque sea por unos minutos.

Por eso, cuando el destino hace que Anne choque contra él en el río, no entiende nada. No sabe porqué la gravedad insiste tanto en que atraerlos a los dos. No entiende cómo las estrellas pueden brillar tanto en esos ojos. Pero sobre todo, no logra comprender porqué, sin venir a cuento, siente una chispa pequeña pero innegable encenderse en su interior. Una chispa que le calienta por dentro y le atrae inevitablemente hacia ella. Sin querer, algo le atrapa, no sabe si es su mirada, sus labios o sus mejillas sonrojadas, pero no puede mirar para otro lado. Sus labios se parten, maravillados, sus ojos se abren, como viendo el amanecer por primera vez. Electricidad, le recorre el cuerpo. Sus manos, colgando en sus costados, sienten la necesidad de tocarla, de acariciar su energía, de apretarla contra él. Besarla, ahora mismo, en este instante, sería tan natural como respirar.

A punto está de cerrar los ojos y dejarse llevar cuando Anne hace un amago de apartarse. Como un acto reflejo, su mano sube a la mejilla de la chica, para retenerla aunque sea unos segundos. Y ahí juega su carta, y se la devuelve. Su mirada de estupefacción tras haberlo hecho le satisface. Igual no es más que un juego al final, por mucho que le atrape. Después de todo, no puede olvidar que son solo cenizas, ¿no?

Anne en el foco

Al día siguiente les despierta un silbato estridente.

-¡¡Arrrrrrrrrrrrrriba todo el mundo, señorees!! ¡Uno dos, uno dos! ¡¡Todo el mundo a vestirse que nos vamos, que nos vamoos!!

-¡¡Aaah!! -despierta Anne, sobresaltada.

-¡¿Qué pasa, qué pasa?! - grita Samantha, alterada, tirando la almohada al suelo del susto.

Cesc, el entrenador del Campamento, se ha aparecido en medio de la habitación, pegando gritos.

-Esto no venía en el horario -dice Anaju desde su litera.

A la sombra de los árbolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora