Capitulo 13

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Capítulo 13
A la mañana siguiente, cuando Jill abrió la puerta de su apartamento, Derrick retrocedió un paso para poder verla bien.
—Estás fantástica.
—Gracias.
La joven llevaba un pantalón blanco, no tan ceñido como el que había llevado a su
cita con Nate, y una blusa sin mangas de color verde bosque que hacía que sus ojos parecieran aún más verdes. Ese día llevaba el pelo rizado. Derrick se dio cuenta de que siempre resultaba refrescante verla. Tenía una piel sin mácula y una naricilla respingona, pero no era solo por eso. Algo en el modo en que se le iluminaban los ojos siempre que lo miraba hacía que a él le costara mucho apartar la vista.
Derrick se miró su camisa azul de manga corta, que le habían regalado sus hermanas por Navidad. No era horrible, pero pensó que podía haberlo hecho mejor. De haber sabido que Jill se iba a esmerar tanto, se habría vestido mejor esa mañana.
—¡Hollywood! —gritó Lexi. Se acercó a abrazarle la pierna.
Jill hizo una mueca.
—¿Esa es la pierna mala?
—No te preocupes —respondió él, acariciando los rizos de Lexi—. He tomado un
par de ibuprofenos y, además, la pequeña es un peso ligero.
Jill volvió a sonreír. Derrick vio un brillo especial en sus ojos.
Sandy fue la siguiente en salir. Sujetaba a Ryan con un brazo y llevaba una bolsa
grande llena de biberones y pañales en la otra mano.
—Aquí está tu hijo —le pasó el niño a Jill—. Lexi, ve a por los libros de colorear
para que Hollywood pueda cumplir su promesa de pintar contigo.
Lexi soltó la pierna de Derrick y corrió al apartamento
—¿Seguro que a tus padres no les importa que vayamos Lexi y yo? —preguntó
Sandy.
—Segurísimo. Mamá cree firmemente en el dicho de "cuantos más, mejor". —¿Tienes pañales en tu apartamento? —preguntó Jill—. Te iba a llamar, pero no
tengo tu número.
Él señaló el interior del apartamento.
—Voy a entrar y te anotaré mi número.
—No hace falta que lo hagas ahora, puedes dármelo luego.
—Lo haré ahora, antes de que se me olvide.
—De todos modos hay que esperar a Lexi —añadió Sandy.
Derrick entró en la cocina, donde había visto una libreta la última vez. Mientras Jill
y Sandy parloteaban con Ryan, abrió un par de cajones hasta que encontró el papel. También encontró una foto de Jill. Estaba deslumbrante, con un vestido largo de fiesta. Llevaba el pelo recogido en alto y en sus orejas y su cuello brillaban muchas joyas. El hombre que la acompañaba parecía una comadreja. Era alto y delgado como un junco, con el pelo engominado echado hacia atrás y orejas grandes.
Lexi apareció a su lado como surgida de la nada.
—Ece ez Tommy. Ez malo porque hace llorar mucho a Jill.
—Ese —corrigió Derrick. Se inclinó hacia la niña—. Mírame la boca. Ese —repitió
—. ¿Ves? Es fácil.
Lexi cerró los labios como le había visto hacer a él.
—Ece, ece, ece —dijo. Sonrió.
—Sí, más o menos —Lexi se había acercado a él sin hacer ruido. Y era muy
perspicaz para tener solo cuatro años. Derrick señaló la foto—. Pues seguro que a Jill le gusta mucho y por eso guarda su foto.
La niña negó firmemente con la cabeza.
Derrick sabía que, si había alguien que estaba al tanto de lo que pasaba allí, era Lexi. Y el modo en que movía la cabeza indicaba que Jill había terminado con el tal Tommy. Por razones que no podía explicar, él se alegró.
—No le guzta —explicó Lexi—. Lo ama.
Derrick devolvió la foto al cajón y miró a su alrededor buscando un boli.
—Pues es una lástima —dijo, y hablaba en serio—. Jill se merece alguien mejor que
una comadreja.
—¿Tú hacez llorar a Jill? —preguntó Lexi.
—Jamás.
La niña abrió mucho los ojos.
—Tú puedez amar a Jill y así ella puede olvidar Tommy.
Derrick la miró un momento serio y luego se echó a reír. Le acarició la cabeza. —Eres una niña muy graciosa.
Cuarenta y cinco minutos después, Derrick ya no pensaba que Lexi fuera graciosa.
Pensaba que, si tenía que volver a oír una vez más la canción del viejo MacDonald y su granja, pararía en la próxima salida y pediría un taxi para su madre y para ella. Había esperado poder hablar con Jill y Sandy durante el viaje hasta la granja de sus padres, aprender a conocer mejor a la segunda antes de que todos pasaran el día con su familia. Confiaba en que sus hermanos se portaran bien, aunque no era muy probable. Al minuto siguiente pensó que la ley de la atracción funcionaba bien, porque justo cuando empezaba a pensar en su familia, sonó el teléfono del salpicadero.
Derrick pulsó un botón y, como por arte de magia, la voz de su madre reemplazó el "mu mu" de la vaca de la canción. Nunca se había sentido tan aliviado de escuchar la voz de su madre... aunque el alivio solo le duró hasta que ella terminó la primera frase.
—Hola, hijo. Quiero que sepas que fui a comprar un buen jabón antibacterias. He hecho que todo el mundo se lave bien las manos. Tus hermanas nos han hecho la manicura a todos para asegurarse de que estamos perfectos. No huele a excrementos de caballo ni dentro ni fuera de la casa. ¿Crees que Jill nos dejará tomar al bebé en brazos si le dices que estamos bien limpios?
Derrick miró a Jill y vio que ella se había sonrojado.
—No hace falta que se lo diga yo, mamá. El teléfono está en altavoz.
—Oh. Hola, Jill.
—Hola, señora Baylor.
—Por favor, llámame Helen. Espero no haberte ofendido. Solo quería...
—Mamá, llegaremos en cinco minutos —Derrick cortó la llamada a tiempo de oír el
gruñido del cerdo en la canción. Se disponía a cantar a coro con esta, cuando Jill extendió el brazo y apagó la música. Derrick miró por el espejo retrovisor y vio que Sandy cruzaba los brazos y alzaba ambas cejas.
Jill soltó un bufido.
—¿Le dijiste a tu madre que no les dejaría tomar a Ryan en brazos porque temía que no tuvieran las manos lo bastante limpias?
—No se lo dije así. No olvides que viven y trabajan en una granja de ponies.
—¡Poniez! —gritó Lexi lo bastante fuerte para que a Derrick le dolieran los tímpanos.
Jill soltó un suspiro largo.
—Les dije a mis padres que no querías que exageraran con la visita; ya sabes, nada de pancartas ni globos ni cosas por el estilo. También les dije que no te gustaba ir pasando a Ryan de mano en mano como si fuera un balón.
Jill lanzó un gemido.
Sandy miraba a Derrick de hito en hito a través del espejo retrovisor, con los ojos entrecerrados y los labios apretados.
Lexi se echó a reír.
—Hollywood llamó comateja a Tommy —dijo con alegría.
Por primera vez desde que la conocía, Derrick pensó en el dicho "De tal palo, tal
astilla".
Jill frunció el ceño.
—¿Tommy?
—Thomas —dijo él.
—¿Comateja? —preguntó Sandy.
—Comadreja —corrigió Derrick.
Jill resopló.
—Oh, eso es mucho mejor.
Sandy se echó a reír.
Su risa sorprendió a Derrick, pues aunque sabía que la mujer se iba ablandando
lentamente con él, a pesar de alguna que otra daga en los ojos y antes de que la llamada de su madre lo estropeara todo, todavía no creía a Sandy capaz de reír.
Esta lo miró en el espejo retrovisor y arrugó la nariz. —¿Y tú qué miras?
—Solo quiero ver si te estás riendo de mí —le aclaró él. Ella rio más fuerte.
—Pues claro que sí.
—No tiene gracia —dijo Jill a su amiga—. Tommy... digo Thomas, no es ninguna comadreja.
—Pero te hace llorar —dijo Lexi, con voz demasiado seria para una niña de cuatro años.
—Ya no.
—Hollywood dijo que él nunca te hace llorar. Creo que le guztaz.
Derrick mantuvo los ojos en la carretera. Imaginaba que Jill lo estaría mirando y seguramente se preguntaría qué narices pasaba con él. Sandy le había dejado claro que sería hombre muerto si hacía daño a Jill. Pero por lo menos la interrupción de Lexi había servido para que ya nadie pensara en lo que había dicho su madre de que toda la familia se había esterilizado las manos antes de su llegada. Aunque lo mirara como lo mirara, le resultaba imposible escapar a la sensación de que iba a ser un día muy largo.
Poco después aparcaba el coche delante del rancho de sus padres. La primera señal de que podía estar metido en un lío más gordo de lo que pensaba se la dio una colección de globos de papel de plata y látex de todas las formas, tamaños y colores. La segunda fue una pancarta de tres metros por uno hecha con papel blanco. Colgaba encima de la puerta de sus padres y decía en letras grandes y rojas: "Jill y Ryan bienvenidos".
Pensó que tal vez Jill no hubiera visto nada de aquello, pues había salido ya del coche y estaba desatando las hebillas de la sillita del bebé. Cuando terminó, besó a Ryan en la punta de la nariz y se lo pasó a Derrick.
Este miró un momento largo a su hijo, casi como si no lo hubiera visto antes. La idea de que su hijo iba a ver a sus padres por vez primera lo golpeó de pronto con la fuerza de un rayo. No quería saber por qué esa idea hacía que se sintiera como si tuviera una multitud de moscas del vinagre aleteando en el estómago. Solo sabía que estaba emocionado. Pero nunca había sido un sentimental y no veía motivo para empezar en aquel momento. Tragó el nudo que tenía en la garganta y parpadeó un par de veces para recobrarse.
Jill tomó la bolsa de Ryan y lo miró.
—¿Estás bien? Te veo pálido.
—No hemos debido traerlo aquí —murmuró Derrick.
Ella sonrió.
—Era a ti al que le preocupaban las manos sucias. No temas, tu secreto está a salvo
conmigo. Y deja de preocuparte por Ryan. No le va a pasar nada.
Derrick la sujetó por el brazo para que no siquiera andando. Sandy corría ya detrás
de Lexi por el patio.
—Llevo toda la mañana queriendo decirte que anoche lo pasé muy bien —dijo
Derrick. Cambió el peso de un pie a otro—. He visto películas mejores, pero nunca en mejor compañía.
Ella sonrió... hasta que frunció el ceño.
—¿Se puede saber qué te pasa? Parece que vayas a tu ejecución.
—Tú no has visto a toda la familia junta.
—¿Pero a ti no te hacía feliz que tu familia conociera a Ryan?
—Tienes razón. Estoy feliz. Estoy bien. Ellos se portarán bien. Tú estarás bien.
Todo irá bien —le soltó el brazo y miró a Ryan, que parecía crecer a la velocidad de la luz. —¡Vamos, Hollywood! —gritó Lexi.
—Ya vamos —contestó Jill.
Ryan volvía a chuparse los dedos. —Creoquetienehambre—comentóDerrick,conlaesperanzadedistraer aJillpor
si no había visto el ramo de globos de colores atados al buzón o los otros grandes metálicos que oscilaban en las ramas del arce que había en el patio.
—Le daremos de comer dentro —ella lo miró por encima del hombro—. Conque ni globos ni pancartas, ¿eh?
—Te has dado cuenta, ¿verdad?
Ella alzó los ojos al cielo.
—Me sorprende que no hayan venido los de las noticias al evento.
—Creo que unos alienígenas han abducido a mi familia. Aquí no se había visto una
pancarta ni un globo hasta hoy.
—¡Me guztan los globoz! —anunció Lexi, corriendo hacia el árbol. Sandy siguió
persiguiéndola.
Se abrió la puerta de la casa y aparecieron los padres de Derrick, seguidos por
Lucas, Jake, Rachel y Zoey.
Derrick pidió una vez más en su interior que no hubiera sido un error llevar a Jill
allí. Después de ese día, ella podría ir a la mediación del mes siguiente con munición suficiente contra él para convencer al mediador de que no le permitiera volver a ver a su hijo.
Su padre se adelantó a hablar con Lexi y Sandy y su madre fue directamente a ver a su nieto. Jill y ella se abrazaron con fuerza, pues las dos eran propensas a los abrazos. Cuando se soltaron, la madre de Derrick fijó toda su atención en Ryan. Se puso una mano en el corazón y soltó un ruidito que parecía expresar que había muerto e ido al cielo.
—Es el bebé más perfecto de este mundo —musitó.
—Eso mismo dijiste de la bebé de Garrett —le recordó Derrick.
—Cierto, pero ahora tenemos a la niña perfecta y al niño perfecto —repuso su
madre.
Miró a Jill a los ojos.
—No te imaginas cómo te agradezco que nos lo hayas traído hoy. Creía que me iba a estallar el corazón si tenía que pasar más tiempo sin verlo.
Jill no tuvo tiempo de contestar, pues el resto de la familia empezó a bombardearla con preguntas que hacían todos a la vez. Las hermanas de Derrick los siguieron hasta la casa lanzando exclamaciones de admiración.
Derrick apenas había tenido tiempo de terminar de presentar a Jill cuando ya su madre empujaba a todo el mundo a través de las puertas de cristal que daban al jardín, donde había preparado un festín de comida, consistente en canapés de queso de untar, crostinis, hamburguesas y perritos calientes. Su madre le quitó el bebé a Derrick sin que él pudiera evitarlo y echó a andar con Jill hacia las mesas de picnic.
Derrick miraba el modo sutil en que Jill movía las caderas al andar cuando uno de sus hermanos le puso un plato de comida en la mano y le ordenó comer. Lexi y Sandy no se hallaban a la vista y daba la impresión de que no dejaba de llegar gente al jardín.
Los primeros en entrar, por la puerta lateral, fueron los señores Coley, que vivían enfrente. Y Derrick estaba casi seguro de que el hombre con mostacho grande y un poco bizco que entró detrás de ellos era el doctor Frost, su dentista de la infancia. Por la puerta de la cocina entraron dos señoras mayores. A una no la conocía. A la otra sí. Había llegado la abuela Dora y eso implicaba problemas.
A juzgar por la interminable hilera de gente que entraba en el jardín, su madre había invitado a la mayoría de los habitantes de Arcadia. Pensó que sería buena idea comer algo antes de socializar y colocó en su plato un crostini, que era básicamente pan con queso de untar y cebolla, y un rollito de jamón al lado de la hamburguesa demasiado hecha que ya contenía. Sus padres no eran los mejores cocineros de la ciudad, pero siempre tenían dos
mesas largas llenas con comida suficiente para alimentar al barrio.
Después de conversar un rato con los señores Cooley, circuló entre la gente. Por lo
que veía, Jill había encontrado algo de comer mientras su madre y hermanas los rodeaban a Ryan y a ella. Vio a Sandy al otro lado del jardín y notó que se había hecho amiga de su hermano Jake, lo cual le preocupó un poco porque, aunque Lexi le caía bien, no le apetecía imaginarse yendo toda la vida a las reuniones de sus padres y encontrándose en ellas con el ceño fruncido de Sandy. Además, Jake era muy joven para ella.
Su madre seguramente habría comido ya, pues parecía estar encantada sentada al lado de Jill y dándole un biberón a Ryan. También presentaba a Jill a todos los que se acercaban a echar un vistazo a su nieto.
Una mano grande se posó en el hombro de Derrick, que se volvió a ver quién era. —Hola, papá. ¿Qué hay?
Su padre movió la cabeza como si no pudiera encontrar palabras para expresar lo
que quería decir. Al fin carraspeó y musitó:
—Mi muchacho se hace mayor.
—Papá, ¿lo dices en serio? Pronto cumpliré treinta años. No te vas a poner
sentimental ahora, ¿verdad?
Su padre se había jubilado de su puesto de director de una sucursal bancaria dos
años atrás. A Derrick se le ocurrió de pronto que hacía mucho que no iban juntos a jugar al golf. Obviamente, era hora de hacerlo.
Su padre parpadeó un par de veces, lo que recordó a Derrick su momento de emoción de un rato atrás, cuando se había dado cuenta de que había ido allí a presentar a su hijo a la familia.
—¡Joder! —exclamó—. Estás llorando, ¿no?
Su padre se puso rígido.
—Ahora eres padre. No digas palabrotas.
—De acuerdo, tienes razón. Nada de palabrotas —Derrick lo señaló con un dedo—.
Pero de llorar tampoco.
—No digas tonterías. Yo no estoy llorando.
Derrick inhaló hondo y decidió cambiar de tema.
—Mamá ha preparado un buen festín hoy —comentó.
—Sí. Pero no comas los rollitos de jamón. Saben a pescado.
"Mucho mejor". Aquel era el padre que conocía y quería.
—Tienen que saber a pescado —le recordó—. Mamá les pone atún en el medio. Era
lo que nos daba para el almuerzo en el colegio.
—Lo siento mucho —dijo su padre. Y por su tono de voz, parecía que hablaba en
serio—. Supe que no sabía cocinar la primera vez que me hizo la cena hace más de cuarenta años. Pero en cuanto ella decidió que se iba a casar conmigo, yo ya no tuve ninguna posibilidad.
Derrick decidió no decirle que su madre decía exactamente lo mismo de él.
—Me gusta Jill —comentó su padre—. Parece inteligente y simpática. Es bueno verte con una mujer que tiene cerebro, para variar.
—Papá, no estamos saliendo.
—Es la madre de tu hijo. Pues claro que estáis saliendo. Te guste o no, estaréis saliendo el resto de vuestra vida.
Derrick miró a Jill e intentó imaginarse a los dos juntos de por vida. —Casi no la conozco.
—¿Y qué?
—No es mi tipo.
—Querrás decir que tú no eres su tipo.
—¿A qué te refieres con eso?
—Mírala —repuso su padre—. Ella es perfecta. Tiene una gracia natural, buenos
modales y una voz cantarina.
¿Desde cuándo le importaban a su padre la gracia natural y los buenos modales? El
alienígena había vuelto.
—¿Cómo que tiene una voz cantarina? ¿La has oído cantar?
—Claro que no. ¿Y qué más da que no sea 90, 60, 90? A tu madre le gusta. Mientras su padre cantaba las alabanzas de Jill, Derrick vio que los ojos de ella se
iluminaban y reía de algo que le decía su madre. Aquello lo asustó un poco, porque pensó que su madre le estaba contando lo tímido que era él a los seis años y que era el único de sus hijos que se agarraba a su pierna como si se fuera a morir si ella lo dejaba dos minutos. A su madre le encantaba aquella historia. La verdad era que el tímido había sido Connor. Su madre probablemente los había confundido. Pero era su historia y se aferraba a ella.
Su padre seguía hablando. Derrick le quitó una miga de su camiseta favorita, una de color amarillo brillante que decía PAPÁ ES UN SOL en letras grandes.
—¿No te vas a cansar nunca de esa camiseta horrible? —Probablemente no.
—Te la pones para irritarnos, ¿verdad?
—Lo has entendido.
Lexi tiró del dobladillo de la camisa de Derrick y él se inclinó obedientemente hacia ella.
—¿Qué pasa?
—Mami ha dicho que me subiríaz a caballito si era buena.
Derrick sabía que le habían tendido una trampa. Miró a Sandy, que apartó
rápidamente la vista. Satanás era una tramposa. Miró a Lexi. —¿Has sido buena hoy?
Ella abrió mucho los ojos.
—Muy buena. Y me guzta tu caza.
—No se dice guzta, se dice gusta —le explicó el señor Baylor—. Pon la lengua así
—le mostró cómo hacer el sonido de la S.
Derrick lo observó y se preguntó cuándo se había convertido en su padre. Movió la
cabeza.
Lexi colocó la lengua como le decían.
—Guzta —dijo. Y el señor Baylor y ella siguieron repitiendo el intento hasta que el
primero se dio por vencido y se alejó.
Lexi se olvidó de él al instante y miró a Derrick.
—Quiero ver los poniez.
—Iremos a montarlos cuando coma todo el mundo, ¿de acuerdo? Hasta entonces,
tendrás que imaginar que yo soy un poni —Derrick dejó su plato en una esquina de la mesa de comida más próxima y se agachó para que Lexi pudiera subirse a su espalda.
La niña corrió para tomar impulso y subió de un salto. A continuación le golpeó las costillas con los talones.
—Más deprisa, más deprisa —dijo.
Él obedeció. Y si Maggie no hubiera aparecido en aquel momento por la puerta lateral ataviada con un vestido blanco que le sentaba de maravilla, posiblemente habría hecho de caballo al menos cinco minutos más.

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