Cuarente-Narciso día 26
—¡Idiota! —gritó Bastien, pegándole un golpe en el pecho a su hermano, con el rostro rojo de la rabia y lágrimas en los ojos.
Yo estaba allí, parada, frente a la escalera, sin poder moverme, con los ojos abiertos y sin parpadear, todavía intentando asimilar lo que acababa de ocurrir.
—Oh, Dios mío, esto es un bombazo —rio Graham, apuntando en su inseparable cuaderno algo que prefería no saber sobre lo que acababa de hacer Guste.
Narcisse estaba junto a él, con la boca tan abierta como la de Paulette, sin encontrar forma alguna de reaccionar.
Su padre iba a matarlo si aquella foto se publicaba.
Yo tenía veintidós años, me acababan de besar por primera vez y los dos hombres que pretendían haberlo hecho estaban igual de descolocados que yo.
Vi a Narcisse apretar los puños cuando su mirada finalme se posó sobre la mía y, de alguna forma, más que rabia, como demostraba Bastien, parecía que le dominaba la confusión y, tan solo tal vez, la decepción.
Guste se pasó el pulgar por el labio inferior, eliminando los restos de mi labial rojo con total naturalidad, como si su hermano no estuviera a punto de pegarle una paliza.
Me hubiera gustado estar en su cabeza por un momento, porque estaba tranquilo, indiferente, como si haberme besado hubiera significado lo mismo que sonreír a una mísera cámara.
Sin embargo, pude ver cómo las comisuras de sus labios se curvaban ligeramente, mostrando con sutileza una pequeña sonrisa.
—Te voy a matar —le advirtió su hermano, levantando el puño en el aire, listo para golpear el bello rostro de Guste.
Los que nos rodeaban no daban crédito a lo que sus ojos veían. ¿Tres hombres luchando, de alguna forma, por una simple diseñadora vestida de rojo? Aquello era impensable.
—Bast, para ya de sobreactuar, que te están mirando —dijo Guste con toda la serenidad del mundo.
Volví a girarme hacia Narcisse, totalmente desorientada. Él me observaba, cada vez más evidente que demostrando tristeza, cruzando los brazos sobre su pecho para, por primera vez desde que había entrado en aquella casa, bajar la barbilla. Debía de ser la primera vez en mucho tiempo que ningún Laboureche era objeto de todas las miradas y tal vez aquello era lo que le fastidiaba.
O tal vez era yo. Acababa de humillarle al dejar que Louis Auguste me besara. Su orgullo, lo único que había demostrado que tenía más fortaleza que su voluntad, acababa de acabar por los suelos por mi culpa.
Yo era su pareja. No real, pero lo era. Y, a ojo de todos los presentes, acababa de serle infiel de algún modo. Frente a él.
—Rata inmunda, animal rastrero, maldito asexual consentido, ¿sabes lo que me duele lo que has hecho? —gritó Bastien, obviando todo a su alrededor.
Acababa de llamar rata y animal a su hermano y él, tan impasible como siempre, me echó una ojeada, ladeando la cabeza para sonreír ligeramente, tal vez por primera vez desde que le conocía.
—Tan solo ha sido un beso —dijo, aunque parecía dirigirse a mí, de alguna forma.
Y él creía firmemente que era así, sin embargo, para mí, aquello que acababa de ocurrir significaba algo más. No tan solo era el hecho de que me habían robado la voluntad de elegir a quién quería besar por primera vez, sino que también había humillado a mi jefe y, además, de alguna forma, parecía haber herido a mi vecino.
Tan solo deseé que fuera un sueño y que nada de aquello hubiera ocurrido en la vida real, porque estaba empezando a parecerse a una telenovela y eso no me estaba gustando.
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Querido jefe Narciso
ChickLit*Historia ganadora de los WOWAwards 2017* -¿Has infringido alguna norma desde que trabajas aquí? - preguntó él, deteniendo mi plan de huida. -No. -¿Por qué no? -rio, mostrando aquellos dientes tan blancos y tan perfectos. -Porque no. Narciso se leva...