36. Epílogo

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CAPÍTULO: EPÍLOGO

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La música alta de los parlantes de el vehículo resonaban por todo el vecindario que solamente hicieron suspirar sabiendo quién era la persona con ese sonido tan alto. Un vehículo siendo manejado por un universitario se detuvo frente una casa llena de cristaleras con cortinas negras, sin dejar ver a las personas el interior de esa grande casa en la que solamente vivían dos personas. El varón sonrió bajando del vehículo luego de estacionarlo al lado del otro de la dueña del hogar y sacó su maletín negro en donde tenía un montón de deberes que hacer, al llegar a la entrada de esa moderna casa la persona que lo recibió le dio un leve golpe en su frente mientras le arrebataba el maletín insultándolo por lo bajo.

—¡¿Por qué siempre me golpeas?! —gritó el menor sobándose la zona afectada observando como esos zafiros brillaban con levedad mientras una sonrisa burlona se formaba en los labios de la mayor.

—Porque, tú, maldito mocoso, ¡dejaste tremenda mierda en el inodoro y no bajaste la cadena! —lo señaló con el dedo, acusándolo, y logrando que un rojo escarlata decorara las mejillas del moreno que carraspeó mirando a otro lado, avergonzado.

Aqua carcajeó divertida a la vez que lo abrazaba por los hombros y lo llevaba a la cocina para que vea el pastel que había hecho en forma de una nube que una persona fanática de un anime le había pedido. Seth no pudo evitar abrir la boca cuando vio tremendo arte comible, sintiendo como su paladar se llenaba de saliva y su estómago gruñía de hambre. Observó como la más alta sacaba otro pastel de la heladera en forma de montaña y con un lobo en la cima aullando, dejando que sus ojos oscuros se iluminen ante tal belleza que rápidamente hizo que buscara un tenedor para comerlo porque sabía que era para él. Porque ella le hacía cada vez que aprobaba un examen y ese día no sería la excepción.

Sonrió con su boca llena de crema pastelera y pedazos de frutillas, sintiendo como la fémina le limpiaba la zona sucia con una servilleta con tranquilidad. Hace cuatro años que vivían juntos en la casa que Aqua pudo comprar con su trabajo de ayudante y con las ventas de sus cuadros además que Sandra la había ayudado, aunque la oji-azul le regresó el dinero luego de haber comenzado a trabajar en distintos restaurantes como ayudante; la mujer se había comportado demasiado bien con él, tratándolo como un hermano aunque lo seguía llamando como "mocoso" y lo ayudó bastante cuando no entendía los deberes de el colegio y por más que ella se vea terriblemente afectada con una compañía masculina en la casa, no se mostró para nada frustrada con ello; es más, se reía cuando encontraba la ropa interior de él en el pasillo y lo tiraba a una rama del árbol que estaba al frente del hogar para que él lo vaya a buscar en forma de venganza.

La convivencia con ella era amena, demasiado porque las risas nunca faltaba y la tensión nunca aparecía. A veces ella salía de la nada diciendo que iban a ir a acampar, o que irían de viaje a otra ciudad, con ella siempre habría momentos en el que irían a otro lado para despejar las preocupaciones y relajarse. 

—Aqua —llamó luego de tragar su comida.

—Dime.

—Te quiero y gracias por todo lo que hiciste por mi.

La castaña movió un poco su cabello levemente corto con una sonrisa apenada, girándose para verlo con ese rostro jovial que parecía contener miles de historias y miles de emociones que a él le encantaba tratar de descubrir. 

—También te quiero, mocoso —se ríe con pena a la vez que sacaba su celular y se lo tendía al hombre—. Toma, Leah te está llamando.

—¿Por qué te llama a ti y no a mi?

—Rompiste tu celular ayer —le recordó con su ceño fruncido para girarse y guardar el pastel en la heladera para sus postres y pedidos de sus clientes, escuchando como Seth se alejaba hacia su habitación con su celular en su oreja y un plato con pastel en una mano—. Cuatro años ya, sí que ha pasado el tiempo.

Al terminar suspiró mirando por la larga ventana de la cocina el patio con césped que ella misma se encargaba de cuidar. Extraña a su mejor amiga, hace ya un año que no la veía porque la menor estaba ocupada con la universidad que estaba en Alaska, ya que no eligió la de San Francisco. Sentía que la comunicación había desaparecido y, a pesar de que hacía de todo para encontrarse o hablar con ella, no se podía lograr por el estudia de ella y las salidas que hacía con Edward, cuyo último era su compañero en la universidad. Cerró sus ojos con cansancio, era joven, estaba por cumplir veinticinco años, era una edad joven pero se sentía de ochenta años que espera pacientemente un mensaje de una vieja amistad sin querer creer que ese mensaje nunca llegaría. 

Se sentía triste, los caminos de ambas ya se habían separado por completo y lo único que debía hacer sería aceptarlo con madurez y seguir adelante. Después de todo, uno no necesita necesariamente a una mejor amiga para poder seguir con la vida. 

Edward junto con los hermanos Hale eran los que más conversaban con ella y los dos últimos eran los que la venían a visitar seguidamente con la pareja de la rubia, quedándose fin de semanas en la casa de la humana para pasar tiempo con ella. Y sinceramente, realmente lo apreciaba y notaba que ellos eran los que ponían de su parte para que la amistad siguiese adelante y se fortaleciera.

—Que mierda, loco —se quejó soltando un gruñido al final para caminar al enorme mueble lleno de libros para tomar uno en el que estaba un pequeña retrato a lápiz que había hecho de el vampiro de cabellera de cobre, a quien no veía hace un mes. Suspiró guardándolo para no romper su mente por los pensamientos y se dirigió a su habitación gritándole por el pasillo al mocoso que no rompe su celular, se sentó en su cama fijándose en el enorme cuadro que decoraba la pared de al frente en donde salía la figura de su madre mirando el amanecer.

Sandra vivía a unas tres cuadras de la casa en la que ambos menores vivían, y ella era feliz al saber que no estaban tan lejos porque cada día por medio iba a la vivienda de Aqua para pasar toda la mañana con ella. 

Una ligera brisa se adentró a la habitación de colores neutros y la cortina de el ventanal se movió con delicadeza por lo que sonrió de lado al notar aquel detalle, la ventana no estaba abierta cuando entró a su cuarto.

—¿Me extrañaste, bola de disco? —preguntó al aire, observando de reojo la figura alta de su amigo parada en la esquina del cuarto mientras movía con agilidad un lápiz entre sus dedos con una sonrisa de lado.

Sus ojos dorados impactaron con los azules de ella, ambos hundiéndose en esos mares de colores que cada día tenían otro brillo en las aguas doradas y azuladas.

—Sí, ¿y tu?

Y ella sonrió de lado mientras le guiñaba un ojo.

—También.



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𝐇𝐚𝐝𝐢𝐭𝐚 |Edward Cullen ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora