Capitulo 2

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Capítulo 2
Tres meses después
Derrick estaba sentado en su BMW, aparcado enfrente de Chandler Park, en el centro de Burbank, y buscaba mujeres embarazadas con la vista. Abrió la ventanilla. La brisa fresca de mayo le llevó el olor a hierba recién cortada.
Con la ayuda de un investigador privado, había conseguido por fin información del número 3516A, también conocida como Jill Garrison. No tenía una foto de la mujer, pero sabía que Jill Garrison medía un metro sesenta y cinco, tenía cabello castaño y ojos verdes y pesaba cincuenta y cinco kilos.
En CryoCorp habían dicho a Maggie que no tenía noticias de la carta que les había enviado Derrick pidiendo que lo retiraran como donante y que, por tanto, rehusaban dar información referente a su cliente 3516A. Si Derrick no hubiera contratado a un detective privado, no habría podido estar en aquel momento mirando a tres mujeres correr detrás de muchos niños.
Al llegar esa mañana al apartamento de Jill Garrison, había tardado muy poco en enterarse por una vecina de que la joven estaba en Chandler Park ayudando a una amiga con una fiesta de cumpleaños.
Maggie había aconsejado a Derrick que, por motivos legales, no se acercara a Jill, pero él no le había hecho caso. Todavía no sabía si el número 3516A, alias Jill Garrison, se había quedado embarazada y no iba a poder dormir bien hasta que supiera la verdad.
Derrick fijó la mirada en la mujer más próxima. Esta soplaba burbujas de jabón y hacía reír a los niños. Todos corrían tras ella, intentando atrapar las burbujas en sus manos. La mujer era alta y esbelta, vestía un chándal rojo y su pelo rojizo relucía al sol. No solo era demasiado alta para ser Jill, sino que además no era castaña y no estaba embarazada.
A unos metros de distancias de ella, otra mujer entretenía a los niños jugando a luz roja, luz verde.
Derrick alzó sus Ray Bans para verla mejor: cabello castaño con muchos rizos salvajes y piernas largas... demasiado alta para ser Jill Garrison.
La tercera y última mujer era la dama de azul: llevaba una camiseta azul, unas zapatillas deportivas azules y un sombrero flexible azul que le cubría la cara y el pelo. Leía un libro a un par de niños más pequeños y Derrick no pudo ver el color de su pelo ni su estatura hasta que uno de los niños se echó a llorar y la mujer se movió.
Derrick entrecerró los ojos a causa del sol. La mujer de azul tenía pelo negro... no, marrón. Llevaba pantalón corto blanco y él calculó su estatura en alrededor de un metro sesenta y cinco.
Bingo.
Y no estaba embarazada.
La tensión abandonó los hombros y el cuello de Derrick. Podía volver a respirar. La
vida era hermosa.
La risa de los niños le alegraba el espíritu cuando apoyó la cabeza en el respaldo, se
puso las gafas de sol y cerró los ojos. La mera idea de ser padre le producía claustrofobia, no porque no quisiera hijos, sino porque no estaba preparado. Los hombres tenían que estar preparados para algo así. Además, prefería tener un hijo al modo tradicional, después de casarse con la madre. Sonrió para sí al pensar que había llegado hasta el espionaje.
¿En qué narices había estado pensando? ¿Qué habría hecho si se hubiera encontrado con una Jill Garrison embarazada? ¡Ja! Maggie tenía razón. No debería haber ido allí.
Unos golpecitos en la ventanilla del lado del acompañante atrajeron su atención. Se incorporó. Un vistazo al espejo retrovisor le informó de que había un coche patrulla aparcado detrás del suyo. Un agente de policía volvió a dar golpecitos en la ventanilla.
Derrick pulsó el botón que bajaba el cristal.
—¿En qué puedo servirle, agente?
—Por favor, salga del vehículo, señor.
Derrick, confuso, hizo lo que le pedía. Dio la vuelta al coche por delante y se paró
en la acera. Detrás del policía había dos mujeres. Una era la que soplaba burbujas y la otra, una mujer en la que no se había fijado antes. Llevaba el pelo castaño recogido en una coleta y estaba de espaldas a él. Las dos susurraban entre ellas, así que no podía oír lo que decían.
Derrick se quitó las gafas, las enganchó en el cuello de la camiseta y esperó a que el agente terminara de anotar algo en su libreta.
El policía lo miró y se quedó boquiabierto. Lo señaló con su bolígrafo.
—Usted es Derrick Baylor, el quarterback de Los Angeles Condors.
—Así es —Derrick le tendió la mano—. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Agente Matt Coyle —dijo el policía, estrechándole la mano—. Le agradecería
que me diera su autógrafo. Mis hijos son fans suyos. —Por supuesto.
—¡Agente, por favor! —intervino la pelirroja.
Derrick pensó que a aquella mujer solo le faltaba un tridente de diablo para que la imagen fuera completa.
El agente Coyle carraspeó.
—Estas señoras —señaló a las mujeres con un gesto— han visto que lleva usted un buen rato aparcado aquí. Francamente, estaban preocupadas por la seguridad de los niños.
La pelirroja de las burbujas puso los brazos en jarras y miró a Derrick a los ojos, dejando claro que no le impresionaba nada que fuera famoso. La otra mujer se limitó a mirarlo con preocupación a cierta distancia, probablemente porque ella había sido la culpable, la que había llamado a la policía.
Derrick se acercó a ellas.
—Lo siento. Tendría que haberme presentado antes.
La pelirroja achicó los ojos. Si las miradas pudieran matar, Derrick tendría que haber caído ya muerto sobre la acera.
—He venido en busca de Jill Garrison —dijo.
La mujer castaña lo miró con ojos muy abiertos.
—Soy Jill.
Medía alrededor de un metro sesenta y cinco. Cabello castaño, ojos verdes. —¡Madre mía!
Ella achicó los ojos.
—¿Cómo dice?
—¡Madre mía! –repitió él esa vez más despacio, con la vista fija en el vientre
abultado de ella.
La sopladora de burbujas tomó a su amiga del brazo con ademán protector. —Agente —pidió—. ¿Le importa echarnos una mano aquí?
—Señor Baylor —intervino el agente—. ¿Conoce usted a alguna de estas dos
mujeres?
Derrick estaba aturdido, pero consiguió contestar.
—No, es la primera vez que las veo.
—Las está poniendo nerviosas y, francamente, a mí también me da qué pensar.
¿Para qué busca a esta mujer?
Derrick subió la vista desde el vientre hasta los ojos de Jill.
—Espera un hijo mío.
Jill Garrison llevó las manos a su estómago.
—¿Cómo dice?
—Ese niño es mío —repuso Derrick.
Sin embargo, no estaba seguro de haber hablado. Notaba la mente nublada y la
lengua espesa. Llevaba ya meses pensando si habría una mujer que esperaba un hijo suyo. Esa posibilidad a veces lo ilusionaba y otras le horrorizaba. Sus emociones andaban un poco desbocadas. En aquel momento no sabía qué pensar ni qué sentir, pero eso no impedía que el corazón le latiera con violencia en el pecho.
El policía se rascó la barbilla.
—¿No ha dicho que no había visto nunca a esta mujer?
—Así es.
—¿Y cómo puede estar embarazada de usted?
—Es una larga historia.
—Yo tengo tiempo —el agente guardó su libreta—. ¿Y ustedes, señoras?
La sopladora de burbujas se cruzó de brazos y golpeó el pie con el suelo.
—Desde luego.
Derrick no podía apartar la vista de la mujer llamada Jill.
¿Era posible que llevara un hijo suyo en el vientre?
A juzgar por la expresión aterrorizada de sus ojos, era posible. Tenía un aspecto
fantástico: piel perfecta, ni un solo pelo fuera de su sitio, barbilla un poco alzada, rígida e inflexible. Derrick miró su dedo anular. Estaba vacío. No estaba casada, lo cual era algo bueno... una persona menos con la que lidiar.
Cambió su peso de la pierna mala a la pierna buena y empezó por el principio.
—Hace seis años, doné esperma a una compañía llamada CryoCorp. Dieciocho meses después les envié una carta pidiéndoles que retiraran mi esperma de su banco. Hace tres meses recibí una carta de ellos donde me decían que la receptora 3516A, alias Jill Garrison, me había elegido como donante. Y aquí estoy.
Jill Garrison palideció y se le doblaron las piernas. Se iba a caer. Derrick se adelantó y la tomó en sus brazos antes de que se golpeara contra el suelo. La sostuvo en alto y le alegró ver que respiraba.
—¡Agente! —gritó la sopladora de burbujas, claramente escandalizada de verlo con su amiga en brazos—. Haga algo.
El agente Coyle se dirigió a su vehículo.
Al otro lado de la calle, la mujer de piernas largas y la dama de azul reunían a los niños en un grupito. Derrick tenía espectadores.
—Conserven todos la calma —dijo el policía—. Ya viene una ambulancia.
—¡Eh, Hollywood! —gritó uno de los niños a Derrick—. ¿Me das un autógrafo?
La mujer del sombrero flexible empujó a los niños hacia el banco de picnic donde
unos globos se movían con la brisa.
Derrick sintió un dolor agudo en la rodilla. El peso de Jill Garrison no ayudaba a su
pierna. Se dirigió a su coche. La sopladora de burbujas lo siguió de cerca. Le clavó una uña en la espalda.
—¿Qué te crees que haces?
—Si pudiera abrir la puerta de atrás —respondió Derrick—, me gustaría tumbar a su amiga en los asientos.
—De eso nada. Puedes ser un asesino en serie por lo que yo sé.
—Me llamo Derrick Baylor. Juego en Los Angeles Condors. El agente y el niño de enfrente pueden responder por mí, ¿o prefiere sostenerla usted? —se giró hacia ella, pero la mujer alzó las manos en protesta y se apresuró a abrir la puerta del coche.
Derrick apoyó la rodilla mala entre el asiento delantero y el de atrás y tumbó a la mujer sin movimientos bruscos. Cuando intentaba sacar el brazo de debajo de la cabeza de ella, Jill Garrison le echó los brazos al cuello.
****
Jill emitió un suspiro de satisfacción. Thomas había ido a buscarla. La llevaba en brazos para cruzar el umbral de la puerta y ella se sentía como si flotara en el aire. Thomas se inclinó y la dejó sobre la cama. Ella, que temía que se alejara demasiado pronto, se abrazó a su cuello.
Lo besó en los labios.
Thomas al principio se mostró vacilante. Su boca parecía más firme y sensual de lo que ella recordaba, hasta el punto de bordear lo peligroso cuando se dejó llevar disfrutando del momento. El beso fue apasionado y ella no quería que terminara, pero él se apartó.
—Thomas —dijo ella—. No te vayas.
Pero era demasiado tarde. Cuando se trataba de Thomas, todo terminaba demasiado pronto. Todo.
Jill abrió los ojos y contuvo el aliento al ver al hombre guapísimo que se inclinaba sobre ella.
Definitivamente, no era Thomas.
Tardó un momento en recordar que era el mismo hombre que había anunciado que era el padre del bebé. El hombre le sujetaba la cabeza, que estaba apoyada en la palma de él. La parte superior del vientre abultado de ella rozaba los abdominales duros de él. —Tú no eres Thomas.
Él sonrió con picardía.
—No puedo decir que lo sea.
—Dime que no te he besado —pero Jill sabía que lo había hecho. Los ojos. La
respuesta estaba en los ojos de él. Y sus labios... ella tenía aún en la boca el sabor de aquellos labios desconocidos.
—La ambulancia está en camino —le dijo él.
Jill recordó que se había desmayado.
—¿El bebé está bien? —preguntó con ansiedad.
—Creo que sí. Te he visto caer y he conseguido agarrarte antes de que cayeras al
suelo.
Sandy asomó la cabeza por la puerta abierta.
—¿Qué pasa ahí dentro? ¿Te está haciendo algo?
—Nada —respondió Jill—. Solo estamos hablando.
El hombre que se había presentado como Derrick empezó a retroceder, pero ella lo
sujetó por el brazo.
—Antes de que me desmayara, ¿por qué has dicho que iba a tener un hijo tuyo? —Porque es la verdad.
Jill hizo una seña a Sandy y esta desapareció, pero no sin antes resoplar con
disgusto.
—Lamento decepcionarte —dijo Jill al hombre—, pero tú no eres el padre de mi
bebé.
—¿Cómo puedes estar segura?
—CryoCorp hace rellenar muchos papeles a sus donantes —ella lo sabía bien.
Llevaba ocho meses memorizando todo lo que había escrito el donante de esperma de su hijo sobre sí mismo—. El padre de mi bebé tiene ojos azules. Es más alto que tú y fue a...
Él hizo una mueca.
—¿Qué? —preguntó ella—. ¿Qué pasa?
—Mentí un poco.
—No se puede mentir un poco. O mentiste o no mentiste.
—Tienes razón. Mentí —dijo él—. Tu donante estudiaba medicina y prefería el
waterpolo al fútbol. Era vegetariano, ¿verdad? Jill asintió con incredulidad.
—También es muy sensible y colabora con Greenpeace —añadió.
Él se rascó la nariz.
—Es médico —prosiguió ella, que se negaba a creer a aquel hombre—. Y a veces
actúa de payaso en el hospital infantil porque... porque adora a los niños.
Sintió una patada del bebé. El hombre también debió sentirla, porque se apartó para no seguir inclinado sobre ella. Parecía incómodo, como si le doliera algo. A Jill eso no le importaba. Pensaba que merecía sufrir por haberla espiado y luego haberle dado de golpe
toda aquella información.
Él le miraba el estómago. El niño dio otra patada, esa vez con más fuerza.
El hombre abrió mucho los ojos.
—Es increíble.
Jill sonrió. No pudo evitarlo. Siempre que sentía moverse al niño, le parecía un
milagro.
—Tengo la impresión de que lleva días intentando salir de ahí a patadas. —¿Sabes si va a ser niño o niña? –preguntó él.
A ella le dio un vuelco el corazón.
—¿Por qué has venido? ¿Y por qué mentiste?
—Lo siento. De verdad que sí. Cuando doné el esperma, necesitaba desesperadamente el dinero. No pensaba lo que hacía.
—Pero CryoCorp verifica la información de todos los donantes.
—Tengo contactos.
Jill no podía creer lo que oía.
—Eso es horrible –dijo—. Tú eres horrible. Escribiste todo lo que pensabas que
podía buscar una mujer en un hombre y eran todo mentiras... hasta el color de tus ojos — frunció el ceño—. ¿Ni siquiera se molestaron en verificar el color de tus ojos?
Él se encogió de hombros.
—No. A mí también me sorprendió un poco eso.
—¿Algo de lo que pusiste en el cuestionario no era mentira?
Él arrugó la frente intentando pensar.
—¿Me estás diciendo que el padre de mi bebé es un jugador de fútbol americano
embustero e inútil, un hombre despiadado de ojos marrones que odia a los niños?
—Espera un momento. ¿Qué tienen de malo los ojos marrones?
Jill se llevó una mano a la frente. Había dado por sentado que nunca conocería al
padre de su hijo. Ningún hombre se acercaba ni de lejos al hombre que había imaginado como padre de su hijo, ni siquiera Thomas. Cierto que aquel hombre era muy atractivo, y que ella mentiría si dijera que no besaba mejor que nadie, pero un hombre guapísimo y que besaba bien no era un buen candidato como donante.
—El padre de mi bebé es un grandísimo embustero —dijo, como si él no estuviera presente—. Es igual que todos los demás hombres, no tiene nada de especial. Es egoísta, egocentrista, horrible, mentiroso...
—No hace falta que sigas —la interrumpió Derrick—. Pero ya te he dicho que no me quedé tranquilo con lo que había hecho. Sabía que estaba mal y por eso escribí a CryoCorp y les dije que me sacaran de la lista de donantes. Hasta les devolví el dinero. Tengo conciencia.
La ambulancia se oía ya en la distancia. Jill cerró los ojos. —Márchate. Déjame en paz.
—No es tan fácil.
Ella abrió los ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Vas a tener un hijo mío. No iré a ninguna parte. No puedo.
Jill lanzó un gemido, le puso las manos en el pecho y lo empujó con fuerza para que
la dejara en paz. Un dolor atravesó su vientre y le hizo clavar las uñas en el pecho duro como una piedra de él.
—¡Oh, Dios mío!
—¿Qué ocurre?
Un líquido caliente bajó por las piernas de ella. Sus uñas atravesaron la camisa de él
y llegaron a la piel.
—Esto no puede estar pasando. ¡Oh, Dios mío! Es demasiado pronto. —¿Qué pasa? —preguntó Sandy con voz muy aguda.
—El bebé —respondió Jill—. Ya llega. ¡Ya llega el bebé!
En su prisa por escapar, Derrick Baylor, el hombre que ella se negaba a creer que fuera el padre de su hijo, cayó al suelo entre ella y el asiento delantero y se arrastró hacia atrás hasta salir por la puerta.
****
Trece horas después, cansado de esperar en la zona de recepción del hospital, Derrick abrió la puerta de la habitación de Jill y se asomó dentro. Satanás, la amiga pelirroja de ella, la que se suponía que debía mantenerlo informado, se había quedado dormida en una silla situada en un rincón de la habitación y la otra amiga de Jill, la dama de azul, estaba sentada al otro lado de la cama.
A pesar de la mascarilla de papel que le habían entregado antes de que entrara en la habitación, el olor a antisépticos era muy fuerte. Derrick creyó que Jill estaba dormida hasta que pitó el monitor y ella abrió los ojos. Extendió una mano sin mirar y la dama de azul la tomó y le dijo que todo iría bien. Jill se relajó, pero solo hasta que el monitor volvió a pitar. Esa vez abrió mucho los ojos. Su amiga y ella empezaron a respirar juntas. Exhalaron tres veces, inhalaron y volvieron a empezar.
Jill parecía que hubiera pasado un día en un campamento de entrenamiento militar y le hubieran negado el agua. Estaba pálida y tenía los labios secos y agrietados. Tenía el pelo húmedo y apartado de la cara. Círculos oscuros rodeaban sus ojos. Casi no se parecía a la mujer que había conocido unas horas antes.
Derrick pensó un momento si debía ir a buscar a un médico o a una enfermera. ¿Cómo podía dormir Satanás con Jill sufriendo tanto? Después de unos momentos, las dos mujeres dejaron de respirar raro y se echaron a reír.
Eso confirmó las primeras sospechas de Derrick: estaban todas locas.
—¿Qué haces tú aquí?
¡Maldición! Satanás se había despertado.
—Han pasado cinco horas desde tu último informe —dijo él—. He venido a ver
personalmente lo que ocurre.
—No deberían haberte dejado entrar. Voy a decirles lo que...
—Sandy —la interrumpió Jill con voz ronca—. Eso no importa.
Sandy se puso en pie y se desperezó.
—Lo que tú digas. Voy a la cafetería a tomar café. Si me necesitas, grita.
Derrick la ignoró. Respiró aliviado cuando ella salió de la habitación.
—¡Espérame! —dijo la otra mujer—. Estoy muerta de hambre —se acercó a
Derrick, le tomó la mano y se la estrechó con fuerza—. Hola. Me llamo Chelsey.
Él se alegró de ver que no todas las amigas de Jill querían clavarle agujas en los
ojos.
—Derrick Baylor —dijo—. Encantado de conocerte.
—Igualmente. Vuelvo en cinco minutos —repuso ella—. Pero debes saber que la
última vez que entró el doctor, Jill había dilatado cinco centímetros. Todavía le falta tiempo y parece que tiene una contracción cada diez o quince minutos —señaló un vaso de espuma de poliestireno—. Ahí hay cubitos de hielo. Dale todos los que quiera. Y también le gusta que le froten la espalda.
—Eso no será necesario —intervino Jill.
—No le hagas caso —susurró Chelsey—. Ella no sabe lo que le conviene, no lo ha sabido nunca y nunca lo sabrá.
La puerta se cerró tras ella antes de que Jill tuviera tiempo de protestar.
—Lamento eso —dijo—. No hace falta que te quedes. Podrían pasar horas. Es imposible saberlo.
—Quiero estar aquí. Pero si prefieres que salga de la habitación, dímelo.
—De acuerdo —ella bajó los ojos a su vientre y luego volvió a mirarlo—. Esto es muy raro, ¿no crees? Hace menos de un día que nos conocemos y sabes más de mi útero que de ninguna otra cosa mía.
Derrick se echó a reír.
—También sé que tienes amigas que dan miedo.
Ella soltó una risita. Se sonrojó y miró la habitación.
Derrick se preguntó entonces qué lo había impulsado a entrar allí. La situación era
bastante incómoda. Miró la puerta, con la esperanza de que entrara alguien y los salvara de ese momento.
—¿Tus padres se pasarán luego? —preguntó. Ella negó con la cabeza.
—Están en Nueva York. Son gente ocupada. —Umm.
—No están muy contentos con las decisiones que he tomado —añadió ella. —Entiendo. ¿Y el tal Thomas? ¿Vendrá a visitarte?
Jill se mostró cabizbaja y él pensó que, cada vez que abría la boca, eso solo servía
para volver aún más incómoda la situación. Normalmente era hombre de pocas palabras y en ese momento empezaba a entender por qué.
—¿Quién te ha hablado de Thomas? Juro que mataré a Chelsey cuando vuelva.
—Fuiste tú la que mencionó a Thomas. En la parte de atrás de mi coche creías que lo estabas besando a él.
Jill frunció el ceño.
—¿Dije su nombre?
Derrick asintió.
—He oído hablar de gente que habla en sueños, ¿pero que besa en sueños? —
suspiró ella.
—No temas. Mentiría si dijera que no me gustó mucho. Ya sabes, el beso.
La luz del fluorescente se reflejó en los ojos de ella, haciéndolos brillar.
Se miraron un momento, valorándose mutuamente, hasta que un pitido irritante los
devolvió a la realidad.
Jill cerró los ojos con fuerza y clavó los dedos en el colchón.
Derrick se acercó al lado de la cama donde había estado Chelsey y le tomó la mano. —Tranquila —dijo, aunque él no se sentía nada tranquilo y ella no tenía aspecto de
tranquilidad. No hacía ni cinco minutos que habían salido sus amigas. ¿Qué narices pasaba allí?
Con los ojos cerrados con fuerza y los dientes apretados, a Jill parecía que le fueran a estallar las venas del cuello y de la frente.
A Derrick se le aceleró el corazón e intentó pensar algo que decir para consolarla y que no pensara en el dolor.
—Quizá deberíamos hacer esa cosa de la respiración —comentó.
Jill no contestó, pero le apretó la mano con fuerza, y no había duda de que tenía mucha fuerza.
El monitor no dejaba de pitar. Eso preocupaba a Derrick. Jill se llevó las rodillas al pecho con mantas y todo.
Él se inclinó y le frotó el hombro.
—¿Eso te ayuda?
Ella abrió los ojos, sobresaltándolo. En ese momento, a él no le habría sorprendido que diera una vuelta completa con la cabeza y escupiera sopa de guisantes. Pero ella le agarró la camisa, y algo de piel en el proceso, y dijo:
—¡Saca a tu bebé de ahí!
Derrick quizá se habría reído si no hubiera estado sangrando y dolorido, y si ella no le hubiera lanzado la mirada más terrorífica que él había visto en su vida, lo cual era decir mucho teniendo en cuenta que su madre, en sus buenos tiempos, había sido la reina de las miradas escalofriantes.
En un abrir y cerrar de ojos, Jill Garrison se había transformado de una joven amable en una mujer poseída por el demonio.
—Si no haces algo —dijo ella—, voy a gritar.
—Creo que deberíamos respirar juntos.
—Yo creo que deberías... —el rostro de ella se volvió escarlata y arrugó la nariz
como si masticara algo muy amargo. Y entonces cumplió su palabra y lanzó un grito penetrante que hizo que a Derrick le rechinaran los dientes y le doliera el cerebro.
¿Dónde narices estaba todo el mundo?
Antes de que pudiera pulsar el botón rojo de urgencias, se abrió la puerta y dos enfermeras se acercaron a la cama.
—¿Quién es usted? –le preguntó una de ellas mientras revisaba el monitor y la vía intravenosa.
—El padre del bebé —contestó él.
Jill mostraba un aspecto lastimoso. Tenía la cabeza echada hacia atrás con el cuello extendido, apretaba el brazo de él con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos y le clavaba las uñas en la carne.
Las enfermeras intercambiaron una mirada. Una de ellas, que estaba en el extremo de la cama, se encogió de hombros, subió las sábanas e hizo un examen rápido.
—Llama al doctor —dijo—. Ya llega el bebé.
Derrick habría salido corriendo si Jill no lo hubiera tenido agarrado del brazo. Estaba seguro de que le sangraba el pecho y, si seguían así, el brazo acabaría igual.
Se abrió la puerta. Sandy y Chelsey entraron corriendo detrás del doctor.
—Te he dicho que él estaría aquí todavía —dijo la primera a la segunda.
—¿Es un crimen que un padre quiera ver a su hijo llegar al mundo? —preguntó
Chelsey.
Derrick decidió que aquella mujer le caía bien.
—Donar esperma por dinero no lo convierte en padre —declaró Sandy.
Satanás no le caía tan bien a Derrick.
Chelsey se acercó a él y se inclinó por encima de la barandilla de la cama.
—Lo estás haciendo muy bien —dijo a Jill—. Sigue respirando. Eso es. Puedes
hacerlo —empezó de nuevo con los ejercicios respiratorios y Jill la siguió. El doctor y las dos enfermeras estaban pendientes del parto. Sandy agarró una videocámara y empezó a grabar.
Derrick la oía hablar en la cámara y murmurar de vez en cuando palabras del tipo de "imbécil" o "idiota".
Chelsey mantenía la calma. Pasó un trapo fresco a Derrick y le dijo que le secara la frente a Jill. Él, contento de tener algo que hacer, utilizó la mano libre para intentar ayudar a Jill a relajarse. Como no deseaba ver sangre, decidió concentrarse en la cara de Jill, lo que le llevó a notar que tenía forma de corazón. Con excepción de los círculos oscuros debajo de los ojos, su piel era cremosa e impecable. Aunque sus labios estaban en ese momento secos y agrietados, eran gruesos y tenían una forma bonita. Sus ojos eran hermosos, cuando no giraban hacia la parte de atrás de la cabeza, y tenía los pómulos altos y la frente despejada. Había una belleza en ella que no había notado antes.
Jill resopló preparándose con Chelsey para otro empujón y Derrick se descubrió empujando con ellas. Los tres exhalaron tres veces, inhalaron, volvieron a exhalar tres veces, inhalaron, empujaron y siguieron repitiendo el proceso treinta minutos más hasta que el niño decidió llegar por fin al mundo.
El llanto del bebé no se pareció a ningún otro llanto de bebé que Derrick hubiera oído en su vida. Aquel resultaba tenue en comparación, casi reconfortante, casi música para sus oídos.
Derrick miró por encima del hombro y sonrió a la cámara antes de girar de nuevo hacia Jill.
—Es un niño —anunció el doctor.
—Lo hemos hecho —comentó Jill con voz débil.
Derrick creyó que hablaba con Chelsey, hasta que se dio cuenta de que esta se había
reunido con las enfermeras a los pies de la cama.
—Lo has hecho tú —respondió. Tomó el vaso con cubitos de hielo y después de
darle un par de ellos, le puso bálsamo labial en los labios agrietados. Luego se echó hacia atrás y observó a la enfermera entregarle el niño a Jill. Su hijo.

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