Capítulo 11

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Llego tarde. Camino, respiro hondo y me lo voy repitiendo: sí, se lo voy a decir. ¿Por qué lo hago? Todavía no lo entiendo. Quizás sólo sea para tenerla cara a cara, para asegurarme del todo, para ver si dice la verdad o la esconde, para saber lo que ella sabe, si ella es mejor que Giorgia. O quizás sea más sencillo, quizás sólo sea para hablar del tema, porque puede que si lo hago me encuentre un poco mejor.

Entro en clase y paso lista con la mirada. Ludovica no está. En cambio su mochila sí, esa Eastpak violeta llena de pins de colores y llaveros de ositos de trapo, ositos que llevan camisetas rojas en las que pone “Ludovica” y “tvb” (ti voglio bene: te quiero). Pins con la bandera de Jamaica y la hoja de marihuana.

Me acerco a Carla, le pregunto dónde está Ludovica, y ella nada, huele el peligro y se lava las manos… Bonita pareja, ella y Ludovica: Poncio Pilatos y Judas.

Se sienta en su pupitre, como espectadora de una escena en la que ella también tiene un papel. La miro mejor, intentando encontrar en sus ojos la transparencia que conozco, pero no la veo, alguien se la ha robado.

Ludovica vuelve del baño con Giada, me acerco, intento controlar la voz, mantener la calma.

– Tengo que hablar contigo.

– ¡Dime! –Y pone su careto delante de mí.

Tengo bastante con su cara dura para ponerme a cien, para que se me desboque la voz. Apunto los ojos en Ludovica y aprieto el gatillo. Hablo de Giorgia, mi novia, mi ex, de los mensajes que le ha mandado y que dejaban poco espacio a la imaginación. No hablo del Fastlove Motel, de la habitación 22, del número perfecto. Quizás lo hago para no ensuciarla demasiado, quizás para no ensuciar a Carla, quizás para no ensuciarme a mí misma… Y las piernas me tiemblan. ¡Ella lo niega, lo niega, lo niega! A Giorgia sólo la conoce de vista, ni siquiera tiene su número de teléfono. Y además los mensajes se enviaron por Internet, ¿cómo voy a inculparla por esa firma?, tampoco salía su número de teléfono en el remitente… Pero estoy harta de ponerme en la piel de los demás. Ahora tengo la mía. Tengo mi verdad y nadie puede desnudarme.

– ¿No la conoces? ¿Y por qué ayer durmió en tu casa?

Las piernas de Ludovica son más firmes que las mías.

­– Mira que eres estúpida. Ayer pasé la noche con mi novia… –Y lanza una mirada a Carla, la mete en medio, la usa de escudo.

Los chicos sonríen, se dan un codazo de complicidad y corre la voz: “Oh, ¿lo has oído? Carla se tira a Ludovica…” Y Carla se queda allí, callada, en medio de los demás.

– ¡Díselo, díselo tú, Carla! –le grita Ludovica.

Y Carla lo hace, confirma la versión de ella. Todos dan un suspiro de alivio. Son sólo paranoias de Alice, “esa que hace castillos en el aire”. Sonríen, se encogen de hombros y vuelven a su sitio.

El timbre da la señal: se ha acabado el tiempo libre. Malari está a punto de entrar en clase, hay que guardar las paranoias debajo del pupitre, meter los pensamientos en la mochila. Pero en la mía caben pocas cosas y aunque Malari entra en clase, me lo sigo preguntando: “¿Qué te pasa, Carla?, ¿por qué la cubres?, ¿por qué manipulas la verdad?” Y ya sé que la respuesta sólo puede dármela ella.

­– Buenos días, señora, ¿está Carla?

Me quedo allí, firme, esperando que la respuesta se asome desde su habitación. Ella llega resoplando. Nos metemos en su cuarto, una habitación llena de discos antiguos, de 45 revoluciones, colgados de las paredes, álbumes de Morrison y los Beatles, de Dylan y los Stones, un cubrecamas escocés, una mesita de noche de madera clara y la bandera de la paz colgada en el armario.

Me siento en el suelo y cruzo las piernas. No hay que darle más vueltas…

– ¿Por qué has cubierto a Ludovica?

Necesito la confirmación de Carla. Porque, aunque tengo las pruebas, de vez en cuando me asalta la duda. Quizás he visto, leído y oído mal, quizás no existan esos mensajes, quizás sea de verdad un equívoco, quizás tengo los sentimientos alterados, ¿los cinco?, estaría bien poder creerlo…

Nos quedamos en silencio, cada una con sus dudas y sus certezas

– ¡Yo sé que tú no estabas con ella ayer por la noche! Y tú también lo sabes. ¿Dónde ha ido a parar la Carla que llegaba tarde y me observaba mientras escribía, esa que creía que para ganar no hace falta joder a nadie, esa que creía en algo?

– ¡Ha muerto, Alice, muerto! ¡Ahora hay una nueva Carla, que funciona, que cae bien, sí, la nueva Carla le cae bien a la gente!

– Le caerá bien a la gente; a mí, no. ¿Dónde está la Carla de antes?

Ella se queda pensando y me mira, se levanta del suelto de repente, aparta el colchón y me enseña su secreto.

– ¡Júrame que no se lo dirás a nadie!

Me pongo la mano derecha sobre el corazón:

– ¡Te lo juro! –Porque si juras sobre el corazón, entonces esa promesa tiene algún valor.

Me enseña un objeto de metal, abollado, y me explica que es una especie de lámpara de Aladino.

– ¿Y tú qué le has pedido?

– Ser guay, como los demás, tirarme a Ludovica.

Me cuenta que lo encontró en la calle, mientras volvía del instituto. Dentro tiene un polvo mágico. Cojo esa cosa con la mano, la miro bien y sonrío.

– Es marihuana, Carla, sólo marihuana. Y esto es una pipa, una estúpida pipa.

– Sí, vale, pero funciona.

– ¡Claro que funciona! Funciona porque has querido alejarte de ti, de tus problemas, lo deseabas tanto que lo has conseguido. ¡Pero los problemas siguen ahí, aunque te alejes! ¡Y ahora estás más confusa que antes! La Carla de antes sabía dónde están los sentimientos…

– ¡Sí, pero esta Carla ahora sabe lo que es el sexo!

– ¿Y merece la pena el cambio?

– No lo sé, tengo que pensarlo.

Entonces lo confiesa, me regala mi verdad:

– Ayer por la noche la dejé a las nueve y media, después no sé que hizo, si se fue con esa Giorgia o no.

Vuelve el silencio.

– ¿Lo has hecho con Ludovica?

– No del todo, pero casi…

Ahora tengo otra pregunta para ella. Y me doy cuenta de que, quizás, la respuesta a esta pregunta me importe más que la primera.

– ¿La quieres?

Juego con las llaves de casa, evito mirarla a los ojos.

­– No lo sé, tengo que pensarlo.

– No tienes que pensarlo, Carla, las respuestas están dentro de ti. Vuelve a escucharte y lo sabrás.

Yo, las mías, ya las tengo.

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora