Una dulce brisa acarició sus lacios cabellos rubios y luego, sus pestañas.
Caesar abrió los ojos lentamente, pero pronto los volvió a cerrar, cegado por la inminente luz del sol que penetró por sus pupilas en poco menos de un segundo. Molesto, posó su mano derecha frente suyo, de manera que protegía sus ojos de los deslumbrantes y potentes rayos.
-Agh... -soltó un quejido. Seguía con el cuerpo dolorido y parecía que esa molestia permanecería con él por un largo tiempo.
Caesar se levantó con ciertas dificultades, dándose cuenta de dos cosas: esta vez, solo tenía el brazo ligeramente vendado y había aparecido en un campo colorido e iluminado, repleto de flores. Entre las diversas especies que había, él se fijó en la inmensa cantidad de girasoles que lo rodeaban.
"Mi pequeño girasol...", recordó las palabras que aquel chico le había dicho hacía unos cuantos días, o quizás solo unas horas. La verdad es que Caesar no sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde todo aquello. ¿Un par de días? No tenía ni idea.
Al recordar al misterioso hombre llevó instintivamente su mano a sus labios, rozándolos con cara de incredulidad.
-"Parece un sueño, pero la verdad es que se sintió muy real." - musitó para sí mismo, recordando vagamente aquel misterioso pero intenso beso, el cual no se dignó a rechazar.
Las vistas a aquel magnífico prado lo hicieron olvidar por un momento. Quedó fascinado por la gran variedad de flores y plantas preciosas que había: el invierno no había podido impedir que las hermosas orquídeas, rosas, amapolas y varias otras flores que no supo distinguir florecieran. Bueno, la última vez que supo qué día era, estaban a pleno invierno, febrero para ser exactos. Ahora ya no estaba seguro ni en qué estación del año se encontraba.
Habían pasado muchas cosas últimamente, cosas que no le deseaba a nadie, ni a sus peores enemigos.
Además, estaba agotado, tanto física como mentalmente.
Es cierto que la pelea con Wamuu lo había dejado para el arrastre y haber quedado atrapado bajo la piedra no había ayudado en nada, pero lo que más le había jodido aquel seguido de desgracias había sido la mente. No había un solo instante en que no se sintiera perdido y además, le costaba, le costaba enormemente pensar con claridad.
Recientemente solo los peores y los mejores recuerdos se asomaban por su cabeza, los primeros mencionados, por desgracia, lo hacían con mucha más frecuencia.
-Todo sería más fácil si Joseph estuviera aquí, él sabría qué hacer. -se lamentó, pero no lo hizo por mucho tiempo ya que en ese momento, su sentido común decidió iluminarse y darle un momento de claridad:
"-Caesar Zeppeli, no puedes seguir así, no puedes anclarte al pasado, no puedes depender tanto de una persona." -se dijo así mismo, dándose un consejo de lo más sabio, intentando recobrar la confianza en sí mismo.
Después de aquella lúcida reflexión decretó que sería mejor no volver a darle vueltas al tema porque, al fin y al cabo, no le aportaba nada. Tenía una cosa clara: para hacer algo al respecto y reencontrarse con su estimado Joseph y su maestra Lisa Lisa, primero debía recuperarse él mismo.
Con aire decidido, se dirigió hacia la única carretera que se podía ver y, una vez allí, miró hacia ambos lados, esperando que la vida fuese, por una vez, un poco compasiva e hiciera aparecer un coche que lo llevara a donde fuese que tuviera que ir.
Al pensar eso, recordó que no sabía dónde estaba y menos aún, qué tenía que hacer y a dónde debía ir.
-De puta madre... -maldijo, un tanto cabreado.
Esperó tortuosamente unos diez minutos y cuando su paciencia llegó al límite, cogió sus cosas y decidió tomar un camino cualquiera, con un puchero no muy maduro pero sí adorable en la cara.
Caminó sin descanso durante tres horas, cruzándose únicamente con una vegetación abundante en flores que ya empezaba a hacerse repetitiva y odiosa.
Sinceramente, estaba a punto de tirar la toalla. Estaba a nada y menos de tumbarse en medio de la carretera y dejar que el tiempo decidiera su suerte cuando, a lo lejos, divisó un cartel que no supo entender. Más allá de este, detrás de unos frondosos árboles, había una pared que parecía aguantar una casa de piedra bastante antigua.
Su cara se iluminó de felicidad y sus mejillas se coloraron ligeramente.
-¡Sí! -saltó de alegría, mientras observaba aquel lugar con brillo en los ojos.
Empezó a correr felizmente, como un niño pequeño, hacia aquel edificio. Con un poco de suerte, se encontraría con algún pueblo y podría saber por fin dónde estaba.
Al pasar los árboles, se encontró de lleno con una multitud de gente y una plaza rodeada de edificios bastante bonitos de diferentes formas y tonalidades.
Caesar decidió que ya era hora de salir de dudas y se apresuró a preguntar a un grupo de chicas que pasaba por allí dónde se encontraba.
-Buenos días, si me disculpan... -vaciló unos segundos-. ¿Podrían decirme dónde estamos exactamente?- preguntó sin vergüenza alguna pues, como todos sabemos, nuestro italiano favorito es el rey de las relaciones públicas y, si son mujeres, es todo un experto.
Como era de esperar y como siempre sucedía, la evidente belleza del rubio no tardó en hacer efecto en las muchachas, que quedaron deslumbradas ante él.
-Cochem, cerca de Berlín... -contestó al fin una de ellas, conservando su expresión de asombro, revelando un fuerte acento claramente alemán.
-¿Alemania? -se sorprendió Caesar, recordando con gracia a cierto hombre alemán que los había ayudado en varias ocasiones a Joseph y a él en su misión. ¿Stroheim, se llamaba? Lo único que recordaba exactamente era que aquel sujeto sentía una estima incomparable a su patria y se comportaba de manera impetuosa y un tanto extremista. Ah sí, también gritaba mucho.
A pesar de haber colaborado con los nazis y al ser italiano, estar sometido a un régimen también fascista, aquella ideología no le hacía mucha gracia.
-Grazie, signorina. -agradeció mostrando una de sus irresistibles sonrisas que siempre empleaba en situaciones como aquella.
Para ser sinceros, Caesar había perdido por completo el interés sentimental y la atracción física hacia las mujeres a causa de cierto chico castaño que todos conocemos a la perfección. Aún así, le seguía gustando hacer suspirar a todas y cada una de las chicas con las que se encontraba. Ese era, lo que podríamos decir, su don.
-Si me disculpan, debo irme ya. -se despidió educadamente, aún con aquella media sonrisa seductora, arrancando más de un suspiro a su alrededor.
Siguió andando, dirigiéndose hacia un lugar un poco más apartado, cerca de una magnífica fuente.
-¿Caesar? -alguien pronunció su nombre sorprendido y pronto sintió unos brazos rodearle por la espalda con cierta ternura-. ¡Cómo me alegro de verte!-dijo aquella persona-. No pensé que nos íbamos a encontrar de nuevo tan pronto...
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ʟᴏᴠᴇ ᴛᴇɴᴅᴇɴᴄʏ ♡; 《caejose》
Fiksi PenggemarUna noche de lujuria, Caesar y Joseph tienen un encuentro que ninguno de los dos olvidará nunca, un encuentro en que se confirma un sentimiento de amor mutuo. Por desgracia, Caesar se enfrenta a Wamuu y pierde. Joseph queda destrozado por la supuest...