Capitulo 7

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Capítulo 7
—¿Alguna vez has visto tantos hombres guapos en una familia? —preguntó Sandy.
Jill y ella cortaban pimientos verdes y cebollas para la receta de la salsa de chili que pensaban sacar en la portada del siguiente número de Comida para todos. Cada mes proponían un tema y ese mes se iban a centrar en sopas, estofados y chili. Sandy era muy buena cocinera y normalmente no se molestaba en probar recetas de otros, pero la mujer que probaba las recetas se había despedido de pronto, dejándolas en un brete.
Jill extendió el brazo en la encimera de la cocina y conectó el monitor de bebés. Hacía una hora que habían salido del apartamento de Derrick. Ryan no había dejado de llorar hasta cinco minutos atrás. No había llorado nada mientras estaba con los hermanos de Derrick, pero en cuanto lo había tomado su madre en brazos, ya no se había callado hasta que esta lo había metido en su cuna y le había dejado llorar hasta que se durmiera. Lexi tenía razón. A Ryan no le gustaba su mami.
—Tierra a Jill.
—Perdona. ¿Qué decías?
—Todos esos hermanos atractivos en una misma familia y ninguno de ellos llevaba
una alianza en el dedo. ¿Qué crees tú que indica eso de los hombres?
—No lo sé, pero estoy segura de que me lo vas a decir tú.
—Es una prueba de lo que yo digo siempre. Las mujeres ya no necesitamos a los
hombres para que cacen ni traigan el pan a casa, así que ¿para qué más sirven? Jill movió la cabeza.
—Tienes que olvidar toda esa amargura extraña que sientes hacia los hombres.
—Mi padre dejó a mi madre cuando yo tenía seis años —le recordó Sandy—. Si me lo cruzara por la calle, no lo reconocería. ¿Qué clase de hombre deja a su carne y a su sangre y no vuelve a dar señales de vida nunca más?
—No todos los hombres son como tu padre o tu exnovio.
—¿Cómo puedes decir eso tú, después de que te dejaran plantada ante el altar? Los hombres son buenos para una cosa, y no te voy a recordar cuál es, pero el problema es que carecen de la virtud de la continuidad.
—Es solo cuestión de encontrar al hombre apropiado —respondió Jill—. Tenemos que ser pacientes.
Cuando Sandy conocía a un hombre que le interesaba, tendía a ser controladora y desagradable. Jill suponía que el subconsciente de su amiga saboteaba una relación desde el comienzo precisamente porque ella pensaba que de todos modos no había ningún hombre en el mundo que se fuera a quedar a su lado. La relación siempre se acababa antes de que ella le diera una oportunidad de funcionar, lo cual, a su vez, confirmaba los miedos de Sandy, cerrando así aquel círculo vicioso. Pero Jill no quería enojar a su amiga, así que cambió de tema.
—¿Te he dicho que Thomas me llamó el otro día?
Sandy abrió mucho los ojos.
—¿Qué quería?
—Se ofreció a ser mi abogado por si necesito ayuda para alejar a Derrick de Ryan y
de mí.
—¿Y cómo sabía él lo de Derrick?
—Se lo dije a mamá y supongo que se lo diría ella. A pesar de que me dejó plantada
en el altar, mis padres siguen teniendo una opinión muy elevada de él. —¿Qué le dijiste?
—Le dije que le agradecía la oferta, pero que no necesitaba su ayuda. También le dije que Derrick y yo estamos saliendo.
—¿Qué?
Jill sonrió.
—Buena idea, ¿no te parece? Quería que se enterara de que he pasado página.
Además, se lo dirá a mis padres y, con suerte, no vendrán de visita inmediatamente. —¿Y se mostró disgustado?
Jill se encogió de hombros y removió los ingredientes de la cazuela que tenía en el fuego.
—Es difícil saberlo.
—¿Mencionó a Ryan? ¿Te preguntó qué tal estaba?
—Me felicitó y dijo que sentía todo lo que había pasado entre nosotros.
Sandy terminó de echar salsa de barbacoa en una taza de medir y miró a Jill.
—Te preocupa algo. ¿Qué es?
—Estoy pensando que debería tomarme en serio la oferta de Thomas por si resulta
que Derrick y yo no conseguimos llegar a un acuerdo sobre Ryan. Sería idiota por mi parte ir a la mediación del mes que viene sin estar preparada.
—Cierto —Sandy echó las cebollas y los pimientos en la cazuela—. Pero siento curiosidad. ¿Por qué te llama Thomas ahora después de tanto tiempo?
—Me llamó una vez, pero no contesté.
—¿Todavía sientes algo por él?
—He comprendido que necesito cerrar el capítulo, y el único modo de hacerlo es
que los dos nos sentemos a hablar de lo que pasó.
Lo que Jill necesitaba saber era cómo alguien con quien había estado dispuesta a
pasar el resto de su vida podía haberla humillado hasta tal punto. Si él había descubierto que no podía seguir adelante con el matrimonio, ¿por qué no se lo había dicho en lugar de dejarla allí plantada como una tonta? Esa pregunta le había quitado el sueño muchas noches. Ella había confiado en Thomas. Nunca, ni en un millón de años, lo habría creído capaz de hacer algo como aquello. Pero lo había hecho y, menos de una semana después de que la dejara plantada en la iglesia, los padres de ella lo habían invitado a su casa y habían suplicado a Jill que saliera de su habitación y hablara con él. Todos esperaban que lo perdonara sin vacilar. Aquella había sido la última gota. Jill había hecho las maletas y había partido para California menos de una semana después.
De la cazuela salía olor a ajo mezclado con cebolla y Sandy añadió alubias blancas a la mezcla.
—Me pregunto si Connor estará el domingo en la barbacoa —comentó. —¿El hermano de Derrick? —preguntó Jill, sorprendida.
Sandy asintió.
—¿Por qué te sorprende?
—No lo sé. Supongo que porque hace tiempo que no te veo mostrar interés por un hombre.
—No me interesa Connor. Solo he pensado en él porque parecía callado... y triste.
Jill estaba más que dispuesta a ayudar a su amiga si creía que había alguna posibilidad de emparejarla. Pero la verdad era que Sandy era demasiado exigente, por no hablar de terca y obstinada.
—No me fijé —mintió—. Pero puesto que se trata de Derrick y sus hermanos, he decidido que no es buena idea que yo vaya a la barbacoa el domingo.
Sandy no contestó a eso.
—Ni siquiera sé si es buena idea que Derrick y yo seamos amigos —añadió Jill. —En eso estoy de acuerdo —Sandy removía los ingredientes de la cazuela—. Ya
sabes lo que pienso de esa inesperada aparición suya.
—Exactamente. Yo pasé por el proceso de la donación de esperma sabiendo que
criaría a Ryan sola. Pero que no quiera a Derrick en la vida de Ryan no significa que crea que es mala persona. Es solo que necesito... no, que quiero, criar a Ryan sola. Y además, Derrick es un jugador famoso. Es atractivo y no pasará mucho tiempo hasta que se case y tenga hijos propios. No quiero que Ryan sienta que no es tan bueno como los otros. Una amistad con Derrick no saldría bien. Tiene que dejarnos en paz.
—Estoy de acuerdo —Sandy tapó el chili y bajó el fuego.
Jill la siguió a la sala de estar, donde Lexi coloreaba sin hacer ruido. La ayudó a recoger los lápices de la niña.
—Estoy segura de que Derrick lo entenderá cuando le digas que has cambiado de idea sobre la barbacoa —comentó Sandy.
—Y si no lo entiende, lo siento —dijo Jill, que intentaba convencerse a sí misma de que lo mejor que podía hacer sería no tener nada que ver con el padre de Ryan—. Hizo mal en mudarse aquí sin consultarlo antes conmigo. Es arrogante y avasallador. Si cree que puede...
En aquel momento llamaron a la puerta.
Jill, exasperada, la abrió con prontitud.
Derrick estaba al otro lado. Tenía el pelo mojado. Llevaba unos vaqueros limpios y
una camisa azul. Sostenía un lápiz azul en la mano.
—Se me ha ocurrido que Lexi podría echarlo en falta.
Jill tomó el lápiz, le dio las gracias e intentó cerrar la puerta, pero él puso la mano
en el marco, por encima de la cabeza de ella, y usó sus amplios hombros para impedírselo. —Quería darte las gracias por dejar que mis hermanos conocieran a Ryan —le dijo
—. Ha significado mucho para todos nosotros. —De nada.
Él miró hacia el interior. —¿Ryan está dormido?
—Sí.
Derrick vio a Sandy.
—¿Ya te marchas?
—Se hace tarde —contestó ella—. Jill y yo tenemos muchas cosas que hacer
mañana.
—¿Puedo ayudaros en algo?
Sandy sonrió con suficiencia y miró a Jill como diciéndole: "Dile que se vaya a la porra y díselo ya".
Ryan empezó a llorar en la otra habitación. Derrick hizo un gesto en aquella dirección. —¿Quieres que vaya yo?
—No, gracias. Está todo controlado. —¿Sigues enfadada conmigo?
—Pues claro que sí —contestó Jill—. Hace una semana no sabía que existías, pero te las has arreglado para irrumpir en mi vida sin mi permiso. Dondequiera que miro, allí estás tú. Me has visto en mi momento más vulnerable y ahora te has situado de tal modo que puedas vigilar todo lo que hago.
—¿Tú crees que te quiero espiar?
Ella alzó la barbilla.
—Sí, eso creo.
—Escucha —él se inclinó hacia ella, que pudo captar el olor de su aftershave—. No
te estoy espiando. Solo quiero tener la oportunidad de conoceros a Ryan y a ti. Juro por mi honor que eso es todo. Yo jamás intentaría quitarte a Ryan. Nunca.
—Es obvio que estás acostumbrado a conseguir siempre lo que quieres. —He sido un poco avasallador, ¿verdad?
—Más que un poco.
Derrick, derrotado, miró a Sandy.
—¿Necesitas ayuda para llegar a tu coche?
—Creo que es más seguro que diga: "no, gracias".
—Pues entonces me marcho.
Jill intentó cerrar la puerta, pero él seguía impidiéndolo. ¡Aquel hombre era
imposible!
—Una cosa más —dijo él—. He hablado con mamá y está todo preparado. Te
agradece mucho que estés dispuesta a llevar a Ryan al rancho. Si os parece bien, puedo recogeros a los cuatro el domingo a las doce.
—¿Para montar en loz poniez? —preguntó Lexi desde la sala.
—Para montar en los ponies —contestó él con una sonrisa.
Jill se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. No le gustaba nada sentirse
cohibida y que le temblaran las rodillas cuando estaba cara a cara con aquel hombre. —¿Por qué tengo la impresión de que no tengo elección? —preguntó.
—Tienes elección —le recordó Sandy.
Cuando Derrick sonreía, le salían hoyuelos. Jill pensó que lo último que necesitaba
aquel hombre eran hoyuelos.
—No dejaré que nadie se empeñe en tomar a Ryan en brazos sin que tú des antes tu
permiso —dijo él—. Ponies para Lexi. Buena comida. Gente divertida. Una visita corta y agradable.
—¡Poniez! —gritó Lexi.
—Vamos —dijo Sandy a su hija—. Vamos a ver a Ryan.
Jill suspiró cuando la madre y la hija desaparecieron en la otra habitación.
—No te arrepentirás —le prometió Derrick—. Les encantarás a todos.
—Eso lo dudo —¿cómo les iba a gustar si ni siquiera se gustaba a sí misma? Era
una pusilánime.
—¿Te estás quedando conmigo? —él apoyó una mano en el marco de la puerta, por
encima de la cabeza de ella.
Jill se descubrió pensando que debería haberse puesto tacones para no tener que
verse obligada a mirar la V de la camisa de él, donde un trozo de piel bronceada y algo de vello oscuro atraían su atención.
—Tú lo tienes todo —continuó él—. Eres amable, cariñosa y guapa. ¿Por qué no les vas a gustar?
Aquel hombre sería capaz de convencer a una abeja obrera de que abandonara a su reina. Jill torció el cuello para mirarlo a los ojos.
—Deberían apodarte Embaucador en vez de Hollywood. —No estaba libre el nombre.
Ella sonrió ante la arrogancia de él.
—¿No habrá mucha gente?
—Menos de una docena.
—¿Sin fanfarria ni exageraciones?
—Por encima de mi cadáver.
—¿Ni globos ni regalos extravagantes?
—Desde luego. Los regalos no son de buen gusto.
Ella se cruzó de brazos.
—Tú dices lo que crees que quiero oír, ¿verdad?
Derrick entrecerró los ojos.
—Yo jamás haría eso.
—De acuerdo —repuso ella, intentando no divertirse con el hombre que solo estaba
allí a causa de Ryan—. Si tanto significa para ti, iremos. Él sonrió.
—Eres un encanto —antes de que ella pudiera cerrar la puerta, añadió—: Una cosa más. Hay algo que quiero preguntarte.
Ella alzó las cejas con aire interrogante.
—La amable voluntaria de pelo gris del hospital me dijo que te habías ido antes de tiempo porque tenías que planear nuestra boda.
Jill se echó a reír al ver la expresión ansiosa de él.
—Eso fue cosa de Sandy. Confiaba en que la mujer te espantara diciéndote eso y no tuviéramos que hacerlo nosotras.
Derrick frunció el ceño.
—Tu amiga tiene muy mala idea, ¿verdad?
—Ha tenido una vida difícil —repuso Jill bajando la voz para que no la oyera su
Sandy—, pero tiene un gran corazón. Además, no tienes de qué preocuparte. No me casaré nunca. Todo lo que necesito lo tengo ya aquí en este apartamento.

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