Capitulo 17

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Capítulo 17
Helen Baylor miraba el techo, la luz de la luna que se filtraba a través de las persianas.
—Phil, ¿estás despierto?
Su esposo, que estaba de lado, se colocó de espaldas.
—Ahora ya sí.
—Estoy preocupada por Maggie y Aaron.
—Solucionarán eso. Dales tiempo –dijo él.
Volvió a cerrar los ojos y ella escuchó su respiración profunda y regular y confió en
que el sonido la ayudara a volver a dormir. No tuvo esa suerte.
—Si Derrick hablara con Aaron —comentó—. Si le dijera que les desea lo mejor a Maggie y a él, estos podrían seguir adelante con sus vidas. ¿Por qué es tan testarudo Derrick?
—Porque es hijo de su madre.
Helen sonrió y se acurrucó al lado de su esposo, algo que hacía siempre que tenía demasiadas cosas en la cabeza y no podía dormir.
—¿Qué opinas de Jill Garrison? —preguntó.
Él colocó su brazo de modo que la cabeza de ella encajara en el hueco de este. —Creo que es una chica encantadora. Ya te lo dije. Tenemos suerte de que forme
parte de la familia.
—¿Dónde estábamos nosotros cuando Derrick cobraba dinero por su esperma? ¿Por
qué hizo algo así? ¿En qué nos equivocamos?
Phil estiró el brazo y le rozó la mejilla con los dedos.
—Los chicos hacen cosas curiosas e impredecibles. Estoy seguro de que tuvo sus
razones, y ahora ya no puede volver atrás y no hacerlo. Además, Jill parece una buena mujer y nosotros hemos sacado un nieto estupendo de todo esto. Yo no me quejo.
—Creo que debería ir a ver a Jill. Derrick parecía confuso la última vez que hablé con él. Probablemente necesite mi ayuda. ¿Qué te parece?
—Creo que no debes olvidar lo que pasó la última vez que metiste las narices donde no te llamaban.
Helen chasqueó la lengua.
—Connor tenía que saber lo que hacía su esposa. Él se merecía saberlo.
—Pero no sirvió de nada que supiera que su esposa tenía un problema con las
drogas.
—Espero que no me eches a mí la culpa de su sobredosis.
—Por supuesto que no. No digas tonterías. Solo creo que la gente tiene que
averiguar esas cosas por sí sola, sin que otros se entrometan en sus asuntos privados. Helen se apartó de él.
—Lo siento —dijo Phil—. No pretendía herir tus sentimientos. Es solo que, después de que se lo dijeras a Connor, dio la impresión de que todo se estropeaba rápidamente.
—Cuando Connor supo lo que ocurría, pudo buscarle ayuda. Y Amanda habría vencido su adicción si ese monstruo, el traficante, se hubiera mantenido alejado de ella como le ordenó el juez.
—Las adicciones no son fáciles... principalmente porque siempre hay monstruos de algún tipo acechando, esperando un momento de debilidad —Phil tiró de su esposa hacia sí hasta que ella volvió a apoyar la cabeza en su pecho.
—¿Crees que Connor me perdonará alguna vez?
—Creo que ya lo ha hecho. Simplemente aún no se ha dado cuenta.
—Espero que tengas razón.
—Llevamos casi cuarenta años casados. Sabes que siempre la tengo.
Helen lo empujó con suavidad y los dos rieron, pero ella sabía que no iba a dormir
mucho aquella noche. Su mente seguía dando vueltas y ella no podía evitar estar preocupada por Jill, Ryan y Derrick. El instinto le decía que Jill y Derrick estaban destinados a estar juntos. Tenía que haber un modo de abrirle los ojos a su hijo.
****
—¡Oh, Dios mío! Es Derrick Baylor —gritó una rubia en el extremo opuesto del supermercado.
Jill alzó la vista de los pepinos en la sección de verduras y vio que dos mujeres, una rubia y otra morena, se acercaban a Derrick. Una le sonreía y la otra buscaba en su bolso algo que él le pudiera firmar.
Derrick había insistido en acompañarla a la compra. Desde que la había ayudado con Ryan cuando ella había creído que estaba enfermo, Derrick se había pegado a ella como si fuera pegamento. Pero Jill no se quejaba. Para cuidar de Ryan y cumplir con sus compromisos editoriales, necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir. Para empeorar aún más las cosas, su madre había llamado para decirle que iban a regresar de San Francisco y pasarían a verla. Jill había insistido en invitarlos a cenar en su casa. Confiaba en que todos fueran capaces de enterrar cualquier mal sentimiento que pudiera quedar y pasar página. También confiaba en que una cena en casa diera a sus padres la oportunidad de estar con su nieto.
La rubia alta renunció a seguir buscando un trozo de papel y pidió a Derrick que le firmara la parte de atrás de la camiseta. Se subió el pelo y se volvió para que él pudiera hacerlo. Derrick hizo lo que le pedía y luego rio de algo que ella le susurró al oído. La
morena, al parecer, no quiso quedarse corta. Se subió la camiseta lo bastante para mostrar el piercing que llevaba en el ombligo y le pidió que le firmara el estómago, plano como una tabla.
Derrick estaba al cargo del carro de la compra y de Ryan, que iba atado en la sillita sujeta con hebillas a la parte delantera del carro. El bebé se mostraba más inquieto a cada minuto que pasaba. Empezó a llorar, dejando claro que había llegado al límite.
—Lo siento, chicas, pero parece que mi hijo me necesita.
—Es guapísimo —dijo la morena. Dejó caer la camiseta de mala gana—. No sabía que tenías hijos.
La rubia le metió una tarjeta en el bolsillo de los vaqueros.
—Avísame si necesitas una canguro.
—Lo tendré en cuenta —contestó Derrick. Sacó a Ryan de la sillita y lo estrechó
contra su pecho.
Jill dejó el pepino y se acercó al brócoli. Vio que las mujeres se alejaban. Derrick
sonreía a Ryan. Lo alzó en el aire para besarle la punta de la nariz.
Jill pensó entonces en la cantidad de años que había añorado vivir un momento así
con Thomas. Los habían presentado sus padres cuando ella tenía dieciocho años y él estaba en primero de Derecho. La atracción entre ellos había sido instantánea y se habían prometido antes de que ella cumpliera los diecinueve. Cuando Thomas terminó la carrera, el padre de ella lo contrató como abogado en su bufete de Nueva York. Jill había pasado muchas horas soñando con tener algún día un hijo de Thomas. Siempre había querido una familia numerosa y se había imaginado compartiendo las alegrías de la maternidad con un hombre al que amaba.
Derrick sostuvo a su hijo con una mano y empujó el carrito hacia ella con la otra. —Creo que ya controlo perfectamente esto de los ni...
Lo interrumpió un eructo largo en mitad de la frase.
Jill rio al ver la sorpresa de él. Siempre que estaban juntos, se descubría riendo. —Es buena idea ponerse una toalla en el hombro antes de hacerle eructar.
—No me digas.
Ella lo ayudó a colocarlo de nuevo en la sillita. Cuando terminaron, le limpió la saliva de la camisa con una toallita de bebé.
—Ya está. Como nuevo.
Él empujó el carrito y ella caminó a su lado.
—¿Siempre te resulta tan difícil hacer la compra? —preguntó.
—¿Por qué lo dices?
—Por las fans que te paran cada pocos minutos para pedirte autógrafos.
—Oh, eso. Sí, lleva tiempo, pero por lo que a mí respecta, firmar autógrafos es parte
del asunto —él sacó una tarjeta del bolsillo de los pantalones y la metió en la bolsa del bebé —. Por si necesitas alguna vez una canguro.
Jill se descubrió mirando una vez más los expresivos ojos marrones de él. A juzgar por las líneas que cubrían las comisuras de sus ojos cuando sonreía, había pasado mucho tiempo al aire libre y había reído mucho. Le gustaba aquel hombre, el padre de Ryan, un hombre que no debería gustarle. Sus padres jamás lo aprobarían. Tenían la costumbre de encasillar a la gente. Consideraban que los atletas ganaban demasiado y los mimaban demasiado. No aprobarían sus vaqueros ni la camisa por fuera. No les gustaría su pelo revuelto ni su fuerza física, que para ellos era una muestra de arrogancia. No, Derrick Baylor no les gustaría nunca. Y aunque ella sabía que no era justo, eso servía para que a ella le gustara todavía más.
—¿Qué vamos a cocinar para tus padres? —preguntó él.
—¿Vamos? ¿En plural?
Jill empujó el carrito hacia la sección de la carne y él la siguió.
—¿No estoy invitado?
Ella tomó solomillo de cerdo y lo colocó en el carrito.
—Bueno, es solo que...
—Tú crees que no tengo ninguna posibilidad de ganarme su aprobación, ¿verdad? —¿No te bastó con la cena de la semana pasada? No son personas normales,
Derrick. Son muy críticos y...
Él se echó a reír. Le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.
—Anímate. Solo estaba bromeando. No tengo intención de colarme en vuestra cena.
Ryan y tú necesitáis pasar tiempo a solas con tu familia.
—Creo que alguien quiere hablar contigo —ella señaló con la barbilla a un hombre
que había detrás de él. Un hombre atractivo, algo mayor que Derrick, que tenía unos ojos azules increíbles.
Derrick se volvió.
—¡Max! —exclamó.
Los dos se estrecharon la mano, claramente contentos de verse.
—Jill, este es Max Dutton, uno de los mejores linebackers de la historia de la NFL. —Yo no estoy tan seguro de eso —comentó Max—, pero te agradezco el cumplido. Se adelantó y le estrechó la mano a Jill. No era tan alto como Derrick, pero lo que
perdía en altura, lo compensaba de sobra en anchura; todo él era músculos y fuerza.
—¿Y quién es el pequeñín? —preguntó.
—Es nuestro hijo, Ryan —le dijo Derrick.
—No lo sabía —Max le dio una palmada en la espalda—. Enhorabuena. —¿Cuántos hijos tienes tú ahora? –le preguntó Derrick—. Siempre que te veo en la
prensa, es porque Kari y tú habéis tenido otro hijo. Max sonrió.
—La mayor, Molly, se graduó en la universidad hace unos años y ahora madre e hija están ocupadas escribiendo juntas un libro sobre nutrición. El más pequeño, Austin, cumplirá un año el mes que viene. Por fin tengo un hijo. No es que no estuviera contento con las chicas, porque lo estaba. Las chicas son divertidas. Yo lo sé bien, tengo cuatro.
—Habéis estado ocupados.
—Os voy a dejar, parejita —dijo Max—. Solo he entrado a por leche, pero luego os he visto aquí, mirándoos a los ojos como si el tiempo se hubiera detenido, y me he dado cuenta de que te conocía. Tenemos que quedar algún día. A Kari le encantaría conocer a Ryan y a tu encantadora esposa.
—Me parece un buen plan —repuso Derrick. Le estrechó la mano.
Max abrazó un instante a Jill y desapareció por el pasillo más cercano.
La joven notó que vibraba su móvil en el fondo del bolso, pero optó por no hacer
caso.
—Eso ha sido interesante —comentó—. Creo que acabo de conocer a un tornado
humano.
Derrick rio. La siguió por el pasillo de las especias y las infusiones.
—Espero que no te importe que no lo haya corregido cuando ha dicho que eras mi
esposa.
—No me importa —contestó ella—. Me han llamado cosas peores.
—Muy graciosa.
Jill se detuvo delante de las especias e intentó recordar lo que necesitaba.
—¿Qué tal está tu rodilla?
—Va mejor —él cambió el peso de un pie a otro—. Intento no pensar en ella, sobre
todo porque no voy a permitir que me frene cuando empiecen los entrenamientos dentro de unas semanas.
—¿Qué dice de eso el doctor?
—Nadie, aparte de Connor, sabe lo de mi rodilla. Y espero que siga así.
—¿Eso no es peligroso?
—Los jugadores de fútbol americano jugamos a menudo con lesiones.
—Ningún juego vale que pierdas una pierna por él —repuso ella. Cuando él no
contestó de inmediato, lo miró y vio que la observaba con atención—. ¿Qué? —se llevó la mano al rostro en busca de migas o algo pegajoso—. ¿Tengo algo en la cara?
La expresión de él la confundía. Aquel hombre era una contradicción andante. Cuando tendió el brazo para apartarle el pelo de la mejilla, ella no se lo impidió.
—Hay algo en ti que me hace sentir bien por dentro —comentó él—, algo que hace que quiera tocarte y ver si eres real —le acarició la barbilla con el pulgar y se inclinó para besarla.
Ella le puso una mano en el pecho para detenerlo.
—No hagas eso, Derrick.
—¿El qué?
—Fingir que esto que hay entre nosotros, lo que quiera que sea, es algo más que una
simple amistad. Cuando me tocas así o me miras a los ojos de ese modo, me confundes. Por favor, no me engañes haciéndome creer que tienes algo más que ofrecer de lo que en realidad tienes.
Él pareció pensar un momento en aquello. Se enderezó.
—Tienes razón. Lo siento.
Una parte de ella esperaba que le dijera que se equivocaba al pensar que él sentía
algo por Maggie, quizá incluso que le dijera que se estaba enamorando de ella y no podía evitar besarla, igual que no podía impedir que la tierra girara sobre su eje. Pero él no añadió ni una palabra más.
Jill ignoró el nudo que tenía en el estómago y se esforzó por sonreír.
—Ayúdame a buscar las especias y vámonos de aquí antes de que ese fotógrafo nos siga haciendo más fotos.
Derrick miró por encima de su hombro y vio el flash de una cámara.
Jill decidió que no volvería a ir de compras con él. Entre las fans, los amigos y los fotógrafos, lo que debería haber durado media hora les había llevado más de una. A ese paso, no conseguiría hacer nada aquel día.
****
Cuando estaban a cinco minutos de casa, Derrick se vio obligado a pisar con fuerza el freno de su SVU para no atropellar a un perro callejero.
Un coche que iba en dirección contraria se acercaba con rapidez.
—Van a matar al pobre perro —comentó Jill.
El animal estaba en mitad de la calzada. Jill apretó los ojos con fuerza para no verlo. El coche giró y tocó el claxon al pasar, pero el perro no se dio por aludido.
—Se acabó —Derrick aparcó su vehículo a un lado, apagó al motor y puso las luces
de emergencia.
—Ten cuidado. Esta calle es peligrosa —le dijo Jill.
Él cerró la puerta y avanzó hacia el perro, pero el animal salió corriendo calle abajo.
Derrick alzó la mano como si fuera un policía de tráfico e intentó parar al siguiente coche, pero el vehículo los esquivó al perro y a él y se alejó rápidamente.
—¿Está loco? Frene un poco —le gritó Derrick.
El perro estaba confuso. A juzgar por su aspecto, debía de llevar días sin comer. Su piel carecía de lustre y tenía hinchado uno de los ojos. Cuando no corría, caminaba con paso irregular. Derrick se identificó con él.
—Derrick —lo llamó Jill desde el coche—. Vas a conseguir que te maten.
Era la segunda vez en menos de una hora que Jill se preocupaba por él. Primero se había preocupado por su pierna y ahora lo hacía por su vida.
—No temas, querida —le dijo—. Te prometo que volveré sano y salvo.
Ella alzó los ojos al cielo y volvió a meter la cabeza en el coche.
Derrick tardó veinte minutos en hacerse con el perro. Cuando tuvo al animal en sus
brazos, esperó a que pasara el tráfico para cruzar la calle y volver a su vehículo.
Las ventanillas estaban bajadas. Jill se había instalado en el asiento de atrás y daba
un biberón a Ryan.
Derrick se situó en la acera, al lado de la ventanilla abierta y dejó que Jill miraba al
perro.
—No debería haber perdido el tiempo ni mucho menos arriesgado la vida para
salvar a este chucho. Míralo bien, por favor.
El perro movió la cabeza. Una oreja apuntaba hacia arriba y la otra caí a un lado.
Tenía un ojo hinchado y cerrado. Una cicatriz gruesa le atravesaba el lado derecho del morro. Los dientes amarillos y torcidos asomaban por ella y eso hacía que pareciera que el animal estaba sonriendo. Tenía pelada la parte superior del cuerpo y el resto mostraba rodales de pelo gris áspero, que tenía más aspecto de pelo humano que de piel de animal.
Jill arrugó la nariz.
—¿Qué clase de perro es?
—Buena pregunta. En este momento ni siquiera estoy seguro de que sea un perro. Ella se echó a reír.
—No veo casas por aquí y no lleva collar. Supongo que tendré que llevármelo y
hacer algunas llamadas a los veterinarios de la zona para averiguar si alguien ha perdido un perro que parece un cruce de un gato siamés con un chihuahua gigante.
Jill salió del coche con Ryan en los brazos y cerró la puerta tras de sí.
—¿Por qué no colocamos la sillita de Ryan delante el resto del viaje? —preguntó Derrick—
—Eso es muy peligroso —repuso ella—. Yo me sentaré delante con el perro para que no se lance sobre Ryan.
Después de atar al bebé en su sillita en el asiento de atrás y de que Jill se pusiera el cinturón en el asiento del acompañante, Derrick le puso al perro en el regazo. Ella abrazó al feo animal y arrugó la nariz cuando captó su mal olor.
Derrick observó un momento al animal para asegurarse de que no iba a intentar escapar mordiéndole los brazos.
—¿Estás bien? —preguntó—. El perro parece bastante tranquilo.
—Nunca he visto a un animal más terrorífico —repuso ella.
El perro intentó escapar de su regazo, pero Jill lo sujetó con fuerza. De vez en
cuando, el perro la olfateaba a ella y después volvía a seguir olfateando el salpicadero. Derrick se sentó al volante.
—¿Estás lista para partir?
—Si quieres hacer un desvío para ir al dentista a por una limpieza, seguro que me quedan unas horas más de paciencia.
Derrick la miró sonriente.
—¿Eso que detecto es sarcasmo?
La sonrisa que le devolvió ella consiguió que le latiera con fuerza el corazón. ¿Qué
narices le ocurría? ¿Sentía algo por Jill? ¿Pero cómo era posible? Seguro que estaba confundido. A él solo le importaba Maggie.
Sonó el teléfono de Jill. Esta dejó un brazo alrededor del perro y se las arregló para contestar al segundo timbrazo. Cuando colgó, él metía ya el coche en el aparcamiento del bloque de apartamentos.
—¿Hay algún problema con la revista? —le preguntó él.
—Siempre hay algo —dijo ella—. Todos los meses probamos algunas de las recetas principales, pero este mes hemos organizado un concurso de cocina con tres madres amas de casa. El restaurante que pensábamos usar nos ha fallado. Ya sabes que nuestra probadora principal se marchó y no he tenido tiempo de buscar a alguien que la sustituya.
—¿Puedo ayudar en algo?
—Solo si tienes una cocina tan grande como la de un restaurante.
Al perro le alegraba claramente la posibilidad de salir del coche. Jill se esforzó por
sujetarlo cuando golpeaba la ventanilla con la pata.
—¡Cálmate! —le dijo. Le acarició el lomo y el animal la miró con una oreja
apuntando hacia arriba.
Derrick saltó fuera y dio la vuelta al coche para acercarse a agarrar al perro. —Ya lo tengo —dijo—. Y también tengo una cocina grande que puedes usar.

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