Capítulo 7

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Vuelvo de la piscina, vacío la bolsa, dejo el bañador y el albornoz para lavar y me voy a mi cuarto a arreglarme.

– ¡Mamá, esta noche voy a salir!

Ya no me pregunta con quién, no es tonta.

Esta noche quiero que todo vuelva a empezar desde el principio, quiero dar marcha atrás y arrancar de nuevo. Sí, esta noche la convenceré. Tenemos que estar juntas a plena luz del día.

Me he comprado un vestido negro, estilo años cincuenta: recto, ajustado en la cintura, largo hasta la rodilla, con un escote de vértigo. Para poder pagarlo le he pedido un préstamo a mi padre: tendré que devolverle la paga durante los dos próximos meses y quizás tenga que vender un riñón para saldar la cuenta. No pasa nada, el vestido me sienta como un guante y es muy sexy. Me miro al espejo y me convenzo de que soy guapa. Sí, esta noche estás de muerte, Alice, mejor que Ludovica, que Sara y que todas las demás juntas.

Carolina se pasa por casa; me echa una mano con el maquillaje.

– ¡Estás de infarto! –comenta.

Nos encerramos en el cuarto de baño. Esta noche no basta con un brochazo de colorete y un poco de pintalabios de cacao. Caro saca su estuche de maquillaje y empieza a pintarme la cara y esa cosa me pica la piel, me escuece en los ojos. Pero la regla número dos lo dice claro: “Para presumir, hay que sufrir.”

– Yo me inclinaría por una sombra blanca, así te contrasta más con el vestido oscuro… ¿vale?

– Tú eres la experta. –Me fío de ella.

Caro pasa el dedo por la cajita y esparce la sombra en el dorso de su mano para encontrar la tonalidad adecuada. Le sale un blanco suave, puro.

– Esta noche tienes que ser como el agua y el vino… Estar entre el bien y el mal… –dice, e irradia entusiasmo por todos los poros. Yo el mío lo dejo encerrado en mi piel.

Me pone el rímel en las pestañas.

– ¡Qué bonito es este vestido! ¿Dónde lo has comprado?

Lo he comprado en el centro, en la calle Frattina, en esa tienda que siempre miramos desde lejos, en la que se nos cae la baba. Entonces Carolina ve que no me ha salido barato, que este vestido es de una sencillez muy muy cara.

– ¿Cuánto? –Y se frota el índice y el pulgar.

Y me avergüenzo, porque yo era de las que decía que gastarse dinero en ropa es de estúpidos…

– Trescientos cincuenta.

Carolina da un suspiro de alivio.

– Bueno, trescientos cincuenta mil liras tampoco es tanto, pensaba que sería peor…

Bajo todavía más los ojos:

– Euros.

– ¿Cómo? ¿¡Trescientos cincuenta euros por un trozo de tela negra!? No, Alice, tú no eres tú, te gastas tanto dinero en un vestido para que Giorgia te lo quite dentro de dos horas y lo deje tirado en un sillón.

Y yo le explico que no va a ser así, que Giorgia y yo vamos a salir a celebrarlo y ya está. Que no vamos a pasar la noche juntas. Y el vestido me hace falta, porque me hace sentir menos invisible, porque si quieres que el corazón de tu chica se ponga a mil, tienes que ponerle un poco de gasolina.

– ¿No me digas que no has pensado en la posibilidad…? –me pregunta Carolina mientras me aplica el pintalabios rosa.

– ¿Qué posibilidad? ­–le contesto, intentando mantener los labios inmóviles.

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora