[ 7 ] Iguro

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¿No es gracioso?
¿Cuántas veces más el amor y la traición se mezclaran en la infinidad?
Es irónico.
Encontrar la paz y tranquilidad aquí.
Mirame...
Es una desesperación que quisiera gritar.
Por favor regresa.
No busques más la respuesta.

[ S&Silence Ver. 2 ]

Una madrugada de viernes a sus diecinueve años, Iguro Obanai se despertó de un sueño inducido con la sensación de que le habían arrancado los ojos, los habían sumergido en ácido y se los habían vuelto a colocar en las órbitas

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Una madrugada de viernes a sus diecinueve años, Iguro Obanai se despertó de un sueño inducido con la sensación de que le habían arrancado los ojos, los habían sumergido en ácido y se los habían vuelto a colocar en las órbitas. En realidad, se había ido dando cuenta poco a poco hasta que tuvo plena consciencia de ello, se le tensó el cuerpo y se inclinó, liberando un gruñido que le raspo la garganta.

Levantó los párpados hinchados pero... aún no había luz del día. Sólo lo saludó la oscuridad.

El dolor se propagó, subiéndole por las venas como una rápida marea y
amenazando con reventarle la piel. Se frotó la cara, incluso se arañó, con la esperanza de eliminar lo que fuera que estuviera causando el problema pero no había nada fuera de lo normal. No... espera. Había algo. Un líquido caliente le empapaba las manos.
¿Sangre?

Se le escapó un grito, seguido de otro y otro más, todos y cada uno de ellos fueron como trozos de cristal que le rasparon la garganta. En pocos segundos, el pánico
lo sobrepasó. ¿Estaba sangrando... o muriéndose?

Oyó el chirrido de las bisagras de una puerta y el repiqueteo de unos tacones apresurados contra el suelo de madera.
—¿Iguro? ¿Estás bien?—hubo una pausa y luego un siseo entre dientes—. Oh, cariño, tus ojos. ¿Qué te ha pasado en los ojos? ¡Kyojuro! ¡Kyojuro! ¡Ven rápido!

Oyó una maldición seguida de una serie de pasos rápidos y fuertes. Un segundo más tarde, un jadeo horrorizado llenó la habitación.
—¿Qué le ha pasado en la cara?—gritó su mejor amigo.
—No lo sé. No lo sé. Cuando llegué, ya estaba así.
—Iguro, hermano,—le dijo Kyojuro de forma tierna y preocupada—. ¿Puedes oírme? ¿Puedes decirme qué te ha pasado?
Iguro trató de hablar: Por favor, ayúdame, por favor, ayúdame...
Pero las palabras se convirtieron en un nudo demasiado duro e irregular para soltarlas. Y oh, Dios, la quemazón le había llegado al pecho y notaba las llamas en cada latido de corazón.

Unos fuertes brazos se deslizaron debajo de él, uno debajo de los hombros y otro debajo de las rodillas, y lo levantaron. El movimiento, a pesar de ser de lo más cuidadoso, aumentó el dolor lo que hizo que gimiera.
—Te tengo, hermano—le aseguró Kyojuro—. Te llevaremos al hospital y todo irá bien. Te lo prometo.

Las puntas más afiladas del pánico fueron remitiendo. ¿Cómo podría no creerle?
Él nunca había hecho una promesa que no pudiera cumplir y si pensaba que todo iba a ir bien, entonces todo iría bien.

Kyojuro lo llevó al coche que tenía en el garaje y lo dejó en el asiento de atrás mientras el ruido de los sollozos de Kanae hacían eco. Kyojuro ni siquiera se molestó en abrocharle el cinturón, simplemente cerró la puerta y encerró a Iguro dentro. Esperó a que se abriera la puerta de él y luego la de Kanae. Esperó a que su familia se montaran en el coche y lo llevaran al hospital como prometieron.

Si todo estaría bien.

Iguro enfrenta una enorme depresión

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Iguro enfrenta una enorme depresión.

El Murmullo De Los ÁrbolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora