8. CERCA DE LA REALIDAD

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Tres días más tarde, Inuyasha estaba en su despacho acristalado de la villa tratando de concentrarse en una hoja de cifras, pero en lo único en que podía pensar era en volver a la cama con Kagome. Si por él fuera, estaría con ella acostado a la hora del café, del almuerzo... pero no tenía opción, entre otras cosas porque Kagome nunca estaba en casa durante el día. Inuyasha se sentía algo irritado por la cantidad de tiempo que pasaba fuera.

Recordando las eróticas actividades de la noche anterior, Inuyasha pensó que no iba a poder concentrarse y decidió dar por terminada la jornada laboral. Se uniría a Kagome en su jornada de compras, de turismo, o lo que fuera que hiciera durante el día.

Kagome sirvió otra comida al grupo de turistas ingleses que estaban sentados en la taberna. Hacía un calor insoportable, le dolían los pies y estaba agotada tras pasar otra noche sin dormir.

—Una ensalada griega grande —dijo colocando el plato en el centro de la mesa. Entonces se oyó el motor de un coche deportivo, y unos instantes más tarde, Inuyasha entró en el restaurante como si fuera el dueño. En cuanto la vio, sus ojos reflejaron un poderoso deseo sexual.

Kagome sintió que le temblaban las piernas y el corazón le latía con fuerza. Pero sonrió débilmente y se acercó a él.

—Hola. Menuda sorpresa. ¿Te pongo algo de beber?

—¿Se puede saber qué estás haciendo?

Kagome vio por el rabillo del ojo al dueño de la taberna.

—Trabajar. Y ahora no puedo hablar contigo. Es la hora de comer y estamos a tope —Kagome hizo amago de marcharse, pero él la sujetó con garras de acero.

—¿Estás trabajando? —preguntó Inuyasha sin dar crédito a lo que oía—. ¿Y por qué?

—Por la misma razón que todo el mundo —Kagome le dirigió una sonrisa de disculpa al dueño—, porque necesito el dinero.

—Te di una tarjeta de crédito —le recordó Inuyasha entornando los ojos—. No necesitas dinero.

—Quiero tener mi propio dinero, entre otras cosas para pagarte —todo el restaurante los estaba mirando, y ella trató una vez más de soltarse. Pero Inuyasha la sujetó con más fuerza.

—Tenemos que hablar. Vámonos de aquí —Inuyasha le dijo unas cuantas frases al dueño de la taberna, que asintió vigorosamente con la cabeza.

—Lo siento —movió las manos en dirección a Kagome, animándola a marcharse—. No sabía quién eras.

—¿Quién cree que soy? —preguntó ella mientras Inuyasha la sacaba del restaurante.

—Eres mía —aseguró él con firmeza—. Nos vamos de aquí.

—¡Espera, Inuyasha! —Exclamó Kagome mientras la metía a la fuerza en el coche—. ¡Éste es mi trabajo!

—No vas a trabajar ahí —afirmó Inuyasha apretando los dientes por la furia—. No estoy dispuesto a ver a mi mujer sirviendo copas en un bar.

¿Su mujer?

—Suenas como un cavernícola —y sin embargo, la frase de Inuyasha, aunque posesiva, le había provocado un escalofrío por el cuerpo.

Él murmuró algo en griego, visiblemente exasperado.

—Admiro tus principios y tu deseo de ser independiente, pero has ido demasiado lejos —dijo con rabia contenida mientras avanzaba con el coche—. Todo lo que está pasando no es normal. Desde que llegaste a la isla no he podido concentrarme en nada. Nunca me había pasado, ni tampoco discutir en un lugar público, ni olvidarme de los métodos anticonceptivos... Estoy perdiendo el control.

El Implacable Griego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora