Capitulo 11

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Capítulo 11
Desde que entrara en el apartamento de Derrick, Jill tenía la sensación de que todo sucedía a cámara lenta. Darle el ibuprofeno, ayudarle a llegar a su habitación, la cama que se rompía, y ahora aquello... Ella no había ido al apartamento por eso. Pero ahora estaba apretada contra el pecho duro y desnudo de él y sentía todas las partes de su cuerpo calientes y alborotadas.
Deseaba más que nada en el mundo que la besara, pero él parecía empeñado en apartarse. Jill sentía el impuso lujurioso de sentir los labios de él en los suyos. Imaginaba que debía de ser cosa de sus hormonas, pero quería saberlo de cierto, así que decidió lanzarse. Se acercó más y le rozó los labios con los suyos. El olor de él era tan bueno como su aspecto y en cuanto sus labios se encontraron y él respondió con una presión propia, algo cedió en el interior de ella. Jill perdió el control. Fue como si despertara después de haber estado en coma.
Dejándose llevar por el instinto, le echó los brazos al cuello y acercó su cuerpo al de él lo bastante para sentir la excitación de él en su muslo. Soltó un gemido y subió una mano por los fuertes músculos de la espalda de él y después más arriba, hasta que sus dedos trazaron un camino por el pelo de él. Derrick profundizó el beso. Ella abrazó la pierna de él con la suya. Lo acarició. Mejor dicho, lo devoró, pasando una mano por los abdominales firmes de él y luego más abajo, por la tela del pantalón corto, hasta que lo sintió duro contra su mano.
—¿Qué narices ocurre aquí?
Cuando Jill oyó la voz de su padre, creyó que su mente le jugaba una mala pasada. Pero entonces Derrick se apartó y preguntó:
—¿Quién es usted y qué hace en mi apartamento?
Jill miró por encima del hombro y vio a su padre de pie en el umbral.
—¡Papá! ¿Qué haces aquí?
Su padre se alejó. No estaba furioso. Estaba lívido.
Sandy asomó la cabeza por la puerta abierta. Los miró a los dos.
—¡Caray! —dijo, antes de desaparecer también ella.
Derrick se puso de pie. Cuando pisó tierra firme, ayudó a levantarse a Jill y ella se
encontró mirando sus maravillosos ojos.
—Siento todo esto —dijo él—. No sé lo que me ha pasado.
"¿Cómo?". Ella fantaseaba ya con que el beso podía ser el comienzo de algo maravilloso y él, por su parte, sentía la necesidad de disculparse. Jill bajó la vista.
—Será mejor que vaya a ver a Ryan.
Él no protestó.
—Me visto y salgo enseguida —prometió.
Jill salió de la habitación y fue a la sala de estar. Todo el mundo había desaparecido,
incluido el carrito con Ryan dentro. Miró por la ventana y vio que Sandy los había devuelto a todos a su apartamento.
Caminando por la sala, se arrepintió enseguida de llevar vaqueros ceñidos y zapatos de tacón en lugar de chándal y zapatillas deportivas. Antes, cuando se había puesto los vaqueros ceñidos, la había animado tanto poder ponerse la ropa de antes del embarazo, que no había pensado dos veces en cuál sería la reacción de Derrick.
¿Pero qué estaba haciendo? ¿Por qué había ido al apartamento de él? Unos días atrás su deseo había sido tener a Derrick Baylor lo más lejos posible de ella. Y ahora, de pronto, quería que la tomara en sus brazos y la sedujera.
Se palmeó la frente con disgusto.
La expresión de él al levantarla del suelo mostraba a las claras que se arrepentía de lo ocurrido.
Jill miró a su alrededor. "¿Y ahora qué?". Tenía que salir de allí deprisa. Tomó su bolso, que seguía en la mesita de café, salió y cerró la puerta sin hacer ruido. Le ardieron los ojos cuando pensó que se había puesto en ridículo.
—Mamá —dijo cuando cruzó la puerta de su apartamento. Forzó una sonrisa, abrazó a su madre y apretó con gentileza su cuerpo huesudo y rígido. El olor dulzón de su perfume resultaba abrumador y Jill tuvo que esforzarse mucho para no estornudar.
Sandy estaba sentada en su sillón favorito, con Ryan en los brazos y Lexi acomodada en el suelo a sus pies. La niña coloreaba con un lápiz en cada mano.
Jill miró a su padre. Este parecía fuera de lugar en el sofá color verde lima de ella. Y sin embargo, curiosamente, también parecía el mismo de siempre: el mismo traje oscuro de corte perfecto, la misma camisa almidonada, el mismo ceño fruncido con desaprobación. Ese año cumpliría sesenta. Su cabello seguía siendo espeso, con muy pocas canas. No llevaba ni un pelo fuera de su sitio. Si no fuera porque siempre parecía enfadado, Jill podría haberlo considerado atractivo.
—¿Qué pasaba ahí dentro? —preguntó él con una voz tan rígida como la postura de su mujer.
Jill suspiró.
—Creía que lo sabías.
—¿Saber qué?
—Le dije a mamá que estaba saliendo con Derrick Baylor, el quarterback de los
Condors.
—Me lo dijo —repuso su padre—. Es un atleta. Supongo que debería haber
esperado encontrarte en una situación comprometedora en el suelo de su dormitorio. A lo que parece, los dos os lleváis muy bien.
Jill sintió que una ola de calor le subía por la cara.
—Nos va bien —mintió—. Pero lo que has visto antes no es lo que crees. Derrick tiene una rodilla lesionada. Lo he ayudado a llegar a su dormitorio, ha tropezado, nos hemos caído los dos y se ha roto la cama y...
—¡Basta de historias! —la interrumpió él—. Tu madre intenta convencerme de que has madurado. Llevo menos de una hora en California y ya veo que no ha cambiado nada. Estoy muy decepcionado.
Jill alzó la barbilla.
—Lamento que pienses así —dijo.
Pero la verdad era que ya había oído todo aquello antes. Siempre había sido una
gran decepción para su padre. Daba igual que nunca antes la hubiera sorprendido en una situación comprometida. Simplemente, siempre era así. Jill agradecía que Laura, su hermana menor, no estuviera allí. Quería a su hermana, pero la presión a que la sometían sus padres para que fuera como Laura era demasiado para ella. Quería a su familia, pero los tres se las arreglaban para conseguir que se sintiera pequeña e indigna. Su padre había tardado menos de cinco minutos en despertar todas las inseguridades de ella.
—He cancelado más de una reunión importante para hacer este viaje —dijo él—. Queríamos apoyaros a ti y a tu bebé...
—Tu nieto se llama Ryan —lo interrumpió Jill.
—Ahora veo que era muy optimista por nuestra parte pensar que podrías haberte convertido en una joven responsable.
—Tengo que irme —dijo Jill. Entonces llamaron a la puerta—. Adelante. —¡Hollywood! —gritó Lexi cuando entró Derrick.
Este sonrió a la niña. Ya no cojeaba. Miró a su alrededor y tendió la mano al padre
de Jill, dispuesto a estrechar la de él. El hombre no se dignó responder al gesto. Jill pensó que su padre era un snob.
Derrick se enderezó y dejó caer la mano al costado antes de intentarlo con la madre de Jill. Esta no se mostró muy amistosa, pero al menos consiguió poner su mano en la palma de Derrick. Cuando recuperó de nuevo la mano, sacó un frasquito del bolso y se limpió los gérmenes.
Jill ya había tenido bastante. Además, si no salían ya, iban a llegar tarde a la cita con el pediatra.
—De haber sabido que veníais, habría tenido tiempo de prepararme —dijo—, pero Derrick y yo tenemos una cita con el doctor. Nos vamos ya.
—¿No vas a saludar a tu hermana?
Jill abrió mucho los ojos y miró a Sandy.
Su amiga asintió.
—Está en el baño, lavándose.
—Está alterada después de haberte visto copular en el suelo con ese hombre —
comentó su padre.
—Tiene un nombre —dijo Jill.
—Hollywood —dijo su padre. Sonrió a Lexi—. ¿Verdad que sí?
La niña asintió, encantada de ayudar.
—¿Copular? —repitió Derrick. Miró a Jill—. ¿Habla en serio?
Jill asintió con la cabeza y le dedicó una sonrisa tensa.
—¿Cómo has podido hacer eso? —preguntó la madre de Jill.
—No estábamos haciendo el amor —respondió Jill, exasperada.
—Me dijiste que salías con un jugador de fútbol americano —comentó su madre—,
pero no sabía que habíais llegado tan lejos. No me extraña que Laura esté llorando en la otra habitación.
—No estaba llorando —dijo Laura, entrando en la sala. Miró a Derrick y abrió mucho la boca—. ¿Este es el hombre al que te estabas tirando?
Jill no podía creer lo que oía... ni lo que veía. Si su madre no le hubiera dicho que
Laura estaba allí, jamás habría adivinado que la mujer de veintiséis años que tenía delante era su hermana. Hacía casi un año que no la veía, pero eso no explicaba la transformación. La Laura que conocía siempre llevaba faldas ceñidas y rebecas de cachemira con botones pequeños perlados. Ese día iba vestida de negro y la tela se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. La chica que tenía delante se parecía más a lady Gaga que a Laura.
—¿Eso son pantalones de cuero? —preguntó Jill.
Su hermana sonrió.
—¿Verdad que son geniales?
Jill no sabía qué decir. Estaba confusa y tenía prisa.
—Odio tener que marcharme, pero Derrick y yo hemos de llevar a Ryan al doctor.
¿Por qué no nos acompañas y así hablamos por el camino? —preguntó a Laura. —Me encantaría.
Jill miró a Derrick. El pobre parecía que tenía miedo de moverse. —¿Te puedes encargar del carrito y la bolsa del bebé?
Él hizo lo que le pedía y Jill tomó a Ryan.
—Yo cerraré la puerta. Te llamaré luego —dijo Sandy.
Jill le dio las gracias y señaló la puerta abierta a su hermana.
—¿Dónde os hospedáis? —preguntó a su madre.
—En el Amarano —repuso esta.
—Tenemos reserva a las siete en el restaurante Sky House —intervino su padre—.
Nos vemos allí.
Jill sabía que no era una invitación. Era una orden.
****
—Es un placer conocerte por fin —dijo Derrick a Laura de camino al aparcamiento —. Jill me ha hablado mucho de ti.
—Mentiroso —contestó Laura.
Él se echó a reír.
Jill abrió la puerta de su Volkswagen Jetta. Derrick le quitó a Ryan y, mientras él
ataba al niño en su sillita en el asiento de atrás, Jill llevó a su hermana a un lado.
—¿A qué viene esa nueva imagen?
—Solo me estoy divirtiendo —contestó Laura—. Por primera vez desde que nací,
estoy haciendo lo que quiero.
—¿Y qué es eso exactamente?
—Canto en un grupo de rock.
—¿Tú sabes cantar?
Laura asintió riendo.
—Esta noche después de cenar me iré para casa. Mamá y papá no lo saben, pero
cuando vuelvan ellos, ya me habré ido. —¿A dónde vas?
—Me voy con el grupo a viajar por el mundo.
Jill no sabía qué pensar.
—Lo dices en serio, ¿verdad?
—Nunca en mi vida he dicho nada más en serio —Laura apretó la mano de su
hermana entre las suyas—. Y nunca he sido tan feliz. He venido a California porque quería verte antes de marcharme.
Jill movió la cabeza.
—No sé qué pensar.
—Estoy segura de que papá y mamá te dirán cosas horribles de mí cuando se
enteren de lo que voy a hacer, pero quería que las oyeras antes de mi boca. —Me gustaría que tuviéramos más tiempo para hablar.
—A mí también, pero no te preocupes. Te llamaré y te escribiré emails. Jill abrazó a su hermana con fuerza.
—Tendríamos que habernos enfrentado a papá hace años —comentó Laura, seria—. Siempre nos hemos rendido muy fácilmente —miró a Derrick—. Hay cosas por las que vale la pena luchar.
—Me alegro de que seas feliz. ¿Prometes seguir en contacto?
—Lo prometo.
Se abrazaron de nuevo y luego Laura subió al coche y se sentó con Ryan en el
asiento de atrás.
Derrick estaba plegando el carrito al lado del maletero y Jill se acercó allí. Él le
puso una mano en el brazo para retenerla.
—Has salido corriendo de mi apartamento por culpa de ese beso, ¿verdad? —
preguntó.
—No sé a qué te refieres.
—Ese beso nos ha pillado por sorpresa —comentó él—, pero quiero que sepas que no volverá a ocurrir. Si vamos a ser amigos, tenemos que mantener una relación cordial. Ha sido un gran error y asumo toda la responsabilidad.
"Genial. Sencillamente genial", pensó Jill.
—Creo que eso será lo mejor —mintió—. Mantendremos una relación cordial —le tendió la mano—. ¿Trato hecho?
Derrick se la estrechó como si fueran buenos amigos.
—Trato hecho.
Jill procuró no mostrar ninguna emoción cuando se sentó al volante y puso el coche
en marcha. Esperó a que Derrick colocara su cuerpo de más de cien kilos en el asiento del acompañante. Él parecía estar aplastado allí.
—No hace falta que vengas. Ya me acompaña Laura.
—Ni una manada de caballos salvajes podría impedirme ir a la cita con el pediatra de Ryan —contestó él. Y debía de hablar en serio, porque sus rodillas, la buena y la mala, estaban presionadas contra la guantera y a su cabeza le faltaba menos de un centímetro para dar en el techo.
Jill metió el coche en el tráfico.
—¿Qué pasa entre vosotros dos? —preguntó Laura—. No es cierto que estéis saliendo, ¿verdad?
Jill no contestó.
—A mí no podéis engañarme —añadió su hermana.
—Tienes razón —contestó Derrick—. No estamos saliendo —miró a Jill—. ¿Se
puede saber por qué has dicho en tu apartamento que salimos juntos?
Jill movió una mano en el aire como restando importancia al tema.
—Le dije a mamá que salíamos juntos con la esperanza de que mis padres no vinieran de visita.
Derrick frunció el ceño.
—¿Por qué iban a dejar de venir si sabían que salías conmigo?
—Es ridículo, lo sé —contestó Jill—, pero la verdad es que a mi padre no le gustan
los jugadores de fútbol americano.
—Cree que los atletas son criaturas que no sirven para nada —añadió Laura con una
carcajada.
Como era de esperar, Derrick no rio con ella. Jill pensó que, en cuanto se quedara a
solas con Laura, le preguntaría qué había hecho con su hermana verdadera, la hermana callada y tímida que nunca usaba rímel, y mucho menos pestañas falsas. ¿Qué narices pasaba allí?
—A ver si lo entiendo —intervino Derrick—. Tú les dijiste a tus padres que salíamos juntos con la esperanza de que así no vinieran a verte.
—Sí.
—¿Pero piensas decirles la verdad la próxima vez que los veas?
—No.
Laura volvió a reír.
—¿Por qué no? —preguntó Derrick.
—Porque por primera vez en mi vida me da igual lo que piensen de mí —Jill miró a
su hermana por el espejo retrovisor—. ¿Cuánto tiempo piensan quedarse?
—Dos o tres noches. Creo que papá tiene negocios en San Francisco —Laura extendió el brazo y puso la mano en el brazo de Derrick—. No temas, Hollywood, unas
cuantas salidas, un par de cenas y cuando quieras darte cuenta, todo habrá terminado.
—No estoy preocupado —repuso él—. Porque no tengo la menor intención de
mezclarme en vuestros problemas familiares. Nada de cenas para mí.
Jill apretó el volante con fuerza.
—Si tú no vienes a cenar con mi familia esta noche, Ryan y yo no iremos a la
barbacoa de tu familia el domingo. Lo que vale para uno, vale para todos. Él frunció el ceño.
—Es evidente que la idea de que salías conmigo no los ha mantenido alejados. ¿Qué sentido tiene mantener la farsa?
—Creo que pensaban que Jill iba de farol —dijo Laura—. Pensaban que ella no caería tan bajo y han venido a California a verlo por sí mismos.
Jill asintió. Apretó los dientes. A Derrick no le hacía feliz pensar que sus padres los consideraban poco menos que escoria. Pues mala suerte. Jill opinaba que, si ella tenía que sufrir un par de cenas, él también podía hacerlo.
—Tú dijiste que querías estar en la vida de Ryan —comentó—. Ten cuidado con lo que deseas.
—De acuerdo —musitó él—. Lo haré.
Laura aplaudió y Jill tuvo la impresión de que llevaba a Lexi en el asiento de atrás y no a una mujer adulta.
Con la vista fija en la carretera, su mente no tardó mucho en volver al beso. Todavía tenía el sabor de él en los labios. Para apartar de sí aquellos pensamientos, puso la radio e hizo una mueca cuando empezó a sonar El beso de Faith Hill en los altavoces.
No quiero que me rompas el corazón No necesito otro turno para llorar, no, no quiero aprender a la fuerza
Jill apagó la radio.
—Jamás habría adivinado que te gustara el country —dijo Derrick.
—Porque no sabes nada de mí —repuso Jill, enojada con todo aquel asunto—. Me
gustan el country y el rock and roll. Soy una mujer salvaje. Muy, muy salvaje. —¿Ah, sí?
—Está de broma —intervino Laura, aguándole la fiesta a Jill—. Ella nunca ha hecho nada salvaje. Jamás se ha lanzado desde un avión ni ha esquiado por el sendero Diamante Negro. Nunca ha fumado un cigarrillo, y mucho menos un canuto. Ni siquiera recuerdo haber visto nunca a mi hermana en una pista de baile.
—¿Quién eres tú? —preguntó Jill a su hermana. Pensó que quizá se habría caído en algún tipo de agujero negro.
—¿Y nadado desnuda? —preguntó Derrick—. Todo el mundo ha nadado desnudo al menos una vez en la vida.
—No, Jill no. Ella es segura y predecible. Sin sorpresas.
—Tengo voz propia —recordó Jill a su hermana cuando paró en un semáforo. —Está bien —Laura se encogió de hombros—. Dínoslo. ¿Te has bañado desnuda? —Eso a ti no te importa.
Derrick se volvió a mirar a Laura.
—Tu hermana acaba de ser madre. Sus hormonas siguen un poco alteradas.
Jill alzó los ojos al cielo como pidiendo paciencia.
—No me interpretes mal —dijo Laura—. Jill tiene muchas cualidades buenas. A
pesar de lo que crean mis padres, es formal y responsable. También es caritativa. Pero no es muy aventurera.
El semáforo cambió a verde y Jill pisó el acelerador.
—Cuando Ryan sea más mayor, los dos vamos a hacer muchas cosas aventureras juntos —dijo.
—Parece que Ryan se lo va a pasar muy bien cuando deje los pañales —Derrick sonrió.
Laura soltó una risita.
Jill miró a Derrick e hizo una mueca. El sol entraba por la ventanilla e iluminaba el rostro de él. Ojos brillantes y hoyuelos, una combinación mortífera. Si Ryan se parecía a su padre cuando fuera mayor, ella no tendría tiempo de esquiar en Silverfox, Utah, aprender a escalar rocas ni lanzarse de un puente alto, porque estaría ocupada espantando a todas las chicas que competirían por la atención de su hijo.
El recorrido hasta la consulta del pediatra le pareció que duraba horas en lugar de los doce minutos que en realidad tardaron. Tuvo la sensación de que había mucho tráfico para ser un día laborable. Metió el coche en el aparcamiento reservado a los pacientes. A Derrick le iba a costar trabajo salir de su asiento, pero ella decidió no preocuparse por él. Se merecía estar incómodo por encender fuegos artificiales dentro de ella para después apagarlos con palabras frías y un apretón de manos.
****
Aunque hacía lo posible por no mostrarlo, Derrick se sentía como un gusano. Sandy le había advertido del afecto creciente de Jill y él no había intentado impedir que se abrazara a él y lo besara. Él ya sabía que besaba como un ángel, pero hasta ese día no había descubierto que ella era como una docena de cartuchos de dinamita esperando que los encendieran. Si se hubiera tratado de otra persona y no de ella, la madre de su hijo, Derrick habría tomado lo que le ofrecía y algo más.
¡Qué narices!, él jamás había dicho que fuera un santo.
Pero Jill no se parecía nada a las mujeres con las que había estado hasta entonces. Era demasiado dulce e inocente para un hombre como él.
Y además, el corazón de él le pertenecía a Maggie.
Jill merecía estar con alguien que pudiera entregarse a ella al cien por cien. Alguien que siempre estuviera a su lado. De no ser por Maggie, él habría considerado en serio solicitar el puesto. Pero Maggie siempre estaba allí, flotando en sus pensamientos, incluso cuando él no quería que fuera así. En el fondo sabía que sus hermanos tenían razón. Necesitaba olvidarla, cortar todos los lazos emocionales y dejarla marchar. Pero ya lo había intentado y no había sido capaz. Amar a Maggie era como ser adicto a una droga. Necesitaría un programa de doce pasos para librarse de ese amor.
Había un festival de arte en el centro y tardaron unos minutos en abrirse paso hasta la puerta a través de la gente. Poco después, Derrick y Jill estaban en la consulta y Laura esperaba en el vestíbulo.
Derrick se alegraba de sentir de nuevo la sangre fluir por sus piernas. Viajar en el coche de Jill era como ir en una lata de sardinas.
Jill caminaba por la sala, adelante y atrás, y Ryan no paraba de llorar.
—Si lo pones más cerca de tu pecho, un poco más a la derecha, creo que...
—Sé cómo tener en brazos a mi hijo. Muchas gracias.
Derrick se desperezó y fingió un bostezo para ocultar una sonrisa.
—Me alegra que te divierta —lo riñó Jill—, aunque no sé cómo puedes encontrar
cómico el dolor de Ryan.
—No sonrío por eso —contestó él. Le divertía el tic que tenía ella en el ojo y cómo
curvaba el labio cuando se enojaba. Y no podía dejar de pensar en su reacción cuando Laura había dicho que no era aventurera. Jill quería cambiar aquello y él tenía algunas ideas para ayudarla a romper el cascarón—. Estaba pensando en la llegada repentina de tu familia. Tu hermana es todo un personaje.
—Esa mujer que espera en el vestíbulo no es mi hermana. Mi hermana es grácil, delicada y muy callada. Toma té Ming Cha a sorbitos y mordisquea sándwiches de berro. Nunca maldice y, desde luego, no lleva pantalones de cuero.
—¿Come sándwiches de berro?
Antes de que Jill pudiera contestar, entró el pediatra. Era un hombre de treinta y pocos años, que parecía encantado de ver a la joven.
—Es un placer volver a verte —le dijo.
A ella se le iluminaron los ojos.
—Nate Lerner. Me alegro muchísimo de que hayas vuelto a tiempo para la primera
cita de Ryan.
Antes de que Derrick pudiera presentarse, Jill le pasó a Ryan y a continuación abrazó al médico como si fuera un hermano al que hacía tiempo que no veía y que acabara de volver de la guerra. Cuando por fin lo soltó, el doctor Lerner retrocedió un paso para poder verla bien.
—Estás increíble. Sencillamente maravillosa.
Derrick sostuvo a Ryan contra su pecho y lo meció hasta que dejó de llorar.
Aquella escena entre el doctor y Jill le pareció un poco exagerada, quizá porque ella
no había mencionado para nada al doctor Lerner y ahora los dos casi estaban haciendo el amor delante de él, como si él no estuviera presente. Derrick sabía de primera mano lo soliviantadas que estaban las hormonas de Jill y no quería tener que verla excitándose con otro.
Jill se llevó una mano al pecho.
—Eres igualito a tu padre —movió la cabeza con incredulidad—. Es asombroso. Derrick carraspeó, pero nadie le hizo caso.
—Tenemos que vernos para ponernos al día.
—Me encantaría —repuso Jill con la sonrisa más luminosa que Derrick le había
visto jamás. Apretaba las manos del doctor en las suyas.
—¿Y a quién tenemos aquí? —preguntó el pediatra.
—Nate, quiero presentarte a mi amigo Derrick y a mi hijo Ryan —Jill tomó al niño
y lo acunó en sus brazos de tal modo que Nate tuvo una vista más clara de su escote. El doctor señaló la camilla y Jill lo siguió hasta allí obediente.
—Es un niño muy guapo —dijo el doctor Lerner—. Vamos a medirlo. —¿Lo desnudo?
—Por favor.
Jill tardó bastante en sacar los bracitos y las piernecitas de Ryan del pijama azul de algodón que llevaba. Derrick se quedó donde estaba, viendo a distancia cómo medía el pediatra la circunferencia de la cabeza de Ryan antes de examinar la parte blanda.
—Su fontanela está como tiene que estar —dijo el doctor—. Puedes tocarla y debería desaparecer entre doce y dieciocho meses —a continuación midió la longitud de Ryan desde la cabeza a los pies, miró su gráfico y pidió a Jill que le quitara el pañal para pesarlo.
Continuó con sus pruebas mientras Jill estaba pendiente de Ryan y de él a partes iguales. Miró con adoración al doctor Lerner cuando este le examinó los oídos a Ryan.
Derrick quería vomitar. Fue a sentarse en un rincón de la habitación. Sentía los músculos tensos y se le ocurrió de pronto que se estaba portando como un idiota celoso. Lo que sentía era absurdo y no tenía ningún sentido. No había motivos para estar celoso porque él no amaba a Jill. Como ella misma acababa de decirle al doctor, solo eran amigos. Sí, ella le gustaba y sí, estaba muy guapa ese día, pero en realidad estaba guapa todos los días, aunque llevara un chándal cubierto de saliva o pantalones anchos y zapatillas rosas de peluche.
Después de analizar la situación, se convenció de que lo que sentía era perfectamente aceptable y normal. Quería protegerla. Era la madre de su hijo. Cualquier hombre por el que se interesara podía ser un padre en potencia para su hijo. Tenía sentido que él se sintiera ansioso en esas circunstancias.
El doctor no tardó mucho en terminar. Jill empujó a Derrick hacia la puerta. —Ahora os alcanzo —le dijo.
Y los dejó solos. Derrick empujó el carrito hacia el vestíbulo.
Laura se puso en pie al verlo.
—¿Dónde está Jill? —preguntó.
—El doctor y ella tenían que ponerse al día. ¿Por qué no salimos a tomar el aire mientras esperamos?
Cuando salió Jill, los otros estaban en medio del festival de arte. Dibujos de colores hechos con tiza cubrían las aceras y había puestos de venta alineados a ambos lados de la calle.
—Siento haber tardado tanto —comentó Jill, colocándose un mechón de pelo detrás de la oreja—. ¿Qué te ha parecido?
—¿El qué? —preguntó Derrick. —¿Nate?
—Creo que es un sueño.
Jill se echó a reír.
—Quiero decir como pediatra. ¿Crees que es concienzudo y profesional? ¿Un doctor en quien podemos confiar para que cuide de Ryan?
—No he conocido a muchos pediatras. No tengo con quién compararlo, lo siento. —Me parece que me he perdido toda la diversión —comentó Laura.
—Él y tú os lleváis muy bien —dijo Derrick—. ¿No habéis quedado para salir? —
preguntó, aunque lo decía en broma.
A Jill le brillaron los ojos como si fueran luces de neón de las Vegas.
—Pues en realidad, sí. Hemos quedado para ir al cine el viernes.
Derrick sintió náuseas y no sabía por qué. Llevaba a Jill a un lado y a Laura al otro
y él empujaba el carrito por la calle. No tenía un destino concreto en mente. El coche de Jill estaba en dirección contraria. Él simplemente caminaba e intentaba mantener la calma porque sabía que no tenía sentido que se pusiera celoso.
—¿Crees que puedes quedarte con Ryan ese día? —preguntó Jill.
—Es mi hijo. Pues claro que puedo quedarme con él. ¿A qué hora?
—¿Qué tal a las cuatro?
Por alguna ridícula razón, él se sintió mejor sabiendo que sería temprano y no tarde. —Así tendré tiempo de ducharme y prepararme —explicó ella—. Nate quiere
llevarme a Crush, un restaurante nuevo en Jasmine Street. He querido ir allí desde que abrieron hace seis meses.
Se pararon y esperaron a Laura, que se había quedado en un puesto, donde miraba bolsos hechos a mano y regateaba con el vendedor.
—Pensaba que ibais a ir a una sesión temprana del cine.
—Yo no he dicho eso. He dicho que iremos al cine, pero será después de cenar. —¿Y cuándo piensas volver?
—¿Por qué? ¿Tengo hora de llegada?
—Claro que no, pero creí que habías dicho que Sandy y tú teníais mucho trabajo en
la revista.
—Gracias a ti, nos hemos puesto al día. Sandy me ayudó a escribir mi columna y
Chelsey trajo las fotos anoche. Ya sabes, las fotos que hizo en el parque. Tenemos muchas buenas para elegir —Jill sonrió—. Empiezo a sentirme yo misma otra vez —giró en círculo con los brazos en el aire y la cara expuesta al sol—. ¡Qué día tan hermoso!
"Sí, muy hermoso", pensó Derrick.
—Mira eso —Jill cruzó la calle hasta uno de los puestos.
Derrick la contempló mientras ella admiraba las figurillas de bronce más feas que él
había visto en su vida. Le llevó una a él y se la puso delante para que viera bien los detalles.
—Esto es lo que yo llamo arte.
Derrick recordó las palabras de su madre. "Si no tienes nada agradable que decir, es mejor que no digas nada".
—¿Qué te pasa?
—Nada. ¿Por qué?
—No sé —contestó Jill—. Desde que hemos visto al doctor Lerner, pareces un día
triste de lluvia empeñado en acabar con la alegría del sol.
—A lo mejor es porque me pregunto cómo puedes besarme a mí un momento y
empezar a babear con el doctor al momento siguiente.
—No estaba babeando. Además, tú has dejado muy claro que el beso ha sido un
gran error. ¿Por qué te importa lo que yo haga con el doctor Lerner? —No lo sé —contestó él—. Olvida que he dicho algo. —¿Estás celoso?
Derrick soltó una risita nerviosa.
—Claro que no. Pero no creo que el doctor Lerner te convenga.
Jill sonrió.
—¿Qué? —preguntó él.
—El doctor Lerner salió en una de esas bolsas de la compra de Abercrombie y
Fitch.
—¿En una qué?
A ella le brillaron los ojos.
—En las bolsas de A&F solo aparecen hombres sexy —dijo.
—¿Y qué tiene que ver eso con que no te convenga?
Jill se encogió de hombros.
—Solo he pensado que debía mencionarlo.
—¿O sea que a ti te parece sexy?
Ella hizo una mueca.
—Por supuesto.
—¿Por eso te gusta, porque es sexy?
—Eso nunca viene mal; pero no, no me gusta solo por eso.
A Derrick le costaba tanto sacarle las palabras, que tenía la sensación de estar
arrancando dientes.
—¿Y qué más te gusta de él? —preguntó.
La siguió hasta donde la artista esperaba con paciencia a que Jill le devolviera la
figura.
—Es muy hermosa —dijo esta a la artista, una mujer más mayor, con un pelo largo
gris y rizado que le caía sobre los hombros.
—Utilizo arcilla y bronce y paso horas con cada pieza, intentando capturar la
inocencia y la gracia de la forma femenina —explicó.
—Su pasión se nota en su trabajo —dijo Jill—. ¿Cuánto cuesta esta?
Derrick esperó pacientemente a que Jill terminara allí.
—La que le ha gustado son cinco mil dólares. Esta de aquí son tres mil quinientos. Derrick casi se cayó de espaldas.
—Tendré que pensarlo —repuso Jill—. Pero si tiene una tarjeta, me encantaría ver
algún otro lugar donde exponga su trabajo.
La mujer sacó una tarjeta del bolsillo del delantal y se la tendió. Derrick miró a Ryan y echó a andar de nuevo.
—¿Por qué no comemos algo en el café de enfrente aprovechando que Ryan está dormido? —preguntó.
Es una idea genial. Estoy muerta de hambre. Mira esto —Jill le mostró la tarjeta—. Esa mujer es de Nueva York. He venido muy lejos a vender sus esculturas.
Pararon en la esquina y Jill pulsó el botón del semáforo. Mientras esperaban a que se pusiera rojo, envió un mensaje a su hermana diciéndole que la esperaban en el café.
—¿Vas a contestar a mi pregunta? —quiso saber Derrick. El semáforo cambió a rojo y ella empezó a cruzar la calle. —No.
—¿Por qué no?
—Porque, aunque seas amigo mío, con quién decida salir yo, no es asunto tuyo — abrió la puerta del café y esperó a que entrara él empujando el carrito.
La camarera los llevó hasta un reservado situado en la parte de atrás, les dio una carta a cada uno y les dijo que volvería unos minutos después.
Jill colocó la manta de Ryan de modo que este no tuviera mucho calor.
—El doctor Lerner ha dicho que Ryan es un poco bajo para su edad.
Derrick soltó un gruñido.
—Aún no tiene dos semanas. Creo que es algo pronto para estar... —se interrumpió
en mitad de la frase porque vio a Aaron dejando una propina en la mesa de enfrente. Se levantó y se acercó a él—. Aaron.
Este se volvió. Hundió los hombros y Derrick comprendió, por su expresión, que ya lo había visto y había intentado escapar. Derrick miró a su alrededor.
—¿Dónde está Maggie?
Aaron negó con la cabeza.
—Solo lo pregunto porque esperaba que Maggie y tú pudierais conocer a mi amiga
Jill y a nuestro hijo Ryan.
—Maggie está ya a mitad de camino del coche y yo no tengo tiempo.
—Solo será un minuto.
Aaron alzó las manos en un gesto de rendición y lo siguió hasta donde estaba Jill
estudiando la carta.
—Jill, quiero presentarte a mi hermano Aaron.
Jill sonrió. Se levantó y le estrechó la mano.
—Encantada de conocerte. Creo que ya conozco a todos los hermanos, ¿no? —Todavía te faltan Lucas y Garrett —le dijo Derrick.
—Yo soy el diferente de la familia —comentó Aaron—. No somos hermanos en el
verdadero sentido de la palabra. —¿No lo sois?
—Es adoptado —explicó Derrick.
Aaron miró a Ryan.
—O sea que este es el pequeñín del que tanto hemos oído hablar, ¿no?
—Acabamos de hacerle su primera revisión —le contó Jill.
Aaron enarcó las cejas.
—¿Quién es vuestro pediatra?
—El doctor Lerner —ella señaló por la ventana el edificio del médico—. Justo ahí. —Yo fui a la universidad con Nate —comentó Aaron—. ¡Qué casualidad!
—Yo hace años que lo conozco —repuso Jill, animosa—. Es muy competente. —Sí, es un buen tipo. Fuimos a jugar al golf antes de que se marchara a Europa.
Juega muy bien.
—¿Hay algo que no sepa hacer ese hombre? —preguntó Derrick.
Aaron inclinó la cabeza, como si pensara preguntarle qué quería decir con eso; pero
luego cambió de idea y miró a Jill.
—Ha sido un placer conocerte. Tengo que irme. Mi prometida me espera en el
coche. Seguro que estará pensando dónde me he metido.
Derrick le tendió la mano, pero Aaron fingió no verla. Metió la suya en el bolsillo
del pantalón y se marchó. Derrick empezaba a sentirse como un leproso.
—Saluda a Maggie de mi parte —dijo.
—Me parece que no —contestó Aaron con el ceño fruncido—. Pero me alegra ver
que ya casi no se nota el moratón del ojo. Maggie está preocupada por ti desde la última vez que nos vimos. Hablando de lo cual, supongo que ya no necesitarás sus servicios puesto que vosotros dos —movió un dedo entre Jill y Derrick— parece que habéis arreglado el asunto.
—¿Tu prometida es la abogada de Derrick? —preguntó Jill.
—A decir verdad, no sé bien cuál era su relación de trabajo —Aaron soltó una risita cáustica y retrocedió un paso, apuntando a Derrick con un dedo—. Pero ten cuidado con este tipo. Es muy rápido tanto en el campo como fuera de él —siguió moviendo el mismo dedo—. Nunca sabes lo que va a hacer a continuación.
Y después de ese mensaje críptico, se alejó.
Jill se sentó.
—¡Vaya! —exclamó—. Parece que está muy enfadado contigo. ¿Fue él el que te dio
un puñetazo en el ojo? Derrick asintió.
—Me ha guardado rencor desde que puedo recordar —contestó.
Miró por la ventana y se preguntó qué tal estaría Maggie. Se sentó frente a Jill y abrió la carta, pero por lo que a él se refería, podía haber estado escrita en chino, porque no conseguía leer lo que ponía.

También es hijo mío Donde viven las historias. Descúbrelo ahora