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El día de San Basilio Magno, 02 de enero

Fray Jason Funderberker, mi señor:

Disculpe, nuevamente he escrito incorrectamente su rango, Monseñor; no es excusa, sin embargo, al conocerlo de toda la vida como Fray, es difícil para mí dirigirme a usted de otra forma. No me gustan las tachaduras y no tengo más que estas pocas hojas para escribirle. Nuevamente, felicidades por su tan esperado ascenso, me alegra inmensamente el corazón que lo hayan tomado en cuenta muy a pesar de mis imprudencias. Estoy convencido de que la Santa Casa requiere de personas con vocación en puestos de mayor jerarquía, más aún en la crisis de la Fe que se augura.

Encuéntrome ahora en la isla siguiente a Lulusia, es tan pequeña que su nombre es irrelevante, aparece en apenas pocos mapas, ninguno oficial y su población portuaria no supera los 150 habitantes debido a su pobre importancia geográfica. Incluso el Log Pose sabe de su irrelevancia, por lo que tarda apenas un par de minutos en calibrarse; los barcos ni siquiera se toman la molestia de doblar sus velas al pasar por aquí.

Qué hace mi pobre seglar en un lugar tan inhóspito, se preguntará. Es una historia de menos curiosa:

Tras juntar cada céntimo que gané, compré un boleto para llegar hasta Merveille, una hermosa isla aún dentro de Paradise. Iba detrás, muy en contra de su consejo, de la tripulación de comerciantes de especias; sí, los mismos a quienes he venido siguiéndoles el paso desde Kokoyashi. Imagínese qué tan grande fue mi felicidad al estar por fin en el mismo puerto.

Lo conocían, Monseñor, ¡lo conocían!

Hablé con los hombres que desembarcaban la mercancía. Les describí torpe, vaga, incluso tal vez equivocadamente, al hombre que busco. Les hablé de su color de piel, su estatura y, claro, la forma de su cabello. Os juro que mi corazón se detuvo al ver vetas de reconocimiento brotar de sus ojos. Comencé a buscarlo como un loco, pero más pronto que tarde me sacaron de mi error. Él no estaba más con la tripulación, mas me dieron su nombre. Marco.

Yo lo sé y lo entiendo, pero permítame continuar, por favor. Me hubiese rendido al pensar que cientos de hombres caen en la descripción de un pobre niño moribundo, de no haber sido por la historia que acompaña a dicho nombre.

Durante su viaje hasta Merville, los tripulantes tuvieron una discusión. Nuestro susodicho se involucró apasionadamente, se hicieron de palabras y comenzaron una riña. Su contrincante, un hombre robusto y curtido en el mar, le derribó de un golpe sin mucho esfuerzo. Cuando otro de los marineros le ofreció a Marco su mano para incorporarse, no había rastro de herida en su rostro, no había sangre más que la que manchaba sus ropas. He hablado con ambos, me cuentan que aquella no fue la primera vez que ocurrían hechos irracionales a su alrededor.

Marco, al sentirse abrumado por los susurros a su espalda durante los días siguientes, abandonó la tripulación, para serle más claro, abandonó el navío ahí mismo, sin esperar a llegar a puerto. Los marineros lo vieron saltar sin más desde la borda.

El capitán me dijo que, si no moría ahogado entre las olas, la corriente le arrastraría hasta aquí, a esta pequeña isla desde donde le escribo.

¡Oh, Fray, mi señor!, ¿qué podía hacer, mas que correr buscando otra embarcación que me trajera de vuelta, cerca de Lulusia, a esta triste isla sin nombre? Fue un viaje corto, apenas 5 días, los cuales no pude despegar la vista del océano, esperanzado en ver una mata de lustroso cabello dorado como el sol. Salté al agua cuando la carabela pasó cerca de este desventurado trozo de tierra y nadé hasta su orilla.

De eso hace ya cinco días.

Gasté mi dinero restante en alimento, el cual racioné para no tener que moverme de la playa, por si algún milagro sucedía... He orado, Fray, he ayunado. He llorado lágrimas de frustración. Ningún hombre, por divino que sea, podría sobrevivir tanto tiempo solo a la derivaba en el mar, sin siquiera un trozo de madera al cual asirse.

Derrotado, me acerqué a un restaurante y comí cegado por la gula y el dolor de mi pérdida. En ningún momento, os juro, pensé en robar; creía que podría pagar la cuenta con trabajo, mas no me lo permitieron.

Mi historia en este punto pierde todo interés. Llegó un oficial y me escoltó hasta la prisión del puerto; el Señor, en su infinita misericordia, le hizo ver que no había maldad en mis acciones. Me ha preguntado por mi oficio, trabajo ahora escribiendo para él.

Pronto, me ha dicho, vendrán los Marines a esta pobre isla.

No tengo padre, Fray, nunca lo tuve y lo sabe. Usted es lo más cercano que he tenido y siempre tendré al amor de una familia; es por ello que me avergüenzo tanto al confesarle esto, pero lo he negado. He mentido, he pretendido estar solo en este mundo para poder enlistarme a las filas de la Marina un año antes de que cumpla 18, puesto que con mi edad es menester tener la aprobación de un tutor. De usted, en mi caso.

Debe de estar cansado de encontrar siempre el motivo de mi misiva en los últimos párrafos. Me escudo aquí, pretendiendo que es la falta de espacio, y no mi cobardía, la que me impide seguir ofreciéndole disculpas y explicaciones para mis acciones.

No crea, le suplico, que he optado por el camino de la violencia. Perdóneme, fray, mi señor, es sólo que me siento tan sin propósito, tan herido y tan perdido. Por primera vez me encuentro a la deriva y sin rumbo.

La Marina me dará cobijo, tres comidas al día y la rutina que mi ser necesita con tanta urgencia. Tengo fe en que esta es la última etapa de mi desventura, en que pronto regresaré al monasterio. Podría trabajar de nuevo y viajar de puerto en puerto hasta Baterilla, de regreso con usted, pero no podría mirarle a los ojos después de este tan terrible fracaso.

Portgas D. Ace, seglar.

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⏰ Última actualización: Apr 11, 2020 ⏰

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