Capítulo 21

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Al día siguiente toca traducción y, al otro, el tercer examen, pero el miedo a los escritos ya habrá pasado. Ya se sabe, en la traducción es más fácil copiar. Carla y yo nos ponemos en las últimas filas, una al lado de la otra. Nos ayudamos tanto como podemos y en media hora la traducción está hecha. Y en una hora y media ya ha llegado a los demás, incluso a los de las primeras filas.

– Hacemos un buen equipo, tú y yo –dice Carla. Y la verdad es que tiene razón.

Después traen la fatídica letra.

– ¡R!

Y Carla está exultante: quiere sacarse en seguida el oral de encima.

– Usted es la primera del segundo día –me advierte Malari. Suena a desafío.

El resultado de los exámenes escritos sale a mediodía, dicen en secretaría. Pero yo no quiero abrirme paso a codazos para ver una nota y, sobretodo, quiero ahorrarme a Silvia Di Giosio y sus comentarios: “felicidades, Alice” o “lo siento, Alice”. Hacia la hora de comer estoy allí. No hay nadie. Los demás ya han estado, ya saben cómo me ha ido. Y pienso que si Carla no me ha mandado ningún mensaje para decirme que esté tranquila, entonces es que no puedo estar tranquila. Repaso con calma la lista de nombres, de la A a la Z.

Silvia Di Giosio: 45/45

Carla Rossi: 45/45

Alice Saricca: 42/45

¡Mierda! Pero todavía puedo llegar a mi 100, están los cinco puntos de bonus que los profesores dan a los que tienen un brillante expediente escolar. Y yo, pues bien, lo tengo… No lo sé. Este diploma te lo regalan con los puntos, como en el supermercado o en la gasolinera. Entonces saco las cuentas: debo de haber perdido tres puntos en la redacción. Y no me resulta difícil saber por qué…

Carla ya ha terminado el oral. Le ha ido bien, superbién. La han felicitado y le han estrechado la mano, incluso se han dado el “beso académico”. Por teléfono me cuenta los detalles.

– Malari me ha hecho una pregunta estupidísima: ¡imagínate, me ha preguntado cómo acabó Jacopo Ortis!

– ¡Qué estupidez!

Sonrío nerviosa, porque las preguntas de los demás siempre son fáciles y yo no sé qué me espera mañana. Entonces Carla dice:

– Eh, tranquila. Mañana te los vas a comer… ¿Te acuerdas de tu mote?

Claro, me lo puso Paolo en segundo de secundaria y lo que me costó quitármelo; lo odiaba, porque me hacía sentir distinta, lejana.

– ¡No, Carla, no lo digas! ¡No lo soporto!

– La fuera de serie. ¿Te has preguntado alguna vez por qué?

– ¡Claro! Porque soy una rara…

– Alice, escúchame, no has entendido nada.

– Ya sabes que tengo el motor lento.

– Sí, un diésel… “Fuera de serie” porque estás fuera de nuestro alcance, porque no puedes quedarte entre líneas.

Ahora me gusta ese mote.

– Te dejo… Tiene que venir Carolina. Sí, mañana coge el vuelo para Barcelona. Esta noche pasará a despedirse. Me ha dicho que tengo que escuchar una canción.

– Me imagino cuál… Es la que escucha todo el mundo. Andrea dice que trae mala suerte.

– Ya sabes, no creo en esas cosas.

Las estrellas se pueden contar (versión lésbica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora