PRÓLOGO

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A través de su vida eterna, Walter había presenciado incontables veranos, pero nunca uno tan interminable como este.

Sentado detrás de su escritorio de cristal, cabizbajo mientras leía la petición delante de él, firmada por casi todos los dioses y diosas menores esparcidos a través del mundo. Cada uno comprometido a hacerse a un lado y permitir la supremacía de Cronos por tanto tiempo como significara que no habría guerra. Ninguno de ellos parecía entender que ya estaban en el medio de una.

¿Por qué lo harían? Él y los miembros restantes del Consejo habían hecho su trabajo protegiendo al mundo de la destrucción de Cronos, pero eso no duraría mucho tiempo. Cuando Cronos finalmente se liberará de su prisión de la isla del Mar Egeo, la petición sería lo que era: un trozo de pergamino sin sentido lleno de nombres de aquellos que serían los primeros en morir.

—¿Papi?

Exhaló y se enderezó, preparado para regañar a quien se atrevió a molestarlo, pero se detuvo en seco. Su hija estaba parada en la puerta, su cabello dorado como el perpetuo amanecer que se vertía a través de las ventanas detrás de Walter. Ella era la única persona a la que no rechazaría. 

Puso la petición a un costado. 

—Ava, cariño. No te esperaba hasta mañana. ¿Hay noticias? 

Verla deteriorarse desde el solsticio de invierno había sido lo más difícil que Walter había hecho, pero no tenía alternativa. Era por el bien común, y por ahora era falsearlo todo, incluso la salud de su hija.

—Iris está muerta —dijo, y Walter se quedó inmóvil. Una gran tristeza que no había sentido en siglos lo llenó, y la perpetua luz del sol pareció oscurecerse.

—¿Cómo? —dijo, luchando por mantener su voz inalterable. Había sabido que enviar a su mensajero para intentar negociar un alto en el fuego con Cronos era peligroso, como lo había sabido Iris. Era la Guerra, y habría bajas. Pero ella había estado dispuesta a correr con el riesgo, y él no había imaginado que Cronos iría tan lejos contra un embajador.

—Nicholas terminó el arma hace una hora —dijo ella—. Calliope quiso probarla. 

Walter apretó los labios. No había pensado que eso fuera posible, pero las habilidades de su hijo eran más grandes de lo que alguna vez había estimado.

—¿Hay un cuerpo?

—Calliope la lanzó al océano —dijo Ava—. La traje para un velatorio apropiado.

Tragando con fuerza, se obligó a asentir.

—Muy bien. Gracias, querida. Sé cuánto riesgo significa para ti. Y debido a eso, debo insistir en que no hagas semejantes cosas en el futuro.

Ava dudó, pero después de toda su planificación, después de todas sus apuestas, él sabía que ella no podría negarse a él ahora. Finalmente asintió.

—Lo siento.

Walter abrió sus brazos, y Ava cruzó la habitación para acurrucarse en su regazo. La envolvió, una concha de la hija que conocía, y enterró su nariz en el cabello de ella.

—Yo soy quien lo lamenta, pero haremos lo que debemos para ganar. ¿Hay noticias de Kate?

—Calliope dice que pasará mañana.

Por fin, algo iba bien.

—Entonces nuestra espera acaba.

—No importa —murmuró en su hombro—. Ha pasado tanto tiempo. HE perdido la esperanza hace mucho.

Nueve meses. Ese era el tiempo que Walter había estado encerrado en un juego de estrategia y decepción con el ser más poderoso de la tierra. Desde el solsticio de invierno al equinoccio de otoño, llevaba el peso del mundo sobre sus hombros mientras ocultaba al mismo tiempo su carga de los restantes miembros del Consejo. Con la deserción de Henry, eran conscientes de que toda oportunidad de ganar contra Cronos habían pasado de escasas a ninguna. Ava era su última esperanza de llevar a Henry a su lado.

THE GODDESS  INHERITANCE #5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora