Capitulo 9

13 0 0
                                    

Capítulo 9
Thomas estaba de pie cerca de la rosaleda. Esa noche iba de esmoquin y la luz de la luna se reflejaba en su chaqueta y tocaba los ángulos de su rostro, lanzando sombras sobre la barbilla y sobre la nariz larga recta.
Al otro lado, Derrick estaba sentado cerca de la piscina vestido solo con un bañador de colores. Introdujo los dedos en su pelo espeso y salpicó gotas de agua sobre el pecho bronceado y los bien definidos bíceps.
Los dos miraron a Jill, que se acercaba a ellos moviendo las caderas.
—Es hermosa —dijo Thomas.
—Sí —musitó Derrick—. Y es mía. Tú lo estropeaste todo.
Jill abrió los ojos. Miró el techo. ¿Qué le ocurría? Apenas conocía a Derrick y, sin
embargo, no podía cerrar los ojos sin soñar con él. Y no una vez, sino dos veces seguidas. El corazón le latió con fuerza. Se dio cuenta de que estaba perdiendo el juicio. Era la única explicación posible. Derrick no era su tipo. A ella no la atraían los hombres de cuerpo bronceado y músculos grandes. Los dientes blancos relucientes y los ojos brillantes que se guiñaban con picardía no eran lo suyo. No, señor. A ella le gustaban los hombres de profesiones útiles que se tomaban la vida un poco más en serio. Prefería un hombre de traje
que usaba más el cerebro que la fuerza.
El reloj de la mesilla marcaba las tres.
Volvió a mirar el techo y después de nuevo el reloj. No podían ser las tres. La última
vez que la habían despertado las voces de los otros en la cocina eran las nueve. Si eran las tres, había dormido seis horas seguidas. Ella nunca había echado siestas de seis horas. Apartó el edredón, intentando no ceder al pánico; bajó los pies al suelo, se puso las enormes zapatillas rosas de peluche y se acercó a la puerta. Escuchó un momento.
Nada. No se oía ni un ruido.
Ryan. ¿Dónde estaba Ryan?
Desde que naciera el niño, no habían pasado tantas horas separados. El pánico cayó
sobre ella como un rayo, quemándole las entrañas. Salió corriendo a la sala. ¿Dónde estaba todo el mundo?
Corrió a la habitación del bebé. La encontró vacía. Entró en la cocina y vio una nota escrita a mano.
"Me llevo a Ryan a dar un paseo por el parque. Espero que no te importe". D.
Derrick había sacado a su bebé del apartamento.
¿Cómo se atrevía a hacer eso?
Jill tenía la sensación de que le subieran llamaradas calientes desde las puntas de los
dedos de los pies.
Corrió al dormitorio y sacudió los pies hasta que una zapatilla voló por la habitación
y la otra desapareció debajo de la cama. Sacó unas zapatillas deportivas del armario y se las puso rápidamente. Un vistazo al espejo encima de la cómoda le hizo ir corriendo al baño, donde se echó agua en la cara, se cepilló los dientes, se peinó y se hizo una coleta.
Lo último que hizo antes de salir corriendo por la puerta fue agarrar una sudadera de un montón de ropa limpia que había en un sillón de mimbre situado en un rincón de su habitación.
****
Derrick pensó que no podrían haber elegido un día mejor para ir al parque. Chelsey, con su sonrisa amplia y su espíritu entusiasta, era todo un personaje. Sandy, por otra parte, estaba resultando ser un hueso duro de roer. Por muy encantador que se mostrara él, ella no cedía.
Mientras Sandy y Chelsey repartían cupones de descuento para la revista Comida para todos y daban a probar el chili, él conversaba con desconocidos y firmaba autógrafos. Una mujer y su hijo se acercaron a él. Derrick se agachó sobre una rodilla para hablar con el niño.
—¿Cómo te llamas?
El niño se sonrojó y le tendió un trozo de papel arrancado de una revista.
—Eddie.
—¿Cuántos años tienes, Eddie?
—Ocho.
—¿Te gusta jugar al fútbol americano?
Él negó con la cabeza.
—Mamá dice que no puedo. Soy muy delgado. Cree que los otros chicos me
romperán los huesos.
—¿Tienes un balón en casa?
El niño negó con la cabeza.
Derrick firmó el trozo de papel como Hollywood y anotó debajo su email. —Mándame tu dirección y te enviaré un balón de fútbol. No tiene nada de malo que
practiques lanzando a tus amigos.
El niño sonrió y miró por encima del hombro a su madre para ver si estaba de
acuerdo. Ella asintió, con lo que Eddie tomó el papel y volvió con ella con una energía nueva en su forma de andar.
Una mujer mayor esperaba pacientemente a que él le firmara un cupón que le había dado Sandy para el siguiente número de Comida para todos. Derrick lo firmó y después le pasó un brazo a la mujer por los hombros para que su esposo hiciera una foto de los dos juntos. A continuación, la pareja invirtió posiciones e hicieron otra foto. Cuando se
alejaron, Derrick miró su reloj.
—Son las tres —dijo a Sandy y Chelsey, que entregaban los últimos cupones—.
Tengo que volver antes de que se despierte Jill y encuentre la casa vacía.
—A Jill le encantará lo que hemos hecho —le dijo Chelsey—. Gracias a ti, hemos entregado el doble de cupones que otras veces para el número del próximo mes. Y a todo el
mundo le ha gustado el chili.
—Debo admitir que ha sido una buena idea —intervino Sandy—. No te ofendas,
Derrick, pero no sabía que había tanta gente que quería conocer a un jugador de fútbol americano. Jill estará encantada.
—No me ofendo —contestó él.
Se inclinó sobre el carrito para mirar a Ryan. Después de dos horas siendo el centro de atención de mucha gente, el pequeño estaba agotado. La temperatura rozaba los veinticinco grados. Era un día perfecto para salir con su hijo.
Cuando Sandy y Chelsey habían mencionado que querían dar a probar el chili y repartir cupones en el centro comercial, él había sugerido que fueran al parque. Así lo habían hecho y enseguida se había corrido la voz de que había un jugador de fútbol profesional que estaba repartiendo chili con carne gratis y fotografiándose con la gente.
—Tienes mucho valor para llevarte a mi hijo sin preguntarme.
Derrick se volvió al oír la voz enfadada de Jill.
Chelsey le puso una mano en el hombro a esta.
—Ha sido idea mía —dijo, intentando exculpar a Derrick—. Y te alegrarás cuando
veas lo que ha hecho por la revista. Se ha corrido la voz de que Hollywood estaba aquí y han venido cientos de personas. En cuanto se han enterado de que había un famoso repartiendo chili con carne y firmando autógrafos, no han dejado de venir. Ha sido fascinante.
Derrick intuía lo que se avecinaba, pero Chelsey no había visto todavía el poder de las hormonas de una mujer después de tener un bebé. Desgraciadamente, estaba a punto de experimentarlo en su persona.
Jill se colocó a pocos centímetros de su cara.
—Puesto que ha sido idea tuya —dijo—, estás despedida. No hace falta que vuelvas al apartamento. Te enviaré el despido y tu último cheque.
Derrick notó entonces que ya había terminado el horario escolar, pues a poca distancia de ellos había un grupo de adolescentes. Los señalaban riendo y hablaban de ropa interior femenina.
Miró a Jill. Efectivamente, una prenda de encaje rosa sobresalía por debajo de la sudadera de ella. Derrick tendió la mano y le quitó lo que resultaron ser unas bragas.
Los chicos rieron con más fuerza.
Jill le apartó la mano sin molestarse en ver lo que hacía. Estaba ocupada destrozando a Chelsey.
Derrick se guardó las bragas en el bolsillo del pantalón.
—¿Estás de broma? —preguntó Chelsey—. Mira a tu alrededor. Acabamos de repartir todos los cupones que teníamos para el próximo mes. También hemos conseguido muy buenas notas para el chili que quieres sacar en primera página. No solo eso, tengo fotos para la portada que creo que te van a encantar. Con eso tachamos tres tareas de tu lista.
Jill señaló la calle. —Vete.
—Pero...
—Nadie se lleva a mi niño sin consultarme Y por si no te has dado cuenta, yo soy la directora editorial.
Derrick seguía esperando que Sandy acudiera al rescate de Chelsey, pero Sandy estaba repartiendo cupones a una familia y no oía lo que ocurría. Se disponía a intervenir él cuando lo rodearon tres mujeres, todas con bebés en los brazos. Como no quería que vieran el ataque de nervios de Jill, las alejó un poco.
—¿Le importa que nos hagamos una foto con usted, señor Baylor?
—En absoluto —se colocó en medio de las mujeres y miraron todos a la cámara, que llevaba un hombre que Derrick asumió sería uno de los maridos.
—Antes lo hemos visto con su hijo. Es adorable.
—He notado que no lleva nada en los pies —comentó una mujer de pelo rizado—. Debería taparle los pies aunque no haga frío.
—También hemos notado un sarpullido en la pierna izquierda —intervino otra—. Le recomiendo almidón de maíz para eso.
Empezaron a darle consejos todas a la vez. Él asentía con la cabeza e intentaba asimilarlo todo. Qué detergente usar para la ropa de Ryan, cuál era la mejor marca de pañales, y dónde comprar los artículos de bebé más importantes, como cochecitos y columpios.
Un dedo se clavó con fuerza en su brazo y él soltó una mueca de dolor. Miró a su derecha y no le sorprendió ver a Jill con Ryan en brazos mirándolo con una expresión que habría hecho arrodillarse al mismísimo diablo.
En lugar de arrodillarse, él le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.
—Esta es Jill Garrison —dijo a las mujeres—. Es la mamá de Ryan y la directora editorial de Comida para todos.
—¿De verdad? —la mujer del pelo rizado miró el atuendo de Jill: pantalones grises de chándal y una sudadera desgastada que mostraba el dibujo de un gatito de ojos grandes con un lazo azul en el cuello—. ¿Esta es su esposa?
La mujer situada a su lado se sonrojó al oír las palabras de su amiga y dijo a Jill: —Le estábamos comentando a su esposo que tienen un niño precioso.
—No es mi esposo —gruñó Jill.
—Perdón. Había asumido que sí.
Jill abrió la boca para decir algo, pero Ryan empezó a llorar antes de que pudiera hablar. Derrick casi se alegró. No sabía lo que podía salir de la boca de Jill. A juzgar por el modo en que fruncía el ceño, no podía ser nada bueno.
—Tal vez tenga cólico del lactante —dijo la tercera mujer, que era la primera vez que hablaba—. El mío lo tuvo los tres primeros meses. Fue horrible porque yo no podía dormir y pasé mucho tiempo pensando que no le gustaba a Nathan.
En un abrir de ojos, la expresión de Jill cambió de la furia a la curiosidad. Miró la carita triste de su hijo y después a la mujer que acababa de hablar.
—¿Cólico del lactante? ¿Qué es eso?
—El doctor dijo que Nathan tenía muchos gases y eso le producía dolores.
Jill le pasó el niño a Derrick para acercarse más a la mujer y oír bien lo que decía. —¿Y qué hizo usted?
Derrick colocó al niño sobre su brazo y sonrió a su carita lastimosa.
—Hay muchas cosas que puede probar —contestó la mujer—. Mantener los brazos
de su bebé próximos al cuerpo y mecerlo con gentileza. Algunos están más cómodos
colocados boca abajo y así puede frotarles suavemente la espalda. Cuando todo lo demás falla, yo ponía la radio, o incluso el aspirador.
—¿El aspirador? —preguntó Derrick.
La mujer asintió.
—Algunos bebés se calman con ruidos fuertes y continuados.
—Es verdad —intervino la del pelo rizado—. A mi niña le gustaba columpiarse. Si
eso no funcionaba, a veces la llevaba a dar una vuelta en coche hasta que se quedaba dormida.
Derrick vio que se suavizaban los rasgos de Jill. Supuso que le aliviaba saber que otras personas habían estado en su situación y habían sobrevivido.
—Lo más importante —añadió una de las mujeres— es no tomarse el llanto como algo personal. Respirar hondo e intentar relajarse. Sé que no es fácil, pero usted no quiere perder los nervios en el proceso. Luego eso va mejorando con el tiempo.
Jill relajó los hombros, con lo que relajó también parte de la tensión de la que hablaban las mujeres.
—Y no tenga miedo de aceptar o pedir ayuda a amigos y parientes.
Derrick estuvo a punto de añadir un "amén", pero se contuvo.
—El doctor le dirá si su niño tiene cólico del lactante —dijo la primera mujer; dio
una palmadita a Jill en el brazo—. ¿Cuándo es su próxima cita?
Jill tendió los brazos hacia Ryan y Derrick se lo pasó.
—Mañana tiene su primera cita con el pediatra –contestó ella.
—Espere aquí —dijo la mujer—. Le diré a mi esposo que le anote mi número por si
tiene alguna vez alguna pregunta o algún problema.
La mujer se alejó antes de que Jill pudiera protestar.
Quince minutos después, esta se despedía de sus nuevas amigas mientras Derrick
ayudaba a Sandy a guardar en el maletero del coche la bolsa de basura y las tazas y cucharas de plástico no utilizadas.
—Chelsey me ha puesto un mensaje. No puedo creer que Jill la haya despedido — dijo Sandy—. Estamos escasas de empleados.
—No me sorprendería que la readmitiera antes de que acabe el día —contestó él.
—Espero que tengas razón. Y espero también que te des cuenta de que todo esto es por tu culpa.
—¿Qué he hecho ahora?
—Despedir a Chelsey no ha tenido nada que ver con que trajéramos a Ryan al parque y sí mucho con que Chelsey flirteara contigo y tú con ella.
Derrick cerró el maletero y soltó una carcajada.
—Me parece que no conoces a Jill tan bien como crees. Me odia.
Sandy suspiró.
—Conozco a Jill mejor que la mayoría de la gente y sé lo que he visto hoy —Sandy
lo miró a los ojos—. Si le haces daño, haré todo lo que esté en mi poder para que te aleje de Ryan para siempre.
—Entendido. Pero ya te he dicho que estás equivocada.
Derrick se volvió hacia Jill y la observó meter a Ryan en el carrito y colocarle la manta hasta que pareció satisfecha. Cuando terminó, alzó la vista y sus ojos se encontraron. El rostro de la joven se iluminó con una expresión de placer y de algo más que Derrick no había visto antes allí. ¿Era posible que Sandy tuviera razón?

También es hijo mío Donde viven las historias. Descúbrelo ahora