La casa está extrañamente silenciosa. Mamá y Milla han ido a comprar. Papá está en la cocina, pero me falta el valor de abrazarlo.
– ¿Dónde te habías metido?
– No me hables, he tenido un montón de trabajo… –Pero ha podido encontrar tiempo para ducharse y afeitarse.
Va perfumado. Se ha preparado pasta con mantequilla, ketchup y parmesano, lo que ha encontrado, porque mamá todavía no ha vuelto a casa y la nevera está vacía.
Cuela la pasta y la vierte en un plato hondo. Y yo lo miro, buscando en él algo diferente, una pista. Hunde el tenedor en el plato.
– Bueno, ¿qué te pasa? ¿Por qué me miras así?
– ¿Me das un poco de tu pasta?
– ¡Dios mío! Pero ¿qué ha pasado? ¿Nada de barritas hoy?
Me siento allí, a su lado.
– No, he terminado con las barritas, te lo juro.
Y él me mira y no lo entiende. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está su hija? Esa que es obstinada, que tiene la sangre caliente, que gana o que pierde, para la que el empate no existe; esa que sólo tiene días sí y días no, nunca días quizás. Y él la conoce bien, esa sangre que bulle en su hija es la suya.
– Entonces me pongo un poco, ¿vale? –Cojo un plato y un tenedor del cajón de la cocina y me separo una parte de sus 150 gramos de pasta.
Él me mira y sonríe, no se lo cree.
– ¿Has visto cuántas cosas cambian en dos días? –Dice que sí con la cabeza.
Metemos bien las piernas debajo de la mesa, con cuidado de no mancharnos.
– Si no mamá se pone… –dice él.
Me como el primer bocado. La pasta sabe a pegamento.
– ¿Está asquerosa, verdad?
Me obligo a tragarme el segundo bocado.
– ¡No, está buena! –digo, y sigo comiendo mientras lo miro.
Él aparta el plato y dice:
– ¡No, da verdadero asco! –Se acerca al cubo de la basura y la tira. No sabe adaptarse.
Vuelve a sentarse.
– Sabes, Alice, me voy a ir unas semanas. Me han ofrecido un contrato de obras en la Toscana, puedo ganar mucho dinero. ¿Qué te parece?
Yo también dejo de comer.
– Pero papá, dentro de poco tengo la selectividad, ¿no vas a venir a verme?
Él hace un gesto de complicidad y dice:
– Se gana muchísimo dinero. Cuando vuelva nos podemos ir todos juntos a hacer un bonito viaje, como en los viejos tiempos. Y luego en septiembre te compraremos el coche. ¿Ya sabes cuál te gusta?
– Quiero que te quedes aquí. Y estoy segura de que si Milla supiera hablar diría lo mismo.
– ¿Y si yo quisiera ir?
– ¿Tan importante es para ti este trabajo?
– Creo que sí.
– ¿Es un trabajo?
Él traga un sorbo de agua.
– Pues claro que es un trabajo, Alice, ¿qué te crees? Tu padre trabaja, no se va por ahí de putas.
– ¿Pero tú has traicionado a mamá alguna vez?
– ¿Te has vuelto loca? Yo quiero mucho a tu madre…
Y descubro que mi padre es como todos los demás, que él también ve en gris. “La quiero mucho”, dice, porque los adultos son poco claros y no saben decir “la amo” o “no la amo”.
La puerta de casa se abre, han vuelto.
– ¡Alice! –me llama mi madre desde el pasillo–. ¡Échame una mano!
Y yo me levanto para salir disparada.
– Quieta. Ya voy yo. –Mi padre va a su encuentro.
Ella le pasa las bolsas sin decir nada. Hace dos días que no se ven.
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Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)
Ficção AdolescenteAlice está en el último curso en el instituto. Se está preparando para la selectividad y los últimos exámenes mientras, a su alrededor, están pasando cosas nuevas, excitantes y desconocidas : el primer amor, la primera vez… es difícil ser adulto, y...