Volvía a estar en mi habitación, con lágrimas en los ojos y una terrible sensación de agobio que aprisionaba mi pecho y me impedía respirar con normalidad.
Ya lo había perdido todo. Ni siquiera me quedaba mi soñado trabajo para anclarme a aquella ciudad de la desgracia, pues yo misma había renunciado a él.
Frustrada, deshice la cama en la que había pasado la noche junto al hombre que había huido de mí y al que yo misma había abandonado y lancé las sábanas con rabia al suelo, provocando que algo volara bajo el colchón para acabar junto a mis pies.
No tardé en darme cuenta de que era aquella carta, aquel papel de desgracia que había dejado mi madre un mes atrás en mi sofá y que Narciso, cuando todavía se hacía pasar por Narcisse, había leído con interés cuando yo ni siquiera me había atrevido a abrir.
Cogí con rabia el papel, con tentaciones de romperlo en mil pedazos, pero, finalmente, tan solo lo desdoblé.
Leí mi nombre completo en la primera frase, como solo me llamaba mi madre, y, finalmente, me decidí a leerlo, tras tanto tiempo ocultándolo.
Tomé aire y lo expulsé lentamente, intentando calmarme.
Salí al balcón para tomar aire, sin detenerme demasiado a observar la persiana bajada de mi vecino, quien debía de estar en aquellos momentos junto a su hermano, y me senté en el sillón en el que solía pasar tiempo diseñando y soñando despierta, el único lugar de París que podía hacerme feliz en aquel instante.
Abrí la puerta de la jaula de Lady S para liberarla tras más de un día de cautiverio y ella me lo agradeció saltando por todo el balcón, feliz, correteando libremente a mi alrededor, ajena a toda la desgracia que me rodeaba en aquel instante.
Me hundí en el sillón y pegué mis rodillas a mi pecho a la vez que me concentraba en la lectura, algo que jamás me habría apetecido en otras circunstancias.
Odiaba a mi madre por todo lo que me había hecho, porque ella era, en parte, la culpable de mi desconfianza, de mi rencor, de mi dolor interno y de ser siempre la que se dedicaba a huir de sus problemas en lugar de enfrentarlos.
Quise detenerme incluso antes de empezar, pero, tras el horrible día en el que se estaba convirtiendo la noche más especial de mi vida, decidí leer aquella carta escrita a mano y en cursiva, de tan solo tres párrafos de despedida a los que nunca había tenido intención de prestar atención.
"Querida Marie Agathe;
No te conozco y sé que, en parte, eso es culpa mía, pero yo suelo comprender a las personas, entiendo sus pensamientos y sensaciones y también sus formas de actuar, aunque contigo, a pesar de haberte tenido en mi interior durante nueve meses y de haberte soportado otros dieciocho años más, todo es diferente. No comprendo tus motivaciones, lo que te ha llevado a acabar en la prensa junto al hombre más rico de Francia ni por qué estás persiguiendo al otro, al que vive frente ti, en lugar de aferrarte a Laboureche.
¿En qué te has convertido? Recuerdo a la chica que jamás se habría permitido pensar en nada más que en su futuro laboral, en la moda y en sus diseños, en la que no podía tener amigos, en la que jamás le había hablado a ningún chico, la que se marchó de casa a los dieciocho para abandonar a su propia familia. Nunca serás esa chica a la que me habría encantado presentar como mi hija, la que habría antepuesto su pasión a todo lo demás, eres... Decepcionante.
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Querido jefe Narciso
ChickLit*Historia ganadora de los WOWAwards 2017* -¿Has infringido alguna norma desde que trabajas aquí? - preguntó él, deteniendo mi plan de huida. -No. -¿Por qué no? -rio, mostrando aquellos dientes tan blancos y tan perfectos. -Porque no. Narciso se leva...