Vi cómo la puerta se cerraba detrás de él y de pronto sentí que mis piernas no iban a soportar el peso de mi cuerpo, por lo que iba a caer pronto, abandonada y humillada.
¿Así terminaba todo? ¿Era ese el final que me esperaba? Yo quería luchar por esa pequeña relación que Guste y yo estábamos construyendo, ese camino lleno de baches que auguraba un futuro incierto aunque, en mis sueños, feliz. Sin embargo, eso era lo contrario a lo que estaba ocurriendo. Él se había ido de mi lado por su hermano.
Narciso se adelantó a mis movimientos y me agarró antes de que pudiera lanzarme de rodillas al suelo, dramatizando mis actos acorde a mis devastadores sentimientos.
Sentí sus brazos rodearme, suplicándome que no me dejara vencer por la lástima, aunque ya era tarde para eso. La primera lágrima ya rodaba por mi mejilla y terminó cayendo sobre sus torso desnudo, deslizándose hasta alcanzar el elástico de su ropa interior.
—Mira la parte positiva, al fin podremos estar juntos sin que ningún Dumont se interponga —rio contra mi cabello, como si aquella situación fuera graciosa.
Le obligué a apartarse de un empujón para encararle.
Su maquiavélica sonrisa mostraba lo mucho que estaba disfrutando de aquella absurda escena que a mí me estaba rompiendo por dentro.
Guste, con quien había perdido la virginidad, a quien había besado por primera vez y al único al que le había dicho que le quería, acababa de dejarme después de aquella idílica noche, dejando claro que no siempre ocurren cosas buenas al amanecer.
Y Narciso se estaba jactando de ello, como si hubiera conseguido lo único que quería desde que llegó a mi casa, desde que me besó a mí, desde que besó a Guste.
—Yo no quería que nada de esto ocurriera —dije, encarándole.
Él torció su sonrisa, extendiéndome los brazos para que le abrazara, aunque no lo hice.
—No decías lo mismo anoche.
Esa frase fue suficiente para que, tal como iba, con mi camisón y mis cabellos alborotados, me diera la vuelta y me dirigiera hacia la puerta, siguiendo los pasos de Guste, sin detenerme, obviando la confusa expresión en el rostro de Narciso.
—¿A dónde vas? —preguntó, aunque la respuesta era obvia.
Salí de mi apartamento con las llaves en la mano derecha, pegando un portazo detrás de mí, segura de que, si no era Guste el que regresaba a por mí aquella vez, debía de ser yo quien lo hiciera.
No iba a permitirme perderlo todo en un día. Absolutamente todo lo que apreciaba había desaparecido en las últimas veinticuatro horas y sabía que era incapaz de seguir viviendo de aquella forma si dejaba que todo pasara frente a mis ojos, sin actuar de ninguna forma para que aquello dejara de ser un completo desastre.
Bajé la primera planta con el paso acelerado, descalza, sintiendo la frialdad del suelo bajo mis pies, aunque no me detuve, ni siquiera cuando oí otro portazo anunciando que Narciso había salido detrás de mí.
Aumenté mi ritmo a medida que descendía por aquellos empinados escalones y ni la luz del exterior a través del portal de entrada ni mi autocontrol, evidentemente nulo, fueron capaces de hacerme parar en mi travesía. Lo que sí lo hizo, para mi maldita desgracia, fue la aglomeración de gente que rodeaba mi edificio en aquel instante, impidiéndome ver lo que ocurría más allá de mi portal, como si fuera una verdadera celebridad.
Decenas, por no decir cientos, de periodistas empezaron a sacarme fotos en el instante en el que puse un pie en la calle, apuntándome con sus micrófonos y sus teléfonos móviles, gritando palabras incomprensibles que se difuminaban con el barullo que se había formado en la calle.

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Querido jefe Narciso
ChickLit*Historia ganadora de los WOWAwards 2017* -¿Has infringido alguna norma desde que trabajas aquí? - preguntó él, deteniendo mi plan de huida. -No. -¿Por qué no? -rio, mostrando aquellos dientes tan blancos y tan perfectos. -Porque no. Narciso se leva...