Uno: Un mundo hueco.

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Huellas de líquido rojo quedaban marcadas en el suelo a medida que él caminaba entre un mar de cadáveres.

Todos y cada uno de los cuerpos inertes tenían expresiones de horror en sus pálidos rostros, al menos los que aún tenían un rostro que presumir.

La luz, intermitente, roja, reflejo inequívoco de la masacre ocurrida en ese lugar. Ancianos, adultos, mujeres, niños, todos asesinados por un ser que de culpas no parecía conocer.

Al fondo, aún quedaba una mujer cubierta de sangre, llorando de manera desmedida, desconsolada. A su lado, el cuerpo sin vida de su hijo.
—¡Por favor, basta!

Pero el sujeto no interrumpió su paso. La máscara que sería fácil de distinguir para un historiador, con un pico negro y que tras el vacío de las cuencas de sus ojos le daba la imagen de un demonio.

Sus guantes negros que emanaban sed de sangre y estaban manchados con la misma, pedían otro sacrificio, al igual que las demás sombras demoníacas a su alrededor.

—Las mujeres no se tocan— dijo el sujeto con una voz de ultratumba.

Su mano acariciaba el pálido rostro de la mujer que temblaba y sudaba frío.

—Déjeme ir, por favor...— suplicó.

—Que es malo matar— continuó el demonio, agachándose y mirando fijamente a la mujer, quien quedó paralizada del miedo tan profundo que sentía.

Un aura fría, oscura, mortal. Un ser que no conocía de moralidad.

—¿Pero quién son ellos para decidir lo que está mal?— dijo al tomar el cuello de la mujer —esa moralidad que tanto vociferan es igual de débil que el cuello de un humano.

Treinta y cinco años de vida pasaron por la cabeza de la mujer al oír esas palabras, ella ya no podía hablar, su miedo era mayor que cualquier otra cosa, menos que la fuerza del ser frente a ella.

—¿Lo sientes?— preguntó con mucho cinismo —es decepción porque nadie vino a salvarte, es odio que sientes hacia mí por ser mas débil que yo. Es la muerte, soy yo.

Sangre salpicó sobre la máscara, algo rodó por el suelo.

—Los humanos están acostumbrados a soñar con ser héroes, a hablar de justicia, pero al final, ninguno puede hacer alguno de esos dos papeles, son solo palabras vacías— dijo mientras sostenía una joya blanca cubierta de sangre en su mano.

Esa noche, la muerte había hecho una sublime aparición, y aunque no era la primera, tampoco sería la última, pero no dejó testigos de su obra de arte, de su magnificencia. De su rosa de sangre.

~~~~~~~~.

—¡¿Cómo... cómo fue qué pasó esto...?!

En medio de la oscuridad y la desesperación que sentía, un pequeño brillo emanaba de la pantalla, casi cegándome.

—¡Vamos!— la adrenalina corría por todo mi cuerpo, evitando que el dolor se esparciera, pero no hacía lo mismo con el miedo —tengo que avisarle a alguien...

La portátil estaba cargando unos archivos bastante perturbadores para cualquier otra persona, con imágenes de muertes y desmembramientos perpetuados por unos sujetos de máscaras con apariencias fantasmales.

Terminé enviando los archivos a un viejo conocido de mi padre y al mismo tiempo, en el navegador ya había cargado parte de una información que estaba esperando desde hace rato.

"El culto del señor de las llamas existe, es muy real, ellos han reaparecido en Islandia, y su cacería comenzará nuevamente".

El artículo empezaba con ése, para algunos, muy dramático título, pero el contenido del mismo era bastante real.

El señor de las llamas: vida y muerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora