Capitulo 18

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Capítulo 18
Sandy se estiró la falda ceñida nueva que llevaba, sacó un espejito del bolso y se revisó el pintalabios. Respiró hondo y entró en el edificio. Los zapatos de más de diez centímetros de tacón que llevaba hacían mucho ruido en el suelo encerado de baldosa. Cruzó el vestíbulo hasta el cartel con los nombres de los médicos. Siguió la lista con su dedo de manicura perfecta hasta que llegó al doctor Connor Baylor. Consulta 300.
Perfecto.
Se había hecho una citología tres meses atrás, pero no era nada remilgada y pensaba que un análisis extra no le haría daño. Cuando se abrieron las puertas del ascensor, entró y pulsó el botón del tercer piso. Llegó a este sin problemas, pero, cuando salió al pasillo y se encontró delante de la puerta con el número 300, el corazón le latió con fuerza.
"Contrólate, amiga". Sandy no se había sentido tan nerviosa desde su cita con Glenn Price, un cantante británico algo famoso, dos años atrás. Entró en la sala de espera, firmó y se sentó con las demás mujeres que esperaban su turno. Después de rellenar los papeles, tomó un ejemplar de una revista de deportes y la hojeó, intentando apartar su mente de lo que estaba haciendo... y de lo que le diría a Connor cuando él abriera la puerta y la viera sentada en la camilla de su consulta.
No tuvo que esperar mucho.
La enfermera la guio por el pasillo hasta la tercera puerta a la derecha. El doctor Connor Baylor no estaba a la vista. La enfermera le pidió que subiera a la báscula y a continuación le tomó la presión sanguínea y la temperatura.
—Adelante, póngase este camisón. El doctor Baylor entrará enseguida.
Sandy se desvistió hasta quedar en tanga y sujetador. A continuación dobló su ropa muy despacio y la colocó ordenadamente en la silla que había en un rincón de la consulta. Cuando llamaron a la puerta, solo había pasado un minuto desde que la enfermera había salido de la habitación. Sandy pensó que la mujer había olvidado algo.
—Adelante —dijo.
Se volvió hacia la puerta y vio los hombros amplios de Connor en el umbral.
La enfermera estaba justo detrás de él e intentaba ver qué era lo que había hecho
que el doctor se detuviera en seco, pero él se lo impedía.
—Lo siento —dijo—. Creía que estaba... Sandy, ¿qué haces tú aquí?
—Hola, Connor —ella tomó el camisón de papel—. Has venido tan pronto que pensaba que era otra vez la enfermera.
La mirada de él empezó en los pies de ella y fue subiendo rápidamente hasta terminar en la cara.
La expresión de su rostro era inescrutable. A Sandy le pareció que no se sentía complacido.
—Te dejo sola para que te pongas el camisón y después hablamos.
—Lo que tú digas, doctor.
Él le dedicó una sonrisa tensa, salió y cerró la puerta a sus espaldas.
¡Caray! Connor Baylor tenía que relajarse un poco. Actuaba como si no lo hubiera
visto ya todo más de mil veces. Sandy se quitó la ropa interior y se puso el camisón de papel. Se sentó en el borde de la camilla y levantó las piernas para admirar su pedicura. Las uñas iban pintadas de rojo fuerte, a juego con el pintalabios.
Pasaron unos minutos interminables hasta que al fin llamaron a la puerta con los nudillos. Esa vez entró primero la enfermera e informó al doctor Baylor de que la paciente estaba preparada. Obviamente, Connor Baylor era un maniático de las normas.
Entró un par de pasos en la habitación. Llevaba una bata blanca de laboratorio encima de una camisa polo y unos pantalones planchados de color caqui. Era alto, de hombros anchos, y actitud aparentemente rígida e inflexible. Iba bien afeitado y lucía un bronceado saludable. Todos los hermanos Baylor eran atractivos, pero aquel en concreto dejaba sin aliento. No era de extrañar que la sala de espera estuviera llena de mujeres que querían verlo. El cabello, espeso y bien cortado, le caía en torno a las orejas. Era deslumbrante y gallardo, un hombre que destacaría sin problemas entre una multitud de hombres parecidos a George Clooney.
Guardó silencio mientras leía algo sujeto con pinza a su tabla portapapeles.
—¿No estás embarazada?
—No. No lo estoy. A menos que fuera un caso de inmaculada concepción.
Él no rio. De hecho, no mostró ninguna reacción. La enfermera Ratched se mostró
igual de inexpresiva.
—Aquí dice que tu última citología fue hace dos años. ¿A qué se debe eso?
Sandy se encogió de hombros.
—He sido una chica mala.
Connor miró a la enfermera. Los dos hablaban una especie de lenguaje de signos
que no requería usar las manos. Él se volvió de nuevo a Sandy y la miró a los ojos. —¿El último doctor al que viste fue el doctor Bricca?
Ella asintió.
—¿Has decidido cambiar de doctor?
¿No era obvio? Ella volvió a asentir. —¿Por qué?
—Podríamos decir que soy impulsiva. —Entiendo.
—Después de conocerte, me pareció que podías ser el tipo de doctor que cuida muy bien de sus pacientes.
—Creo que sé cuál es el problema —dijo él—. Quiero que te vistas y vengas a mi despacho.
Se dirigió a la puerta sin esperar respuesta. Sandy miró a la enfermera.
—¿Lo dice en serio?
La enfermera tomó la tabla sujetapapeles y anotó algo.
—Es un hombre muy ocupado —dijo—. No pensará que es usted la primera mujer
que viene aquí buscando algo más que un reconocimiento médico, ¿verdad?
—No está diciendo lo que creo que está diciendo, ¿verdad?
—Adelante, siga con su jueguecito —la enfermera se dirigió a la puerta—, pero
debe saber que no es la primera mujer que viene a la consulta del doctor Baylor a mostrar sus encantos. Y no será la última.
Salió de la estancia y Sandy se quedó mirando la puerta cerrada.
De pronto sintió una vergüenza enorme.
¿Qué hacía allí?
Había sido una tonta. Se vistió en un tiempo récord, salió sin hacer ruido y se dirigió
a la puerta de atrás, por donde se escabulló sin ser vista.

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