Capítulo 4

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Giorgia no me escribe un mensaje pasa pasar a recogerme. Ella es así: no deja ningún rastro.

Nos vemos en el colegio al día siguiente. Y al otro también. Y al otro. Ella sigue hablando con su ex. Yo me quedo aquí, en clase, me asomo a la puerta y las sigo con la mirada. Hablan sin parar, no sé de qué, no puedo oírlo. Las espío y me da un poco de vergüenza… No se tocan, no hay contacto, y eso me hace sentir un poco mejor.

El timbre avisa de que se ha acabado el recreo. Los chicos de primero se apresuran a terminar el almuerzo y vuelven corriendo a clase. Los del último curso no, ahora ya saben de qué va el tema, y no renuncian a otro beso, al segundo café con leche, a la última calada. Han entendido que la vida no hay que tomársela demasiado en serio, que no hay que correr. Sólo el amor, sólo eso consumen como los kleenex: usar y tirar.

Andrea está en clase y se me acerca. Me enseña la muñeca y hace como si mirase la hora, todo para que vea su Rolex.

– ¿Solitaria hoy?

– Sí. –Mientras, busco al mismo tiempo a Giorgia y a su ex con la mirada. ¡Ya no están, las he perdido!

– ¿En qué piensas?

– ¡En nada! –respondo instintivamente y en seguida cambio de tema–: ¿Qué hiciste el sábado por la noche, Andrea?

Estuvo con una chica. Se conocieron en una discoteca, en el Goa. Estuvieron bailando unas horas, fueron a tomar algo a un pub y luego, no se sabe cómo, se despertaron abrazados en el coche de él, con la ropa revuelta y los pantalones bajados. “Total, que lo hicimos.”

– ¿En el coche?

– ¿Dónde si no? En mi casa estaban mis padres y ella también vive con su familia.

– Debe de ser incómodo.

Pero él dice que no, que se puede hacer si el coche tiene los asientos abatibles. Bueno, claro, después te queda la espalda un poco descoyuntada y hay que tener cuidado con los mirones, pero si pones unos periódicos en el parabrisas ya está arreglado.

– Porque, perdona, ¿tú dónde lo haces? –me pregunta.

Pienso en mi primera vez y pienso que no será en ningún asiento reclinado, que al menos la primera vez tiene que ser de película, porque me acordaré de ella toda la vida. Lo pienso, pero no lo digo. En los tiempos que corren, decirlo es un pecado. “¡Soy virgen!”, y todos te clavan los ojos y piensan que no eres normal o que nadie te quiere. Y no comprenden que se puede elegir, que uno puede darle tiempo al cuerpo.

Me ahorro el esfuerzo y dejo que Andrea crea que yo también lo hago, sí, que practico sexo desenfrenado, pero no en el coche. ¿Con quién lo hago? Bueno, no te lo puedo decir…

–No la conoces…

No puede conocerla, ni siquiera la conozco yo…

Entonces Andrea me sigue contando su aventura del sábado, y me dice que cuando le vio la cara a la chica se asustó y salió corriendo.

– ¡Era un monstruo, peor que Shrek! Al principio parecía un hada, después me desperté y a mi lado tenía a esa bruja… El alcohol juega malas pasadas.

Ricci entra en clase y con él todas las ovejas vuelven al redil. Cada uno se sienta en su sitio. Ricci nos devuelve los deberes de latín. Y mientras Silvia di Giosio los reparte, quiero saber cómo acabó la historia de Andrea:

– ¿Y qué, entonces te arrepientes?

– No, qué va, el polvo fue estupendo.

Y yo me prometo que nunca lo voy a hacer en un coche y que lo haré estando sobria, así no tendré sorpresas cuando me despierte.

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora