Epilogo

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Epílogo
Nueve meses después
Jill y Derrick no podrían haber pedido un día más hermoso para casarse.
Brillaba el sol, había pocas nubes y, aunque hacía un calor desacostumbrado para el mes de mayo, una brisa agradable evitaba que sus invitados sintieran demasiado calor. El entorno campestre de la granja de ponies proporcionaba una atmósfera despreocupada y relajada. Jill subió por la hierba llevando un vestido de novia de chifón sin mangas hasta la rodilla y sujetando con fuerza el brazo de Phil Baylor. Se sentía agradecida de tenerlo al lado, contenta de saber que podía llamarlo papá. Sus padres, destrozados por la decisión de Laura de unirse a un grupo de música, seguían echando la culpa a Jill y habían declinado todas sus invitaciones para que asistieran a la boda. Una mirada rápida a Phil antes de que este la entregara a su hijo le reveló que el hombre tenía los ojos llorosos y los rasgos suavizados por décadas de amor.
Jill besó su mejilla paternal y le dio las gracias por todo. A continuación se volvió hacia Derrick. Aunque eso no formaba parte del plan y no lo habían ensayado así, él la abrazó y la besó mientras su padre iba a tomar asiento al lado de su madre.
Antes de reunirse con Sandy y Aaron, que esperaban de pie con el sacerdote de la familia debajo del emparrado, Derrick la miró a los ojos y preguntó:
—¿Cómo es posible que estés más hermosa cada día?
Ella respondió con una sonrisa. Tomó el rostro de él entre sus manos.
—No has salido huyendo —bromeó—. Gracias por eso.
—Ni todos los ponies juntos que ves allí en el prado pastando podrían haberme
alejado de aquí. Jill sonrió.
—¿No tienes miedo ni te tiemblan las rodillas?
—Mi rodilla está mejor que nunca —mintió él. De todos modos, Jill ya sabía que él se había estado poniendo hielo toda la mañana—. ¿Y tú? —preguntó él—. ¿Estás nerviosa? ¿Te vas a desmayar y me vas a hacer llevarte en brazos?
—¿Podéis empezar ya la ceremonia? —gritó Zoey desde una de las muchas sillas plegables colocadas de cara al emparrado donde iban a intercambiar los votos
matrimoniales.
—Déjalos que hagan lo que quieran —contestó Jake, intentando callar a su
hermana.
—¿Lo dices en serio? Podríamos estar aquí todo el día.
—No les hagas caso —comentó Derrick—. Creo que podemos tomarnos todo el
tiempo que nos dé la gana.
—¿Solo para molestar a tus hermanos?
—No. Creo que debemos ir despacio para que yo pueda saborear cada momento de
este día. Cuando miras a tu alrededor, ¿qué es lo que ves, Jill?
La joven miró el prado donde pastaban los ponies, miró a Hank, al que no le gustaba
nada que lo hubieran atado ese día, y miró a todos los invitados que tenía delante antes de mirarlo a él.
—Veo amor —contestó.
—¿Y qué es lo que hueles?
Jill cerró los ojos y respiró hondo.
—Huelo a heno fresco y aire caliente.
Derrick olfateó.
—Yo huelo a ponies y creo que mamá se las ha arreglado para poner algunos
rollitos de jamón en las mesas de la comida.
Jill se echó a reír y él le apretó las manos, quizá porque estaba nervioso, pero ella
no creía que fuera por eso. Derrick Baylor parecía de verdad estar disfrutando aquel momento.
—¡Los demás no os oímos! —gritó Zoey. Alguien siseó pidiéndole silencio.
La mirada de Derrick no se apartaba de la de Jill, y esta tuvo que pellizcarse para cerciorarse de que no estaba soñando. Su futuro esposo estaba espectacular con un traje oscuro, aunque ella sabía que estaba deseando ponerse algo más cómodo. Ella se iba a casar con el padre de su hijo, el hombre al que amaba. No podría haber pedido nada mejor. Tendrían el resto de sus vidas para vivir, amar y aprender juntos mientras veían crecer a Ryan.
—Todos los días serán una aventura —dijo él—. Y todas las noches también — añadió guiñando un ojo.
Jill volvió a reír.
—Yo ya estoy preparado —dijo él—. ¿Y tú?
—También.
Se volvieron hacia el emparrado, donde estaban Sandy, la madrina, a un lado, y
Aaron, el padrino, al otro. Diez minutos después se habían casado. La ceremonia fue corta y romántica. Se habían alejado de la tradición y habían escrito sus propios votos, ambos jurando confiar, amar y respetar al otro hasta el final de los tiempos.
Ya eran oficialmente marido y mujer.
Derrick y Jill se tomaron de la mano en aquel trozo de hierba de la granja de ponies de los Baylor y se giraron hacia la multitud, que había crecido hasta incluir a la mayoría de los habitantes de Arcadia.
—Señoras y señores —dijo el sacerdote—. Les presento al señor y la señora Baylor.
Todos se pusieron en pie y los vitorearon mientras ellos bajaban por la hierba hasta los invitados.
Jill pasó la vista por todos aquellos rostros familiares. Miró a Aaron y a Maggie, que se habían casado seis meses atrás y parecían felices. Miró a Helen y Phil y a continuación a cada uno de los hermanos de Derrick. Se sentía bendecida por poder formar parte de aquella familia.
Derrick y ella hablaron con los invitados, que se iban acercando a la zona donde estaban preparados los refrescos. Había una docena de mesas largas cubiertas con distintos tipos de comida. Helen Baylor tenía órdenes estrictas de dejar la preparación de la comida a otras personas. No se le permitía poner un pie en la cocina, principalmente porque ninguno de sus hijos quería ver rollitos de jamón en las mesas en un día tan especial.
Se habían organizado juegos para los niños, como el de lanzar herraduras, y había también una piñata esperándolos. Del granero salía música, que indicaba que el grupo se estaba preparando ya. Al lado del estanque había cañas y cebos disponibles por si alguien estaba interesado en pescar un rato.
En una mesa especial colocada a la sombra había una tarta de cinco pisos con todos los sabores predilectos de Jill y Derrick. También había una mesa separada para postres, que no tardaría en estar cubierta con minusuflés de chocolate, pastel de zanahorias, magdalenas con queso de untar y helado de vainilla casero.
Garret y su esposa, Kris, habían cuidado de Bailey y Ryan durante la ceremonia. Bailey estaba de pie dentro de un parque y Ryan estaba sentado y miraba fascinado a Lexi, que entretenía a los dos con un baile de Ken y Barbie.
Cuando todo el mundo los hubo felicitado, algunos de sus hermanos se llevaron a Derrick y dejaron solas a Sandy y a Jill.
—Supongo que debo felicitarte, puesto que ya no puedes retroceder —se burló Sandy.
Se abrazaron.
—¿Dónde está Connor? —preguntó Jill cuando se separaron.
—No tengo ni idea —repuso Sandy con voz que denotaba tristeza—. La última vez
que lo vi fue hace tres días y estoy casi segura de que lo espanté para siempre.
—¿No viene a la boda de su hermano?
—Parece que no —Sandy se encogió de hombros fingiendo indiferencia, pero Jill
sabía que escondía una montaña de dolor detrás de ese gesto. —¿Qué fue lo que hiciste?
—Cometí el error de decirle lo que sentía por él. Le dije que lo amaba.
—¡Oh!
—Es mejor así, ¿sabes? Mejor ahora que más tarde —comentó Sandy—. Sobre todo
porque Lexi estaba empezando a encariñarse con él.
Jill pensó que Lexi no era la única, pero no lo dijo.
La acompañante de Jake tiró de este hasta donde estaban ellas y le tendió la mano a
Jill.
—Hola, me llamo Candy. Salgo con Jake —miró a Sandy y arrugó la nariz para
hacerle saber que Jake era territorio prohibido.
—Encantada de conocerte —le dijo Jill.
—La ceremonia ha sido muy linda —comentó Candy—. Le estaba diciendo a Jake
que, personalmente, yo preferiría tener una ceremonia en interior —usó una mano para abanicarse—. Tengo tendencia a sudar cuando me pongo nerviosa y eso podría ser un desastre, tú ya me entiendes.
Jill sonrió cortésmente y Jake se sonrojó intensamente.
—Como haga más calor, tendré que quedarme en bragas y sujetador.
—Por favor, no lo hagas —dijo Rachel, que se acercó en ese momento y los salvó a todos de un momento embarazoso—. Yo puedo prestarte un traje de baño.
—Oh, no sé —dijo Candy, mirando a Rachel—. No tengo ni la talla treinta y seis. Normalmente tengo que comprar en el departamento de jovencitas si quiero encontrar algo
que me quede bien.
Todos miraron al mismo tiempo los pechos enormes de Candy.
Esta se echó a reír.
—Sé lo que estáis pensando, pero os aseguro que son auténticos.
Nadie estaba pensando eso. Todos se preguntaban cómo podía entrar aquello en un
bañador de la talla treinta y seis.
Rachel acudió al rescate de todos por segunda vez en menos de un minuto. —¿Habéis visto eso? —preguntó.
Todos miraron en la dirección que señalaba.
Connor había aparecido después de todo. Tenía un aire resuelto. Parecía decidido a
dejarle algo claro a alguien. Miró a la gente hasta que sus ojos se posaron en Sandy. Solo necesitó unas cuantas zancadas largas para acercarse a donde estaban ellos.
—Hola, Connor —dijo Candy. Se colocó delante de Sandy.
—Hola —contestó él, sin mirarla. Solo tenía ojos para una mujer. Rodeó a la acompañante de Jake y entregó a Sandy el ramo de rosas rojas que llevaba en la mano—. Me gustaría hablar contigo.
—Han pasado tres días. Te he dejado dos mensajes. Ya has tenido tu oportunidad.
—Lo sé, lo siento. He metido la pata —él se pasó una mano por el pelo—. Soy un idiota.
—Creo que deberíamos dejarlos solos —propuso Jill.
—No —repuso Sandy—. Que nadie se mueva.
Rachel miró a Jill entusiasmada. Como procedía de una familia tan numerosa, sin
duda estaba acostumbrada a los dramas, y se alegraba claramente de tener un asiento en primera fila para lo que quiera que fuera a pasar allí.
A Jill no le gustaban los conflictos, pero sabía que, si se alejaba un paso, su amistad con Sandy podía quedar gravemente comprometida.
A Jake, por otra parte, aquello le daba igual, así que se marchó dejando que Candy se las arreglara sola.
Sandy se dirigió a Connor.
—Si quieres decirme algo, tendrás que hacerlo aquí delante de todas.
—Supongo que me lo merezco —dijo él.
Rachel asintió con la cabeza y Sandy miró a su alrededor como si se aburriera
mortalmente.
—¿Puedes al menos hacer el favor de mirarme? —le preguntó él.
Sandy alzó los ojos hasta que se encontraron con los de él y Jill no pudo por menos
de admirar las dotes de interpretación de su amiga, porque lo hizo como si aquello le supusiera un esfuerzo terrible.
—Yo también te amo —dijo Connor en el momento en que sus ojos se encontraron, que resultó ser el momento en el que Cliff y Brad se unieron al grupo.
Siguió un silencio. Hasta Candy permaneció callada.
—¿Ya está? —preguntó Connor—. ¿No tienes nada que decir?
—¿Acaba de decir lo que yo creo que ha dicho? —preguntó Cliff a nadie en
particular.
—Acaba de decirle que la ama —confirmó Candy—. ¿Por qué tú nunca me has mirado así a los ojos y me has dicho que me amas? —miró a su alrededor y, cuando se dio cuenta de que Jake ya no andaba cerca, se alejó en su busca.
Mientras Jill rezaba para que su amiga no arruinara completamente aquel momento, puesto que Connor se estaba esforzando, una mano se posó en su hombro. Alzó la vista hacia Derrick y, a pesar de la tensión que había en el aire, le sonrió.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó él.
—Connor acaba de decirle a Sandy que la ama.
Connor tomó la mano libre de Sandy.
—¿Quieres que me marche?
Sandy le sostuvo la mirada sin parpadear.
—Quiero saber por qué me amas.
Todos los hermanos de Connor gimieron al unísono.
—Es una pregunta muy razonable —intervino Rachel.
Connor cambió el peso de un pie al otro.
—Me encanta tu pelo y el modo en que brilla al sol —dijo.
Todos sus hermanos se mostraron complacidos por la respuesta.
Sandy frunció el ceño.
—¿Qué? —preguntó Connor—. ¿He dicho algo malo?
—No se trata del pelo —le dijo Derrick, con la esperanza de ahorrarle algo de
tiempo—. Lo que importa es lo que sientes aquí —se llevó una mano al pecho, encima del corazón, y Jill lo amó un poco más por ello.
Phil y Helen se acercaban en ese momento, seguidos por la mitad del barrio.
—Cuando sales de la ducha —volvió a probar Connor— y tu pelo es un desastre y tienes prisa por llegar a alguna parte, frunces el ceño de un modo encantador y...
Se detuvo en mitad de la frase cuando vio que Brad hacía el gesto de cortarse el cuello.
—Borra eso —dijo Connor—. Cuando llego tarde y me has estado esperando, alzas las cejas y...
El gesto de cortar el cuello se repitió más veces entre los espectadores, que crecían sin cesar.
—¡Oh, por el amor de Dios! —exclamó Connor, claramente frustrado—. Simplemente te amo. Me gusta cada una de las caras que pones cuando hago algo mal; y estoy empezando a darme cuenta de que eso ocurre más a menudo de lo que pensaba. Está claro que no te merezco. A veces tengo un humor sombrío y a menudo estoy muy callado y, sin embargo, tú nunca haces que me sienta culpable o torpe. Tú me muestras amor en todo lo que haces. Adelante, si quieres, pégame un tiro por decir esto, pero me encanta tu pelo. El color, el brillo, la sensación que me produce en los dedos. Me da igual si crees que no debería decirte eso. Me encanta cómo se iluminan tus ojos cuando me acerco a ti. Excepto hoy. Hoy no se han iluminado tus ojos y eso me entristece. Cuando estás enfadada conmigo y tamborileas con los dedos y haces ruidos como de ir al galope, sí, bueno, eso me gusta. Y también me gusta tu parloteo constante.
Aquella declaración en particular provocó todo tipo de susurros y murmullos, pero Connor no prestaba atención a nadie que no fuera Sandy.
—Me encanta cómo consigues ignorar a toda esta gente que nos está mirando y oyendo todo lo que digo, no porque me quieran y les importe cómo acabe esto, sino porque son las personas más entrometidas del mundo. A pesar de que estoy emparentado con la mayoría de estas personas, tú me amas... O al menos me amabas hace tres días. Y a mí solo me queda esperar que sigas amándome, porque estos últimos días he sido el hijo de perra más solitario y cascarrabias del mundo y puedo decir con absoluta sinceridad que estos tres días sin ti han sido un infierno en la tierra. Yo quiero el cielo, no el infierno. Te quiero a ti, Sandy –sacó un anillo del bolsillo y se dejó caer sobre una rodilla.
Los espectadores rugieron encantados y Jill suspiró de alivio. Aquel ya no era solo el día de su unión en matrimonio con Derrick, sino también un día de perdón, un día de alegría y celebración, un día donde en la granja Baylor se recibía a todo el mundo con los brazos abiertos.
—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó Connor.
Por la cara de Sandy caían lágrimas y ella no pudo decir nada.
—¡Cí! —gritó Lexi. Corrió a los brazos de Connor, lo que hizo que a él se le cayera
el anillo y al menos una docena de personas se agacharan a buscarlo en el suelo.
—¡Te quiero! —gritó Lexi al oído de Connor—. Noz casaremoz contigo —miró a
Sandy—. Lo queremos, ¿verdad, mami?
—Lo queremos —djo Sandy con voz emocionada y feliz.
—¿Habéis oído eso? —preguntó Jake desde la parte de atrás de la multitud—. Lexi
ha dicho "queremos", no "queremoz".
En los minutos siguientes, la mitad de los presentes abrazaron a Lexi y la felicitaron
por su recién adquirida habilidad para pronunciar la letra S, mientras la otra mitad seguía buscando en la hierba el anillo perdido.
—¡Aquí está! ¡Lo he encontrado! —gritó Phil Baylor. Le pasó el anillo a su hijo.
Un suspiro colectivo de alegría surgió de la multitud cuando Connor le puso el anillo en el dedo a Sandy.
—¡Oh, no! —gritó Derrick.
Todos los presentes miraron al novio, que salió corriendo detrás de Hank y estuvo a punto de alcanzar al perro.
Estuvo a punto pero no lo alcanzó.
Hank era goloso y tenía clara su misión. Con un salto perfecto, aterrizó en la mesa que sostenía la tarta que Jill había pasado semanas planeando y preparando y todo el día anterior cocinando. Derrick había soportado docenas de pruebas de sabores y la había observado atentamente cuando ella hacía flores comestibles cristalizadas para el piso superior que él sabía que serían saboreadas en su primer aniversario, juntos con los recuerdos de su día especial.
Pero Hank era rápido y tenía hambre, y cuando Derrick llegó por fin hasta él, se había comido ya una cuarta parte del piso más bajo. En lugar de retirar al perro, Derrick agarró el piso superior y lo sujetó por encima de la cabeza para protegerlo, con los ojos brillantes de orgullo por haber salvado la mejor parte.
Esa pequeña acción quizá no fuera muy importante para ninguna otra persona, pero significaba muchísimo para Jill. A Derrick le había dolido la rodilla toda la semana, pero había corrido por la hierba como si fuera una gacela, como si su vida dependiera de salvar el piso de arriba de su tarta de bodas porque sabía que había sido hecha con amor solo para ellos dos.
Jill amaba a Derrick Baylor. Lo amaba más de lo que jamás podría expresar con palabras.
Y si había algo de lo que estaba segura en aquel momento, era de que a veces los actos sí eran más elocuentes que las palabras.

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