4. MI HOGAR

557 34 2
                                    

Era la imagen de la inocencia, pensó Inuyasha furioso. Había una dulzura en sus ojos y una suavidad en su rostro que contrastaba absolutamente con su reputación de devoradora de hombres. Y no de cualquier hombre, recordó con gravedad. Tenía unos gustos de lo más refinados. Era una devoradora de hombres ricos inteligente y manipuladora.

—¿Cree que vamos a casarnos? —la mujer abrió los ojos de par en par, y Inuyasha hizo un esfuerzo por ocultar su desagrado.

No podía creerse que se hubiera dejado manipular de aquella manera. Sólo una vez en su vida había conseguido engañarle una mujer con anterioridad, y en aquella ocasión podía escudarse en su inexperiencia. Tenía sólo dieciocho años y estaba loco de deseo. Deseo, amor... con qué facilidad se mezclaban aquellos dos términos.
Inuyasha apretó los labios ante aquel pensamiento. Ya no tenía dieciocho años.

Entonces, ¿cuál era esa vez su excusa?

Resistió la tentación de descargar toda la fuerza de su ira en la mujer que tenía delante.

—Le dijiste que estabas loca por mí. Que estabas completamente enamorada —Inuyasha hizo un esfuerzo por no levantar la voz—. En lo que respecta a mi padre, el siguiente paso es el matrimonio.

La mirada de Kagome se suavizó.

—Es un hombre maravilloso. Lo pensé en cuanto lo vi.
«Seguro que sí». Inuyasha se hizo un llamamiento mental para no dejarla a solas con su padre durante mucho tiempo. A pesar de las protestas de la joven, no le cabía la menor duda de que cuando descubriera que su «relación» con él no tenía visos de prolongarse en el tiempo, ella no tendría ningún problema en dedicarle sus atenciones a su padre, que era más vulnerable.

Antes de empezar a felicitarte por tu éxito, recuerda que es conmigo con quien estás tratando, no con mi padre.

—¿Quieres que vaya a Grecia contigo? ¿Me has traído aquí para pedírmelo?

—Yo no quiero que vengas a Grecia conmigo. Pero eso es lo que va a ocurrir.

Sin duda, los dos hombres a los que había embaucado no habían sido capaces de ver más allá de aquellos ojos zafiro, pensó con tristeza. Y esa vez, ella había decidido sin duda ir a por la banca. La audacia de su plan lo maravillaba incluso a él. La visión de Inuyasha respecto al matrimonio era bien conocida, como también su opinión sobre los dos carísimos y públicos divorcios de su padre. El hecho de que ella creyera que podría tener éxito decía mucho a favor de su ego.

—No entiendo por qué crees que es una buena idea. ¡Tu padre nunca se creerá que estamos juntos!

—Gracias a tu convincente actuación en el baile, el ya cree que estamos juntos —le aseguró Inuyasha—. Tu papel consiste sencillamente en hacer más de lo mismo. No será muy difícil. Yo estaré trabajando la mayor parte del día. Tú te sentarás al borde de la piscina con vistas al mar Egeo y una bebida en la mano, cantando mis alabanzas. Por lo que sé, en estos momentos estás entre un hombre y otro. Tómatelo como unas vacaciones gratis. No es como tener tiques de comida gratis para toda la vida, pero teniendo en cuenta el montaje que has tratado de hacer, tienes suerte de haberme sacado aunque sea esto.

Kagome lo miró, y Inuyasha casi podía ver cómo trabajaba su cerebro mientras pensaba en lo que él acababa de decirle.

—No.

—No intentes negociar conmigo —le advirtió con suavidad—. No habrá una oferta mejor.

—No estoy esperando una «oferta mejor».

—Entonces, ¿por qué la rechazas?

—Porque no sería justo para tu padre. No entiendo por qué crees que es una buena idea —Kagome frunció ligeramente el ceño—. Cuando descubra que estás mintiendo, se quedará destrozado.

El Implacable Griego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora